Crítica de teatro “Amores de cantina”: El desamor perdido en el tiempo

 

Por Carla Alonso

“Qué costumbre más chilena tropezar 100 veces con la misma pena”, se lamenta el personaje de la actriz María Izquierdo en la tragicomedia musical escrita por Juan Radrigán.

Ella es la narradora fantasma y habla desde la muerte sobre amores vencidos, fatales y furiosos, en la cantina de don José, encarnado por Luis Dubó.

“Vengo del país apátrida y oscuro de la muerte”, dice ella al despertar. Con su piel traslúcida, pelo empolvado y vestida con ropas de otro tiempo, la mujer representa de algún modo la figura del destino del teatro clásico griego: escoba en mano y con cantos a capela, que estrujan el corazón, va advirtiendo lo que vendrá para el resto de los protagonistas, en una prosa poética que habla sobre el amor apasionado, el amor obsesivo, el desamor, el amargo sentimiento de creer que se muere de amor, la venganza y la muerte. Porque de eso se trata en esencia Amores de cantina, cuyo texto, siempre vigente, es a estas alturas un clásico del teatro chileno que se puede revisitar una y otra vez.

Aplaudida por el público y la crítica, Amores de cantina se estrenó en 2011 bajo la dirección de Mariana Muñoz y se trata de la primera coproducción del GAM. En el elenco figuran también Claudia Cabezas, Francisco Ossa, Ema Pinto, Iván Álvarez de Araya, Ivo Herrera y Claudio Riveros. Y aunque encarnan personajes marginales, opuestos o solitarios, en escena todos cantan para pasar las penas y beben vino, mucho vino, en esa cantina que también aparece como un lugar sin tiempo. El relato tiene un punto de inflexión cuando llega un hombre desconocido a tensionar el ambiente.

Tanto el elenco como la dirección se mantienen desde su estreno. Si bien el montaje tiene nuevos elementos que hacen un guiño al contexto actual, como el pañuelo tipo capucha que usa en un momento el rockero galán, interpretado por Iván Álvarez de Araya, se echa de menos en su puesta en escena aspectos que remitan también al amor actual, el amor en tiempos líquidos y de hiperconexión, lo que le otorgaría cierta frescura. Aunque han pasado sólo nueve años desde el estreno, en tiempos como los actuales, con la irrupción de las redes sociales en nuestras vidas, hace que el montaje se vea pretérito.

Las actuaciones de María Izquierdo, Luis Dubó, Ema Pinto y Francisco Ossa -este último encarna al borrachito marginal- sobresalen dentro del elenco y a ratos queremos verlos, y oírlos cantar y bailar, sólo a ellos. Sus personajes e interpretaciones son entrañables, evolucionan de modo asombroso durante la obra y le arrancan el corazón al espectador. El resto, guste o no, pasa a un segundo plano con voces impostadas o personajes más planos. En este sentido, la dirección actoral es un punto débil en esta versión de Amores de cantina.

Cuando se transforman en un coro y “rapean” con el puño en alto, o entonan cumbias y boleros, esas diferencias desaparecen y el público se deja llevar en la montaña rusa de humor, melodías y emoción. El recorrido por géneros musicales, donde tienen cabida también las cuecas, rancheras y tangos, transforma la sala grande del Teatro UC en una suerte de cantina donde las personas aplauden y quisieran arrimar su vaso para beber un poco de vino con Rosita, la mujer que habla de un amor pasado que no puede olvidar, o Sofía, la expareja de don José, coqueta y desafiante. Y es que los espectadores a ratos estamos sentados en una mesa de madera en ese bar, inmersos en el frenesí de excesos, gritos, canturreos, música y baile, lamentándonos por nuestros malos amores.

Amores de cantina es la obra más vista en el GAM, con 19 mil espectadores. Por ello, y por ser la primera coproducción del GAM, es la más emblemática del centro cultural.

El montaje fue parte de la cartelera del Ciclo 10 Años del GAM y se presentó en el Teatro UC entre el 11 y el 14 de marzo de 2020.

TEMPORADA SUSPENDIDA HASTA NUEVO AVISO

 

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