Por Claudio Garvizo
La vigilancia permanente reprime el deseo de los cuerpos femeninos. Sería, a mi juicio, una posibilidad de premisa dramatúrgica para Casa cerrada, la tercera propuesta escénica en modalidad virtual creada por Colectivo de Artes Escénicas La Comuna. Se trata de una adaptación queer de La casa de Bernarda Alba, una de las últimas obras teatrales del dramaturgo Federico García Lorca (1898-1936), cuyas funciones en cartelera, a través del canal de youtube de la compañía, continuarán los días 9, 10 y 11 de diciembre, a las 21 horas. El montaje es un proyecto que cuenta con financiamiento del Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes, convocatoria 2020 del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.
La casa de Bernarda Alba, escrita en 1936, el mismo año en que estalló la Guerra Civil Española, constituye la consagración del teatro lorquiano. El lenguaje lírico propio de los primeros años de escritura de García Lorca acá aparece depurado en las acciones que transcurren durante los tres actos de la obra. Un lirismo que expresa lo agobiante de ese universo de encierro y opresión en el que viven cinco hermanas ―Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela― que, por estricta ordenanza materna, deben llevar un luto permanente por la muerte del padre. El control y la dominación que ejerce Bernarda en sus hijas es un reflejo del autoritarismo imperante en España a mediados de los años 30.
Ese universo es recogido notablemente por los integrantes de Colectivo La Comuna, al instalarlo en un Chile actual, en una ciudad cualquiera del país ―bien podría ser Santiago― en contexto de revuelta social, confinamiento y crisis sanitaria. Angustias (Santiago Rodríguez), Magdalena (Pablo Rojas), Amelia (Mario Álvarez), Martirio (Ariel Lagos) y Adela (Manuel Díaz) van colocando en tensión las secuelas que en cada una ha ido dejando la reclusión hogareña impuesta por la pandemia.
En esta versión, la rigidez e imponencia corporal de Bernarda es explicitada solo al comienzo, en una secuencia audiovisual que intercala pasajes de la película homónima, dirigida en 1987 por Mario Camus ―protagonizada por la actriz española Irene Gutiérrez Caba―, con imágenes en blanco y negro en las que aparecen las hijas queer interpretadas por los actores. La particularidad de esta edición radica en los recursos utilizados para alcanzar ese tono melodramático resaltado por el equipo artístico: musicalización y primeros planos de rostros que reflejan la contundencia gestual de los personajes.
No obstante, dicha tonalidad adquiere ribetes de tragicomedia por el modo en que ellas dialogan acerca de sus pulsiones coartadas, del inminente matrimonio de Angustias con Pepe el Romano, de la abuela María Josefa (Santiago Rodríguez) ―que además ha sido encerrada por loca― y de la violencia policial desplegada en las calles.
En términos visuales, eso tragicómico también es coherente con la estética kitsch que predomina en los fondos diseñados para la inserción de los planos, como asimismo en el maquillaje y vestuario de las cinco hermanas. Una dosis de exacerbación que trasciende a una mera forma, puesto que aparece como un signo revelador de esa necesidad imperiosa, y triste a la vez, de desear salir al mundo tal como son.
En Casa cerrada, el ansia de rebelión no es sólo contra la madre, sino que contra todo un sistema que ejerce violencia física y psicológica hacia lo femenino. Por tanto, lo que estaría relevado como discurso es la agresión sobre ese cuerpo femenino, más allá de si este último corresponde sexual o genitalmente al de una mujer o un hombre.
Ellas temen ser golpeadas por los “pacos” que repelen a los y las manifestantes que han salido a las calles a reclamar por la ausencia de sus derechos sociales. Intentan apaciguar ese miedo entrometiéndose cada quien en la vida de la otra; sin embargo, el mecanismo parece cada vez más feble. La disputa por el amor de Pepe el Romano entre Angustias y Adela termina resquebrajando ese estado, dejándolas aún más vulnerables.
La golpiza no llega precisamente de la mano de los carabineros, proviene ni más ni menos que del esperado novio de Angustias. La agresión que previamente opera como una capa en apariencia invisible, pero que las ahoga tanto como el calor; con la embestida de Pepe el Romano muta a un acto concreto y que deja huellas profundas en estos cinco cuerpos. Así, la violencia del espacio exterior, materializada a través de una sonoridad compuesta por disparos y por el pulular de los helicópteros policiales, ingresa al espacio interior y sofocante del que anhelan salir.
En esta relectura de La casa de Bernarda Alba, la muerte de lo masculino (simbolizado en el trágico final de Pepe el Romano) es llevada al paroxismo, mediante un tejido audiovisual devenido en poesía. Me refiero a una bella secuencia, en la que las cinco hermanas queer arrastran un bulto ―que simula el cuerpo asesinado de Pepe― por una de las riberas del río Mapocho. La luz de la hora del crepúsculo no sólo refuerza una atmósfera en la que prevalece el gesto de la liberación, contribuye a la vez a acentuar la dimensión política que subyace en la decisión directorial de Diego Agurto Beroiza y Carlos Briones de situar en esa zona dolorosa de la ciudad la resolución del conflicto.
Título de la obra: Casa cerrada
Dramaturgia: Colectivo La Comuna
Dirección: Diego Agurto Beroiza y Carlos Briones Pino
Elenco: Santiago Rodríguez, Pablo Rojas, Manuel Díaz, Mario Álvarez y Ariel Lagos.
Técnico en virtualidad: Fabián Gómez Morales
Gráficas: Fogata Cultura
Videos: Wincy Oyarce y Colectivo La Comuna
Asistencia teórica: Soledad Figueroa
Producción: Bárbara Donoso
Voces en off: Verónica Beroiza, Cecilia Costabal, María Luisa Rivera, Ana María Pino, Yasna Morales, Elizabeth Román y Jessica Salas
Día de funciones: miércoles 9, jueves 10 y sábado 11 de diciembre
Horario : 21 horas
Valor de ticket: 2.000 gral
Reservas: produccionlacomuna@gmail.com