Por Paula Frederick
Para hablar de After Life, la serie original de Netflix, quiero partir con un comentario muy moderado y neutral: ¡Gracias a la vida por Ricky Gervais! Es que cómo no amarlo. El actor- director- comediante- creador inglés, con su cara de pocos amigos y de man next door, sus dientes chuecos, pelada incipiente y humor negro, que raya en lo cruel, paradójicamente se ha transformado en lo más adorable que se pasea por las plataformas virtuales en estos días.
El más cínico y mordaz de los showman británicos, crea en After Life una suerte de alter ego, quizás con algunos guiños a su propia vida. La premisa es clara: Tony es un hombre profundamente enamorado, que pierde a su esposa debido a un cáncer. Sin ella no sabe cómo seguir viviendo. Para ahogarse aún más en sus penas, ve diariamente los videos que su mujer dejó grabados para él, como una especie de mensajes digitales del “más allá”. Mientras ella le dice a través de la pantalla “eres gracioso, eres alegre, le haces bien a las personas, tienes que rehacer tu vida”, Tony encuentra una nueva forma para descargar su rabia contra el mundo: haciendo sentir miserables a los otros.
Así, continúa a enfrentar el cotidiano de un pequeño pueblo en Inglaterra y en el diario local donde trabaja como reportero, siguiendo historias como la de un niño que nació con el bigote de Hitler o un viejo que recibió cinco veces la misma tarjeta de cumpleaños.
Lo único que frena sus ganas de morir es su perro, que lo salva de cada oportunidad de cumplir ese deseo. Y su padre, quien sufre de Alzheimer y a quien visita todos los días, esperando alguna respuesta coherente entre una seguidilla de recuerdos olvidados. La paradoja es que, mientras más insoportable y desdichado se comporta Tony, menos posibilidades de abandono. A más odiosidad, más apego. De sus cercanos, sus colegas, su amiga prostituta, su vecino psicótico, su cartero. Y, por supuesto, de quienes lo estamos viendo a través de la pantalla.
Mientras el personaje acentúa sus propias contradicciones, la serie se debate entre momentos de bullying, humor negro y episodios estilo Hooligan, con diálogos y escenas de profunda reflexión sobre la mediana edad, la vida y la muerte. Y esa dualidad casi vertiginosa es también un reflejo de la sensación que provoca Tony, o Ricky Gervais, en su propia complejidad. El encuentro de emociones que mantiene vivo el interés, la empatía, las ganas de seguir ahí, atentos a lo que va a pasar, a cuál será el próximo paso que llevara a nuestro antihéroe a levantarse de la cama, a decidir no morir. Esa dualidad que no es ficción, sino la esencia misma de la vida.
Como dice su nombre, después de ver After Life puede haber un antes y un después. Quizás no una revelación divina o una epifanía. Pero si una sensación de alegría, de satisfacción, de hogar. De haber visto algo genuino, de humor simple y certero, que no solo te ayuda a salir de tu cotidiano para meterte en otro, sino a crear lazos afectivos con personas sencillas, comunes y corrientes. Una galería de perdedores de apariencia y vidas “nefastas”, que al inicio nos hacen sentir hasta incómodos, pero que se transforman a poco andar en un team de super héroes que queremos correr a abrazar e invitar a nuestras casas. Sobre todo, en tiempos de pandemia.
Probablemente, Ricky Gervais odiaría que intentáramos siquiera sacar una moraleja de After Life. Pero es inevitable. Cada capítulo te deja con un sensación particular. Con la claridad de que algunas cosas son más grandes que nosotros, que no vale tanto la pena cuestionarlas, ni entenderlas, simplemente aprender cómo sortearlas y vivir con ellas. Con eso en mente, se hace más fácil gozar otras cosas de apariencia simple. Como un paseo con el perro en el parque, la conversación con un desconocido que deriva en un hallazgo, un gesto imperceptible de alguien inesperado, que te hace recuperar las ganas de vivir.
Título original: After Life
Creador: Ricky Gervais
Elenco: Ricky Gervais, Tom Basden, Tony Way, Ashley Jensen
Plataforma: Netflix
Duración: dos temporadas
Año: 2019
País: Inglaterra