Por Magdalena Hermosilla
“El títere es la expresión del imaginario fantástico del ser humano”
Allá por antaño, entre los siglos XVII y XVIII, apareció, entre las brumas del puerto de Valparaíso, un barco mercante llegó cargado de misterios y voces desconocidas. Venía de lejos, quizás de España o Italia, con sus bodegas llenas de telas de colores, espejos, hilos y baúles, traía consigo algo que había fascinado a generaciones en Europa: el arte de los títeres.
En este barco viajaban artistas del teatro circense y titiritero, sus compañías eran modestas pero potentes; el telón que llevaban era una simple lona y sus muñecos, de madera tallada, mostraban rostros con muecas que parecían hablar por sí solas. Los titiriteros habían recorrido los pueblos de Italia, Francia y España, mostrando con sus marionetas historias de héroes y villanos, de justicia y comedia. Decidieron hacer una parada en Valparaíso, un puerto vivo y multicultural, en busca de un nuevo público para sus títeres.
Apenas pusieron pie en tierra, los titiriteros comenzaron a recorrer las calles del puerto, atrayendo a los curiosos con el retumbar de un tambor pequeño y los ecos de risas y voces que salían de sus baúles. La primera función fue improvisada en una pequeña plaza cerca del mercado, donde niños y adultos se congregaron, atraídos por la novedad. Esa noche, bajo las estrellas y con el murmullo del océano de fondo, los habitantes de Valparaíso vieron por primera vez cómo aquellos personajes de madera tomaban vida en sus retablos.
Las historias no solo hacían reír y maravillar a quienes miraban; también llevaban mensajes de crítica social, disfrazados de bromas y diálogos entre personajes de madera. Las marionetas cuestionaban a los poderosos y reivindicaban a los débiles, algo que el público chileno no tardó en abrazar.
De Valparaíso, el arte de los títeres comenzó a viajar por el país. En cada ciudad y pueblo, las representaciones de los titiriteros se volvieron populares, y otros artistas chilenos comenzaron a aprender y crear sus propias marionetas y espectáculos. Así, de plaza en plaza, en mercados y pequeños teatros, el teatro de títeres fue echando raíces en la cultura chilena, hasta convertirse en una forma de expresión y resistencia en tiempos difíciles, como los que vendrían décadas después.
Y así, desde ese primer desembarco, los títeres en Chile se convirtieron en algo más que un simple entretenimiento: se transformaron en un reflejo de la identidad del país, una recolección de su historia, una voz para quienes no la tenían, y una risa liberadora en los momentos más oscuros. El teatro de títeres en Chile, tuvo sus orígenes en las plazas de los pueblos, enmarcados en los espectáculos populares y dentro de lo que Oreste Plath, famoso investigador y escritor del Folklore chileno, llamó “teatro de la mendicidad”. Se tienen referencias sobre titiriteros, generalmente extranjeros, que en los siglos XVII y XVIII recorrían el país con sus retablos, sin contar con la simpatía ni el apoyo de las autoridades, razón por lo cual no tenían acceso a los teatros. Hay noticias en Talca (1780), y en Copiapó (1796).
El primer teatro que se construyó en Chile, fue en el año 1802, en un lugar llamado el Basural de Santo Domingo, por Joaquín Oláez Gacitúa, español, acróbata y volantinero, llegado desde Buenos Aires. Entre las actividades que le dieron renombre, destaca una función que dio en el Palacio de la Moneda a favor de los niños abandonados. Durante la época colonial, en las tertulias, las sombras chinescas, proyectadas sobre un lienzo o pared hacían las delicias de chicos y grandes sin más ayuda que las manos de algún hábil prestidigitador y una vela de esperma.
A comienzos del siglo XIX, con la llegada de algunos artistas que eran a la vez acróbatas, volatineros, equilibristas y titiriteros, se inició una tradición que ha tenido altibajos en los dos siglos siguientes. Durante largo tiempo, fueron artistas de origen europeo y, luego, argentinos, los que profesionalizaron los espectáculos de muñecos. A esto le siguió una tradición de marionetistas chilenos que continuaron con el legado que ya en Chile, llevaba siglos en desarrollo, poco a poco, posicionando su arte como una expresión popular digna de reconocimiento a gran escala. Aquellos barcos mercantes llenos de turistas con sus telas y misterios, forjaron el camino para uno de los espectáculos más interesantes, conmovedores e inspiradores del país.
La compañía de teatro Viaje Inmóvil, por decimosegundo año consecutivo, recoge esta tradición de recibir en nuestras tierras, a titiriteros de todo el mundo, mientras que muestra también a destacados artistas marionetistas de la esfera nacional. Se trata del Festival Internacional “La Rebelión de los Muñecos”, un evento anual enfocado en difundir el Teatro de Animación. El festival programa espectáculos nacionales e internacionales que trabajan e investigan técnicas de manipulación de objetos, marionetas, títeres y formas animadas. En sus 11 versiones han participado países como Argentina, Perú, Guatemala, España, Brasil, Colombia, Francia, Inglaterra, EEUU, Bélgica, Alemania y Países Bajos.
