Por Carolina Jiménez Pizarro
El 24 de noviembre de 2023 se convertirá en un momento fundacional en la historia de la escena chilena de danza oriental. Se ha desarrollado, en Bar Contramano, la primera Noche Queer Bellydance. Un hito para ese ámbito específico de las artes de la representación, y se contó con personas miembros de la comunidad LGBTIQ+.
Hasta ahora, los grandes hechos de esta danza estaban vinculados a las visitas a nuestro país, de maestros que cambiaron por completo la práctica y modo de presentar estas creaciones.
En primer lugar, Ximena Mart trae a Shokry Mohamed, y es la primera vez que el lenguaje musical oriental comienza a ser analizado en profundidad. Luego, ella también gestionó la presencia de Hossam Ramzy, quien transfirió generosamente sus conocimientos acerca de ritmología y composición oriental, con lo cual la apreciación musical se enriqueció. Más tarde, el año 2011 Suhaila Salimpour viaja por primera vez a Chile, y con posterioridad, Marwa la ha invitado regularmente. El legado familiar se comienza a estudiar, y su relación con el país sigue siendo fluida desde entonces: dice amar el desempeño de los bailarines chilenos, a quienes considera muy trabajadores y disciplinados.
Ese rigor caracteriza a quienes se presentaron en la función. También, que han estudiado el repertorio convencional de la danza oriental, pero se han especializado dentro de ella, nutriéndose con otras disciplinas. Vimos en el escenario las piezas de 12 artistas, y tres de ellos coordinan esta iniciativa: Catalina Martínez, Paola Jara y Felipe Bucarey.
El propósito era desdibujar los límites, en cuanto a cómo se caracteriza el género y la sexualidad. También, romper con las formas en que habitualmente se concibe a la danza oriental: como algo que un cuerpo de mujer realiza para seducir a un varón, con una energía y expresión sexy, femenina. Es la imagen que suele buscar y explotar la televisión: la de una odalisca, una chica vestida similar a Mi Bella Genio, o referencias similares. Por eso, lo visto el fin de semana pasado, ¡nos libera! Trascender lo que está en el imaginario colectivo chileno, y que con frecuencia reproducen los medios televisivos fue parte de esta apuesta. No obstante, no basta. Es esencial que la industria cultural se haga cargo de que hay profesionalismo, calidad y búsquedas singulares, todo lo cual se vio plenamente reflejado.
Abrió el espectáculo Catalina Martínez. Se le considera una especialista en pop marroquí y egipcio. Aunque realiza maravillosas piezas de shaabi o mahraganat, y quien suscribe imaginó que haría algo con carácter de protesta y cercano a ello, no fue así. Sin duda, es mucho más que ese rango expresivo y eligió caracterizarse como un varón que se permite por un ratito ser diva de la danza oriental, que baila, y luego regresa a su rol masculino real, conquistando a una chica incluso. Jugó, principalmente, con los roles de género tal y como se viven en Medio Oriente. Fue una presentación chispeante y también divertida a ratos.
Vimos luego a Violeta, quien lidera a Tribu Bastet. Componen su danza a partir de los códigos y atributos de ATS tribal, improvisando. Lo usual es presenciar su trabajo con el grupo, y esta vez fue más notorio el trabajo que desarrolla con la gestualidad facial y la expresión de los ojos: se acentuó muchísimo al estar sobre el escenario como solista. Fue genial contemplar una búsqueda distinta, aunque mantuviese la estética visual que define a su tribu en vestuario y maquillaje.
Abdoul Merghoul nos hizo transitar por la vivencia del conflicto que se puede experimentar ante el rechazo y la violencia que reciben las personas de la comunidad LGBTIQ+. En la danza oriental, se emplea espadas o dagas, especialmente como destreza del intérprete. Él dejó claro que la técnica estaba consolidada, y que el uso de la daga era estratégico: buscaba mostrar la ideacion suicida quizá, cuando eres excluido, y el dolor. Una coreografía compleja, con distintos momentos y expresiones emocionales, y como público viajamos con él.
