Crítica de Teatro
“El Padre”: «Noguera es como un cubo de Rubik que se
va desarmando y deconstruyendo»
Por Jorge Letelier
Solo un par de días después de estrenada –el viernes pasado en el Teatro UC-, se anunció en los medios de comunicación que una actriz nacional de dilatada trayectoria fue internada por su familia en una casa de reposo, aquejada de Alzheimer. Dentro del morbo habitual de los programas de televisión que han cubierto el caso, un detalle revelado por sus cercanos dio cuenta de un hecho conocido pero pocas veces calibrado en su tragedia: el aún intermitente proceso entre lucidez y enfermedad en que está sumida y que hace que el paso a ese nuevo ambiente sea una fractura terrible, un cataclismo afectivo que desorienta a niveles devastadores.

El relato se centra en la figura de Andrés, un padre alguna vez onmipresente y vital y que ahora se debate en esta etapa nebulosa. El montaje comienza mostrando los problemas cotidianos que experimenta: el olvido de su reloj y los insultos a su enfermera son parte de este nuevo escenario al que Ana, su hija (Amparo Noguera), intenta lidiar con ya poca energía. Zeller explora esta relación a través de diálogos cortos y afilados y escenas breves marcadas por pausas en negro que logran generar desde un comienzo una sensación de progresiva inquietud. El tono inicial está marcado por la comedia, una fina ligereza producida por el desparpajo de Andrés al ser inconsciente de su enfermedad y al que el oficio de Noguera le aporta un notable trabajo de inflexiones vocales, interjecciones y una sensación general de confusión.

¿Cómo se puede vivir con una persona aquejada de este mal? ¿Hasta qué punto esa abnegación ante una enfermedad impiadosa se convierte en inmolación? Si bien, el eje que cimenta el vínculo entre padre e hija es de una profunda ternura, Zeller no deja espacio para la sensiblería ni permite identificación del público con su protagonista. Todo recae en esa desorientación vital para lo que se necesita un actor de enormes recursos, un intérprete atento al más mínimo gesto, al silencio revestido de dolor que Noguera sirve con todo el cuerpo. Ana es también víctima y teje una relación oscilante con su padre mientras ve agrietarse su propia relación con Pedro, su pareja. Hay dos escenas que resumen esta situación, un breve monólogo de Ana donde cuenta un sueño y una especie de ajuste de cuentas de Pedro hacia Andrés. Feroz, intimidante.

Mencionamos las pausas entre escenas que desde la oscuridad hacen mover el relato a una estructura en espiral en que la idea del tiempo es crucial. Es una temporalidad frágil que parece avanzar hacia lo inexorable y que la mano del director Alonso la va crispando en ritmo e intensidad. Distintos personajes se intercambian (el yerno, la enfermera) y el decorado va mutando a la par de la mente de Andrés. Es un mecanismo de relojería que se complejiza a cada instante y en que cada línea de los dos relatos centrales (la realidad y la proyección) se desarrollan de manera independiente, generando esa sensación de deconstrucción continua.

Sólido montaje, una escenografía con potencia dramática y una dirección con gran ritmo apoyan un texto sorprendente que no por nada ha brillado en Londres (premio Olivier para Kenneth Cranham), Broadway (premio Tony para Frank Langella por este papel), París, Madrid y Buenos Aires.
Dramaturgia: Florian Zeller
Traducción: Simón Morales
Dirección: Marcelo Alonso
Elenco: Héctor Noguera, Amparo Noguera, Rodrigo Soto, Ricardo Fernández, Carolina Arredondo, Paloma Moreno.
Diseño gráfico e iluminación: Cristián Mayorga
Vestuario: Taira Court
Teatro UC, hasta el 27 de mayo. Miércoles a sábado, 20:00 hrs. $8.000 general, $6.000 adulto mayor y alumno UC, $4.000 miércoles populares, $4.000 estudiantes.