Este año, la inauguración del festival se dió de la mano del gran marionetista Jordi Bertran, un artista catalán de una larga trayectoria, que nos deleita con su obra Antología, su ópera prima, que se estrenó en 1987 y continúa en repertorio hasta la actualidad, visitando escenarios de los cinco continentes desde hace más de veinte años.
Bertran es reconocido internacionalmente como uno de los grandes especialistas en la manipulación de marionetas, trayéndonos un espectáculo que comprende que muestra su gran talento, desde siete escenas musicales y teatrales donde el movimiento, el detalle insinuante y el gesto orgánico, producen un magnetismo hipnótico que cautivan al espectador. Estructurado sobre la fórmula del cabaret, en Antología las escenas se suceden en una estudiada cadencia, fundiéndose el ritmo del propio espectáculo con la carga emocional de cada uno de los personajes recreados por el marionetista, a quienes da vida a través de los hilos: personajes conocidos y presentes en el imaginario colectivo, personajes anónimos inspirados en el mundo del circo, del teatro y de la cultura.
El trabajo de Bertran como marionetista comienza en el año 1977, cuando coincidió con un grupo de titiriteros de la Barceloneta, el barrio de los antiguos pescadores de Barcelona, el “Grupo Taller de Marionetas”, dirigido por Pepe Otal, descubriendo así el poder de fascinación y la capacidad de comunicación de los títeres. Posteriormente, formó parte de dos grupos: “El Col·lectiu d’Animació de Barcelona” (1978), dirigido por Carles Cañellas, y “La Companyia Ambulant Els Farsants” (1979-1987), de la cual fue cofundador.
En 1987 funda su propia compañía, con la intención de difundir el arte del títere y de llegar, sobre todo, al público adulto, convirtiéndose ésta, gracias al esfuerzo de muchos artistas y colaboradores, en una de las más reconocidas y prestigiosas de España. Ha obtenido numerosos premios nacionales e internacionales, participando en los más importantes festivales de artes escénicas del mundo, haciendo giras por más de cincuenta países, y trabajado en programas televisivos. En la vertiente docente, Jordi Bertran también ofrece cursos de construcción y manipulación de marionetas y títeres, en su Taller del Parque, de Barcelona. También da y ha dado cursos internacionales en muchos países, incluyendo Chile.
Cuando entré a la sala del teatro viaje inmóvil, cegada por la encalindación de la luz exterior, me senté en la escalera. La sala del teatro estaba llena. Cuando logré discernir más que solo sombras, me sorprendió ver gente de absolutamente todas las edades, desde niños y niñas pequeño/as, jóvenes, adultos y personas mayores. El disclaimer de la invitación “apto para todo público” no fue en vano. Quizás tenemos asociado demasiado el arte titiritero con las niñeces, con un humor inocente, ridículo y simple; diálogos cortos; y un asombro de la técnica desde la mirada ingenua y cándida de la infancia, sin los juicios, tribulaciones e ideologías de la vida adulta… en eso estamos en lo correcto.
Y es que el teatro de marionetas nos transporta a una etapa más sencilla, teniendo una sensibilidad profunda que solo los grandes artistas logran traer a puerto de forma tan pura y sincera, un tipo de sensibilidad que solo los ojos de lienzo en blanco de la infancia logran percibir con el mismo grado de amplitud y riqueza. Esto no significa, claro está, que el teatro de marionetas pueda ser exclusivamente disfrutado por las infancias, sino, que es un espectáculo que nos convierte a todos en niños nuevamente, llenos de asombro, imaginación y risas sinceras.
Antología, con una precisa escenografía, apoyada por un delicado tratamiento de la luz, se muestra desnuda, haciendo explícita la manipulación de Bertran en cada uno de sus segmentos, se realiza a vista del espectador y muestra la interacción entre marioneta y marionetista. Esto permite hacernos conscientes de la gran habilidad y talento de su artista, de toda la variada gama de títeres, las marionetas son las que precisan de una exigencia técnica más elevada, por ser títeres articulados y accionados por el manipulador, mediante un mando desde donde se tensan y destensan los hilos, para poder dirigir los movimientos de la figura. Y gracias a la puesta en escena de esta obra, simple y precisa, en cada movimiento de tensión y distensión de los hilos, se puede evidenciar como la relación entre creador y objeto deriva en una coreografía estudiada y precisa, técnicamente perfecta.
