Crítica de Teatro “Delirio”: Amor en tiempos de crisis (o viceversa)

Crítica de Teatro

“Delirio”: Amor en tiempos de crisis (o viceversa)
Por Jorge Letelier

“Somos normalmente inestables”, dice el personaje de Néstor Cantillana en “Delirio”, y esta frase parece resumir el espíritu que sobrevuela esta cáustica obra del dramaturgo alemán Falk Richter, estrenada originalmente en 2014 y remontada desde este fin de semana en el Teatro Camilo Henríquez.
Porque el mundo que pinta la pieza dirigida por Heidrun Breier es el de la hiperconectividad y la contradicción, esa sociedad de la información que ha creado individuos aislados pero enfermizamente dependientes de la masa y marcados con un ilusorio anhelo de libertad. Y lo hace apelando al sentimiento más primigenio de todos, el amor, el territorio más íntimo y personal que va quedando en esta época de exposición casi pornográfica.
Una pareja en crisis. Él recuerda cuando se conocieron y cuánto extraña su cercanía en el presente. Lo hace a través de dos puntos de vista, en primera y tercera persona y a través de un micrófono, lo declama al público generando un puente interesante entre ambos discursos. Ella (Macarena Teke) funciona también como una voz en off y le enrostra que él ya no la mira a los ojos y que no quiere tener un hijo. Las certezas, especialmente de él, se van desarmando a medida que se introduce el factor externo en esta relación, la presencia de una sociedad de consumo que mediatiza cada gesto, cada sueño y cada fragmento de futuro.
Las redes sociales, y en especial Facebook, son el ejemplo con que Richter parece afirmar que esta sociedad hiperconectada ha coartado hasta el más mínimo atisbo de individualidad. La alienación provocada por la obsesión de validar frente a la masa la propia relación, en tomada aquí a través de un tono absurdo, con un canto y baile caótico en que aparece un tercer personaje, que luego se convertirá en uno de los mayores símbolos capitalistas de estos tiempos a la deriva: el coach (Eduardo Herrera).
El escenario desnudo, donde vemos las paredes vacías y solo un piano al centro, orquesta una sensación de abandono que Heidrun Breier siempre se encarga de matizar con humor y sentido lúdico. La opción por el minimalismo escenográfico y una tendencia al distanciamiento narrativo y conceptual, un rasgo tan propiamente del teatro alemán contemporáneo, ha sido explorada por la directora en anteriores montajes (“Bajo hielo”, del propio Richter, “Filóctetes”), donde la iluminación directa y sin artilugios termina siendo un factor preponderante, lo mismo que la sonoridad atonal del piano.
La opción de fragmentar los diferentes planos narrativos, como la dramatización misma, la narración directa al público y el micrófono como mediador extra diegético, complementan esa sensación de fragmentación emocional y de orfandad en que se mueven los personajes respecto a un entorno invisible pero que los aprisiona. Estos sujetos enajenados, que buscan en un coach que se define a sí mismo como trader (especulador financiero) las respuestas a sus malestares, son el arquetipo de esta sociedad que ha sido transformada dramáticamente por la información, internet y las redes sociales.
Este punto es el más interesante del montaje, puesto que el personaje masculino busca la validación de su pareja justamente en la visibilidad en las redes, en el “me gusta” de su mujer como autoafirmación del yo, anulando la pequeña esfera íntima que va quedando del alma para encontrar lo puro y original de cada persona. La alusión a Facebook como el causante de esa urgencia por exponerse y alterar el normal curso de los afectos personales, relaciona directamente el texto de Richter con las ideas del filósofo coreano Byung-Chul Han, para quien el hombre ya no es parte de una sociedad de masas sino que de un “enjambre digital”, definición que el propio personaje de Cantillana nombra directamente: una red de individuos cuya individualidad y voz común ha sido coartada para evitar su pensamiento crítico y por ello, la rebelión ante el poder impuesto.
Los tres intérpretes están ajustadísimos entre sí, con manejo de la comedia y el absurdo, pero es Cantillana quien se luce con una composición intensa e impredecible, similar a lo que hizo en “Demonios” y donde demuestra ser uno de los actores más completos del teatro local. Habría que obligarlo por contrato a hacer al menos dos obras al año, es una delicia verlo en escena.
Otro acierto de la dirección de Breier es la forma en que equilibra el malestar “político” cubierto de paranoia (las alusiones a la “especulación financiera” en boca de Cantillana se repiten varias veces), y el sentimiento de deriva del personaje masculino ante la inminente ruptura, ejemplificado brillantemente en la escena en que aporrea borracho el piano. Esa relación inevitable y contradictoria entre la individualidad disminuida, carente de certezas y buscando vanamente la libertad, versus el sistema capitalista que exige visibilidad como reflejo de un comportamiento convertido en consumo. El personaje del actor asiste a su propio derrumbe cuando afirma que «tal vez sea un error creer que dos personas puedan ser felices juntas; tal vez diez o veinte pueden serlo», o cuando pone en entredicho la sacrosanta institución de la maternidad.
La sensación de pesimismo reinante no alcanza a teñir el tono juguetón del montaje, donde la desmesura expresiva juega un papel central. El delirio final, aludiendo a una revuelta estudiantil en Hamburgo (ciudad natal de Richter) y la idea de la involución de la especie es algo confusa respecto al efecto de esta transformación de la sociedad de masas, así como el “efecto Facebook” ya no se ve tan conspirativo como hace cuatro años (de hecho como red social viene en franca decadencia). A juzgar por los acontecimientos recientes, queda la idea de que la crisis (personal, política, económica) ya es un estado permanente y no un catalizador posible para un cambio de paradigma. Como dice un personaje en una carta a su madre: “¿Cómo era la vida en tu época?”
Delirio
Dirección: Heidrun Breier
Dramaturgia: Falk Richter
Elenco: Néstor Cantillana, Macarena Teke y Eduardo Herrera.
Diseño sonoro: Pablo Aranda
Traducción: Margit Schmohl
Producción: Inés Bascuñán
Teatro Camilo Henríquez. Amunátegui 31, Santiago. Jueves a sábado, 21:00 hrs. hasta el 24 de marzo.
General: $6.000, estudiantes y tercera edad: $4.000

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