Lunata desarrolló un maquillaje hermoso y fantástico, de gran calidad, en rostro, brazos y torso. Representaba a una cobra y nos mostró el camino evolutivo, la transformación, la emergencia de lo nuevo. Fue extraordinariamente dúctil y creativa, en cuanto a sostener una puesta en escena muy rica visualmente (cuyo maquillaje ayudó sin duda), y al mismo tiempo trabajaba con mucha decisión lo expresivo. Sus recursos como practicante e intérprete de danza clásica de India contribuyeron para que la pieza fuese cautivadora y verosímil. Nos contó su proceso afectivo y personal de un modo sorprendente!
Karina se caracteriza por crear piezas de gran belleza. Habitualmente escenifica y nos recuerda la estética de lo que los especialistas denominan “Era Dorada” de la danza oriental. En esta función no fue la excepción. Sugirió cómo puede fluctuar el deseo, y cómo ha sido capaz de avanzar en cuanto a la aceptación de su vida personal. Fue de un modo sutil, liviano, energético y al mismo tiempo con mucho sentido del humor. Incluso, el que conocemos como su pareja le acompañó sobre el escenario, por unos momentos, lo cual causó complicidad con el público que presenciábamos esto.
Ángel, con su vestuario, aludió a Aladino y el tipo de representación que solemos asociar al mundo árabe: turbante y bombachas. No obstante, su hermoso maquillaje en la frente, expresiones faciales y movimiento corporal le alejaban del estereotipo canónico. Fue una construcción de género diferente. Nos tuvo cautivados con la precisión en su desempeño, y la sutileza en la construcción del personaje.
Paola es vista como la pionera chilena de las danzas tradicionales y ancestrales de Magreb y Asia Central. Entonces, despertaba curiosidad su presentación, había altas expectativas.
A menudo en los medios se señala que en Medio Oriente la sexualidad es reprimida, y que el Islam es el responsable. Aunque lo sancionatorio está relacionado con los radicalismos religiosos, también es cierto que desde las comunidades de los países orientales desde antaño han surgido expresiones en que se tensiona lo que asumimos como obvio en Occidente. Sin ir más lejos, hay mujeres que ironizan acerca del varón popular iraní, en el caso de Baba Karam. Pero esto también tiene antecedentes históricos y culturales de larga data. Ella nos regaló un personaje “Koçek”, seres que performaban el género de una forma inusual, y que habitaron durante el tradicional imperio turco otomano. Eran hombres que se vestían y comportaban como mujeres: varones en cierto sentido feminizados, pero su funcionamiento tenía relación con ese contexto. Su declaración de intenciones, al interactuar con el público y ser muy decidida en cuanto a emplear un movimiento pélvico notorio y que interpelaba al otro, nos situó en un lugar distinto al que convencionalmente tuvieron quienes disfrutaron a los Koçec originales. De algún modo, resemantizó ese lenguaje corporal, actualizándolo.
Felipe nos emocionó. Fue un montaje conmovedor, profundo, lírico y estremecedor. Construyó una secuencia narrativa que ponía el acento en la dignidad inherente del ser humano. Enfatizó que, independiente de la vivencia de la sexualidad de cada persona, lo esencial es respetar ese núcleo de valor innegable. Al principio, relató una situación, y también al final nos conversó, presumiblemente para una mejor comprensión de su propuesta. La danza, ejecutada en el tramo medio, fue impecable en lo técnico, pero sobretodo, muy profunda y prístina en el sentido de la facilidad para leer o interpretar lo que deseaba comunicarnos. Sutilmente, nos remeció. Hubo dolor, mucho amor, y una dosis gigante de humor también, que neutralizaban las emociones más tristes antes señaladas. Él es cada día más completo como artista y es maravilloso ver su evolución.
