Crítica de “Prefiero que me coman los perros”: Oscuro tratado de alienación personal


“Prefiero que me coman los perros”: Oscuro tratado de
 alienación personal
Por Jorge Letelier
Las problemáticas laborales, como tema, han sido abordadas desde diversos frentes en el teatro chileno del último tiempo. Desde la comedia negra que aborda el efecto de la inmigración en un microcosmos cerrado (“El milagro del jaguar”), hasta los alcances morales que encierra un incremento de sueldo (“El aumento”, con José Soza”), es un tema acuciante en nuestra sociedad que ha instalado miradas urgentes desde el arte.
En el papel, resultaba interesante de ver cómo podría funcionar la dupla entre la joven dramaturga Carla Zúñiga, quien ha mostrado inclinación hacia mundos delirantes y excesivos como en su trabajo junto a Javier Casanga (“Historias de amputación a la hora del té”), y el director Jesús Urqueta, quien ha presentado propuestas muy refinadas formalmente y de contención dramática (“Todo se limita al deseo de vivir eternamente”). Más aún que se trata de un montaje basado en un hecho real y que ha anunciado que reflexiona en torno al tema de la enajenación laboral.
De entrada, nos encontramos con un pequeño dispositivo escenográfico, con una lámina reflectante que sirve a la vez de espejo y pantalla, más un proscenio con un par de sillas, como los únicos elementos con que se presentan los actores, siempre sentados de frente entre sí.
Eugenia (Nona Fernández) es una ex parvularia de vida opaca y soledad atosigante que escucha voces. Más bien conversa con una, a la que identifica como su padre y amigo imaginario. Esto se lo dice a su sicóloga (Monserrat Estévez), en un inicio revelador de lo que vendrá: un ritmo aletargado y un fino tono de humor negro que lleva el relato hacia un terreno de locura y delirio que dispara la obra a un universo irreal y tragicómico.
Fernández, en un ejercicio expresivo y de tono sobresaliente, construye un personaje patético, alienado como pocas veces se ha visto y cuyo amigo imaginario le recuerda constantemente cuál es su condición: está sola, nadie la quiere, la gente la rehúye, su sicóloga la odia. Las revelaciones que le hace a esta dan cuenta de un estado al borde del despeñadero, que la afilada pluma de Carla Zúñiga recoge en frases brutales y cortas, silencios y momentos imprevisibles.
Respecto a la preocupación inicial, se narra de manera casi tangencial el origen del estado de Eugenia: cuando era parvularia, hace más de diez años, en un entorno laboral hostil y mal pagado, trabajaba paralelamente llevando a los niños al jardín. Un día olvidó sacar a uno de ellos y este murió dentro del auto. La culpa por este hecho trágico convirtió la vida de Eugenia en un complejo mapa de recriminaciones (de su amigo/enemigo imaginario, frases autolacerantes, intentos de purgar el hecho con visitas clandestinas a las casas de los padres de los niños, y luego de no poder trabajar más, caer a la prostitución.
La descripción de este personaje alienado y víctima de un sistema laboral extenuante y cruel tiene tantos y variados matices en la actuación de Nona Fernández y en el texto de Carla Zúñiga, que su dimensión más discursiva (o denunciativa) se empequeñece. Es una obra que habla de los efectos sicológicos que genera un sistema impiadoso y basado en la inequidad, llevado al extremo de la muerte y el absurdo. Aun siendo esta dimensión evidente, la obra se direcciona hacia la mente delirante de Eugenia, retratada con no poca crueldad y cuyos momentos de humor negro dan un tono irreal y  enfermizo, muy bien apoyado por el diseño sonoro de Álvaro Pacheco.
Un aspecto notable es que este personaje esperpéntico y desolado nunca es tratado en la lógica paternalista del enfermo mental. No está acá la típica mirada bienpensante hacia una “víctima del sistema” sino que es una figura que genera cierta distancia afectiva por su torpeza y obsesividad. En este punto, el trabajo de Nona Fernández es notable. Hay una inclinación a los personajes estrafalarios y extremos que se le da de maravillas pero es en su ambivalencia entre la pasividad externa y la locura obsesiva de Eugenia en que la actriz y dramaturga se come el escenario.
De fondo y pensando en el tema que la inspira, hay reflexiones que resuenan fuertemente en el espectador y dan cuenta de sus alcances así como de la vulnerabilidad que genera un sistema completo: “Las cosas no funcionan así. Hay que seguir, hay que aguantar el dolor”. “¿De eso se trata de la vida, de no parar nunca, de vivir siempre el mismo día?”.
Dejamos para el final al sobresaliente diseño escenográfico, realizado por Belén Abarza. Este dispositivo casi abstracto, logra sorprender con el efecto de convertirse en una especie de holograma donde el amigo imaginario (Nicolás Zárate) cobra cuerpo y palabras a través de un ingenioso procedimiento. Estas láminas reflectantes y a la vez pantalla deforman la realidad de lo visto devolviéndonos una imagen distorsionada de los propios personajes e incluso del público, enfatizando el clima mental de una historia que nos envuelve en este drama no solo como testigos, sino que como posibles víctimas, cada uno a su manera.


Prefiero que me coman los perros
Taller Siglo XX Yolanda Hurtado
Del 3 al 26 de noviembre. Viernes y sábado a las 21:00 Hrs. / Domingo a las 19:30 hrs.
$6.000 general, $4.000 estudiantes y tercera edad

Dirección: Jesús Urqueta
Dramaturgia: Carla Zúñiga
Elenco: Nona Fernández, Monserrat Estévez, Cristián Keim, Nicolás Zárate
Producción: Ana Cosmelli
Diseño de espacio e iluminación: Belén Abarza
Diseño de vestuario: Tatiana Pimentel
Diseño sonoro: Álvaro Pacheco
Diseño gráfico: Javier Pañella
Video: Eduardo Bunster
Realización escenografía: Manuel Morgado y Nicolás Muñoz

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