Este es un espectáculo donde el virtuosismo es el resultado de muchos años de trabajo: cada articulación, gesto o contrapeso han sido estudiados con profundidad para conseguir que los personajes que desfilan delante del espectador –Louis Armstrong, Dalí, Pep Bou, el payaso Toti Tipon– consiguen una vitalidad capaz de evocar el frágil universo de las burbujas, el surrealismo daliniano o el contorsionismo y humor del derviche. Es un espectáculo que nos conmociona, nos hipnotiza y nos hace reír. Sentí como si volviera a tener cinco años, donde el mundo entero es una maravilla que contemplar, un misterio por descubrir, una ilusión que pocas veces se vuelve a sentir en la vida.
Ahora bien, está claro que el teatro de marionetas, animación y máscaras también puede tocar temas duros y serios, meterse en esferas políticas y problemáticas sociales. En Chile, durante las décadas de 1960 y 1970, los títeres ganaron bastante terreno como un medio de comunicación y crítica. Incluso artistas como Víctor Jara o compañías reconocidas como los Títeres de la Chupilca, utilizaron los títeres en obras de teatro político, influenciados por el teatro popular y el teatro de calle, dando lugar a que la escena titiritera se consolidara como una herramienta de concientización. Con el país experimentando intensos movimientos sociales, el teatro de marionetas fue adoptado como un medio para comunicar mensajes a la clase trabajadora y a sectores populares que se identificaban con las luchas de la época.
Durante la dictadura, el teatro de títeres también tuvo un rol importante en la resistencia cultural, aunque muchos artistas enfrentaron censura. Si bien enfrentaron una censura considerable, los titiriteros y sus compañías siguieron trabajando, a menudo en circuitos clandestinos o de baja visibilidad, utilizando personajes y metáforas que les permitiera burlar la censura y continuar promoviendo una visión crítica de la situación social y política del país. Pero también fue una época donde surgieron nuevas compañías y movimientos importantes como la compañía de Teatro de Muñecos Guiñol, de Ana María Allendes, en 1983, que se destacaba por su constante búsqueda e incorporación de nuevas técnicas. Ese mismo año, se realizó el Segundo Festival Internacional, en Viña del Mar, con la participación de las compañías Guiñol, Bululú, Girasol, Los de Ferrari, Adelaida Negrete y Helma Vogt, entre otras. Dando lugar al nacimiento de la Unión de Marionetistas de Chile, Unima-Chile.
Por lo que en nuestro país, el oficio del teatro tradicional de títeres se yergue desde la cultura popular urbana, una expresión patrimonial del arte, cultura e historia del país. Es un arte sincrético que ha perdurado en su vertiente tradicional por más de cinco siglos en América Latina, y que trae a nuestro ojos inocentes de la infancia, la recreación de historias y relatos que muestran mundos reales, fantasiosos, y que a menudo contienen episodios de nuestra historia, moralejas éticas o enseñanzas de vida; que cuentan verdades de una forma satírica y mantiene vivas historias locales y saberes que forman parte fundamental de nuestras identidades, rescatando el patrimonio o cultural y natural del país.
El teatro de marionetas puede ser tanto ilusión, fantasía y ensoñación, como puede ser política, acusación y satirización. Es una disciplina artística como ninguna otra, creada por artistas de grueso calibre y gran talento y habilidad, que puede apelar a todo tipo de público gracias a su gran variedad de temas, técnicas y narrativas. Es una tradición que lleva en la región y nuestro país hace más de tres siglos, y que solo recientemente ha logrado salir de su estereotipo de “arte menor” o “subdisciplina del teatro” y ser posicionada en la esfera cultural como un ente independiente, significativo y vigente de las artes escénicas en Chile, incluso formando parte de la Ley de Artes Escénicas y las políticas patrimoniales del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.
Y es por eso, que agradezco con corazón de niña a aquellos barcos mercantes que tocaron puerto alguna vez en aquella brumosa ciudad de Valparaíso. De dónde bajaron aquellos extraños personajes que hablaban lenguas distintas, con historias interesantes de sus tierras lejanas, vestidos de túnicas de colores brillantes, con la cara pintada, los pelos parados, largos bigotes e hilos colgando de sus extremidades… ah, y también, a las marionetas que trajeron con ellos.
Ficha técnica
Título: Antología
Duración: 45 minutos.
Dirección, dramaturgia e interpretación: Jordi Bertran
Operación de iluminación y sonido: Isabel Martinez
Vestuario: Ma. Dolors Fernández.
Coordenadas: El XII Festival La Rebelión de los Muñecos, estará desde el 9 de noviembre al 15 de diciembre, en su sede principal del Teatro Viajeinmóvil (Pasaje Adela 2151, Independencia – Metro Plaza Chacabuco, L3) con extensiones en La Serena, Puerto Varas, Valparaíso, Isla de Maipo y Lampa. Las entradas y la programación están disponibles en www.teatroviajeinmovil.cl.