Vonchy, a quien conocemos por su férreo compromiso con el mejoramiento en cuanto a sus capacidades de expresión, pudo hacer gala de su versatilidad característica. Situó la vivencia de su sexualidad desde una perspectiva muy actual, empleando música urbana y secuencias de movimiento coherentes con ella. No era únicamente a través de los patrones de movilidad de la danza oriental que estructuró su pieza. La vimos disfrutando, y siendo muy coherente con el mensaje que deseaba transmitir.
Valeria decidió emplear un texto que escribió Doris Dana a nuestra Gabriela Mistral, para situar su danza. Fue un momento muy sublime de la noche, que nos dispuso con apertura para lo que vendría. Sonaron los primeros acordes y nos situamos en la música tradicional mexicana de inmediato, que es tan expresiva de las emociones usualmente. Al parecer, nos invitaba a dejarnos llevar por la música y su propuesta.
Bastián es casi un referente en dos dimensiones: ser intérprete de danza e instrumentos de percusión del repertorio musical egipcio (con crótalos y darbuka), y como bailarín de Roman Havasi. Su presentación fue singular, pues integró en una misma pieza dos narrativas musicales diferentes, aunque ambas turcas: al principio, una sonoridad más cercana a la estética orientalista, y luego un ritmo característico de Roman Havasi, pero interpretado con otro sentido, lenguaje corporal y escenificación. Probablemente, fue un tremendo reto procurar integrar ambas facetas. Pero se sintió coherente. En parte, aconteció porque la visualidad de todo tuvo un mismo enfoque: él era un performer que se situaba en el escenario de acuerdo a la constitución de las “divas” de la “Edad Dorada”. Permitía que ese sentido, sólo asociado a las mujeres exitosas de aquella época, fuese ahora vinculado a su trabajo, y que lo asociáramos también a la belleza del cuerpo humano y masculino. Le vimos conformar una fantasía que nos mostró la musicalidad turca popular, y luego la presente en la tradición gitana en ese entorno.
Alondra Machuca es, indiscutiblemente, una especialista en burlesque, y para quien suscribe, una de las mejores de Iberoamérica. Su capacidad de reflexión, desde que realizara su tesis de la carrera de danza en el estilo tribal, le ha acompañado en su camino de diferenciación. Está en Chile tras representarnos en el encuentro de burlesque más importante de Nueva York. Allí mostró una pieza que aludía al colonialismo en el continente americano. La maestría que exhibió en EE.UU. probablemente le dio más seguridad. El hecho es que incorporó elementos de stand up comedy y su “rutina” tuvo de todo: referencia reflexiva a Judith Butler y cómo se construye el género y la sexualidad, humor, y creatividad. Incluso, invitó a una bailarina y un bailarín del evento a que bailasen en el rol de género contrario, intercambiando los papeles: ejecutando movimientos y una función masculina y femenina, respectivamente.
Por último, desde el camarín viajaron todos al escenario tocando instrumentos de percusión: crótalos, bendir, daff, darbuka. Algo que representa de un modo muy claro a los practicantes de danza oriental de Chile es que son curiosos y practican instrumentos de los nombrados. Fue un momento festivo e integrador de la noche. Había mucho que celebrar: lograron efectuar este evento, y fue una experiencia de gran riqueza. Se pudo apreciar la diversidad de fuentes musicales y de inspiración de los artistas, así como de sus trayectorias personales y de formación. Estaban sembrando algo inédito.
En síntesis, esperamos la segunda Noche Queer Bellydance. Hay talento, recursos, educación, consistencia, calidad y discurso en acción.
FICHA ARTÍSTICA
Título: Noche Queer Bellydance
Intérpretes: Catalina Martìnez, Violeta Romero, Abdoul Merghoul, Lunata, Karina León, Ángel Miguélez, Paola Jara, Felipe Bucarey, Vonchy, Valeria Quiñones, Bastián Flores, Alondra Machuca
Duración: 120 minutos
Dónde: Bar Contramano