Crítica de Cine “Tyrel”: Mirada íntima a un problema universal

 

Por Paula Frederick

¿Tyrel o Tyler? El orden de los factores no altera el resultado. Se trata siempre de la misma persona, de un cuerpo cinematográfico diluido en la voz de los otros, que se repliega pero no pierde su sustancia. Ciertamente no es un nombre al azar. Tyrel quiere decir un punto de vista, la elección del director chileno Sebastián Silva para contar un fin de semana en la vida de Tyler (Jason Mitchell) que acompaña a su amigo Johnny (Christopher Abbott) en un viaje al Catskills para una fiesta de cumpleaños. Una vez ahí, se da cuenta que es el único afroamericano en un grupo de jóvenes que no conoce. Mientras la fiesta, la adrenalina y el alcohol comienzan a irse de las manos, Tyler se siente cada vez más incómodo y fuera de lugar, aunque todos traten de incluirlo y hacerlo sentir bien. Desde ahí en adelante, cada juego, cada broma, cada palabra o manifestación de una idea, puede volverse un motivo de desahogo, choque o quizás la explosión definitiva.

La propuesta de Silva podría ser intercambiada por una especie de experimento sociológico: una cámara, un fin de semana entre amigos, una casa en medio del bosque y las montañas nevadas del estado de Nueva York, la representatividad más evidente de cada minoría de la sociedad estadounidense (supremacía blanca, un afroamericano, un homosexual, un latinoamericano), todos compartiendo la misma escena, mientras intentan romper con los ojos vendados una piñata con la figura de Trump. Pero la osadía de Silva, encuentra su fuerza en el alejarse de esa aparente voluntad antropológica, sin alcanzar una conclusión filosófica evidente o una declaración de principios, para acercarse más a retratar un malestar individual de una tensión que crece, sin alcanzar nunca el punto de ebullición.

Como si estuviera amarrada por un hilo tenso que amenaza con romperse y que mantiene su flujo vital precisamente en esta tensión, la filmografía de Sebastián Silva es siempre la promesa de una eventual ebullición. Una dinámica que nutre la propia movilidad en lo no dicho, en las miradas desesperadas que buscan un apoyo fuera de campo, en los silencios que alargan el eco de las palabras. Ya en La Nana (2009) y luego Gatos viejos (2011), Silva se fija en las tensiones y el absurdo de la clase acomodada chilena, dimensión en la cuál él mismo nació y creció. Un mundo hecho de prejuicios, rencores, falso sentido de pertenencia y contradicciones, que lucha contra la idea de colonización y dominación europea y norteamericana pero, al mismo tiempo, hace todo para parecerse y esconder sus propios orígenes. El director toma esta contradicción como punto de partida para construir una historia personal y modular, un in crescendo de silencios largos, respuestas tardías y cuerpos fuera de lugar.

Después del encuentro definitivo con Michael Cera y el inicio de un período más experimental, un mix de magia, suspenso y road trip movie (Magic, Magic – Crystal Fairy and the Magical Cactus) con Tyrel Silva vuelve a la realidad más brutal, a la mirada obstinada de una sociedad cínica, al encuentro cotidiano que se vuelve una promesa de caos. Todavía con la figura de Michael Cera como ícono de un cine entrópico, catalizador social y portador de una cierta familiaridad, siempre bajo el efecto handycam, como si fuera la primera escena de Cloverfield o This is the End, o la antesala de Get Out. Pero el Apocalipsis nunca llega. El inicio y el fin del mundo están ahí, en el presente, en las pequeñas muertes cotidianas, en las batallas que debemos combatir no para sobrevivir a una gran catástrofe, sino el desafío de compartir nuestra individualidad con la de los otros.

Paradojalmente, el hecho de no explotar nunca es lo que hace a la película brillar. En su constante “pasividad”, Tyrel logra despertar una especie de urgencia, una provocación que tiene que ver no tanto con tocar temáticas actuales como migración, racismo, Trump o el futuro incierto de las minorías en Estados Unidos y el mundo, sino de volverlas cotidianas, cercanas, comunes. De hacernos sentir también a nosotros parte de la selfie, pero al mismo tiempo, un cuerpo extraño. De evidenciar el hecho que nuestra incomodidad o el sentido de no pertenecer, no depende tanto de qué materia estamos hecho y de nuestra sustancia, sino más bien, como en el cine, del punto de vista. De nuestra mirada y la de los otros. Esa es nuestra condición y la belleza de la propuesta de Silva, que es al mismo tiempo la elección de una imagen, de una palabra al vuelo o un silencio largo, de una handycam que no se detiene, de una foto que se toma y se queda ahí, suspendida, volviendo un segundo infinito, mientras el mundo continúa a moverse.

Título original: Tyrel
Dirección: Sebastián Silva
Guion: Sebastián Silva
Fotografía: Alexis Zabé
Reparto: Jason Mitchell, Caleb Landry Jones, Michael Cera, Christopher Abbott, Michael Zegen, Philip Ettinger, Roddy Bottum
País: Estados Unidos
Año: 2018
Duración: 86 minutos
www.centroartealameda.tv

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