Crítica de Teatro
Los tristísimos veranos de la Princesa Diana: Pastiche e Ideología de Género
Por Jorge Letelier
Siguiendo una línea impuesta desde sus orígenes, la compañía La Niña Horrible, formada por el director Javier Casanga y la dramaturga Carla Zúñiga, ha explorado cierto imaginario de género reivindicando la noción de pastiche, en el sentido de superficializar la historia a la manera postmoderna.
Esa idea estaba en el fondo de la aplaudida “La trágica agonía de un pájaro azul”, donde el dúo tensiona el concepto de madre soltera y sus condicionantes sociales e históricos, a través de una interpretación aleatoria de estilos como el realismo decimonónico alterado en su imaginario con el travestismo de actores hombres interpretando a mujeres.

La acción se construye desde la ficción absoluta, tomando la figura de Diana como símbolo de la violencia de género y la dominación patriarcal del machismo y la sitúa en un imaginario castillo donde está hecha prisionera por un acto terrible que ha cometido la noche anterior.
Esta Diana (el actor David Gaete) es “tomada” prisionera por sus dos sirvientas, figuras esperpénticas y chillonas que simbolizan el poderío atávico de la opresión de género naturalizado por la costumbre social que la obra se encarga de dejar claro desde su inicio. Es una figura narcotizada que deambula por la habitación intentando escabullirse de la mirada de sus carceleras. Pide ver a sus hijos, es torturada sicológicamente, dopada con pastillas e intenta en vano recordar lo ocurrido.
El tono es deliberadamente grotesco y apunta a una sensibilidad camp en el sentido de revertir la seriedad del mensaje que está tras la historia con un tratamiento ultra teatralizado, frívolo y exagerado, que es por una parte un opuesto de la tragedia que estamos presenciando y por otro una necesidad de distanciarse y generar poca identificación emotiva, elementos propios del camp.
El diseño escenográfico guarda guiños con la imaginería de cuento infantil clásico, con una alta torre de un castillo y un imaginario bosque en off que es donde juegan los hijos de Diana, quienes a su vez son como personajes sacados de los cuentos de Perrault pero en versión andrógina. Tal como en sus obras anteriores, el dúo Casanga/Zúñiga opone a un protagonista trágico una galería de secundarios que responden a distintos imaginarios de la cultura popular, figuras que son ante todo imágenes de distinto origen que tienen en común la idea del espectáculo vacío y alienante, abiertamente superficial, y que en su oposición a Diana, refuerzan la idea de un espectáculo atemporal que decide, deliberadamente, no profundizar como gesto estético.
Se cruzan así referencias a “La naranja mecánica”, “El juego del miedo”, la alusión a la farándula televisiva, el deliberado uso chabacano de la música “dramática” y un estilo de actuación que podríamos interpretar como monotemático e irreal. Pero como Guy Debord lo aborda en “La sociedad del espectáculo”, se aprecia que esta noción de espectáculo alienante y fetichista convierten a la realidad en mera imagen.
La tensión en el caso de la obra se origina en la contraposición entre este entramado estético cuya direccionalidad parece ser clara a la luz de estas ideas, y el mensaje político que busca visibilizar la violencia histórica de género, y que hacia el final del montaje tiene una dimensión explícita. Diana simboliza el conflicto a través de una alegoría pop artificiosa y teatralizada en cuya desmedida crueldad se advierte la protesta, pero que se diluye cuando se abre desde la tragedia ante los ojos del espectador.
En ese sentido, la decisión de utilizar a un actor para encarnar a Diana de Gales, si bien es una opción ya utilizada por la compañía anteriormente, no aporta a la reflexión sobre la ideología de género que propone puesto que simbólicamente la Diana levantada por los medios (la Diana real, según Debord) representa otros aspectos de dominación machista y no parece responder a la lectura de la masculinización como opción de libertad.
Es por ello que progresivamente el montaje va perdiendo impulso en la medida que su discurso “político” entra en conflicto con el carácter, cada vez mayor, de la idea de pastiche que ofrece: la de la realidad convertida en espectáculo y su trasfondo histórico en mera imagen. La aparición de los sucesivos personajes que van aumentando el sentido esperpéntico (el bufón, la muñeca pepona) choca con el alegato furioso contra la invisibilidad de género y las limitaciones sociales que aprisionan al personaje.
Aún con la idea de que este fallo conceptual atenta contra el sentido político que la obra persigue, su entramado estético y el trasfondo complejo que propone da cuenta de una interesante reflexión en torno a las fronteras de una obra postmoderna en sentido casi literal, que se cuestiona los elementos actuales de la sociedad de masas y la búsqueda por articular un discurso político contingente con fuerza para remecer e incomodar.
Los tristísimos veranos de la princesa Diana
Espacio Diana, hasta el 10 de septiembre. Jueves a sábado 20:30 hrs. Domingo 19:00 hrs.
Entradas: $6.000, $5.000 y $3.000
Dirección: Javier Casanga
Dramaturgia y Asistencia de dirección: Carla Zúñiga
Asistencia de montaje: Loreto Araya
Elenco: David Gaete. Maritza Farías, Carla Gaete, Coca Miranda, Italo Spotorno, Omar Durán, Alonso Arancibia, Sebastian Ibacache, Carolina Pinto.
Diseño escenográfico y gráfico: Sebastián Escalona