Por Juan José Jordán
Para nadie es un misterio que las fronteras y las zonas aledañas son territorios duros. Lejos de la capital, con esos parajes llenos de silencio, son el caldo de cultivo para cualquiera que decida hacer las cosas a su modo, por muy bandido que sea.
La obra Desierto toma un caso real que tuvo como consecuencia que cuatro carabineros fueran desvinculados de la institución. Septiembre 2015, Alto Hospicio. Una detención rutinaria se convierte en la desaparición de José Vergara, un hombre esquizofrénico al que luego de sacarlo de su casa por una situación de desorden domiciliaria, es abandonado en el desierto. Incorporando las declaraciones judiciales y la dinámica entre ellos, la obra logra una interesante puesta en escena que permite reflexionar en la relación entre carabineros y la sociedad.
La obra comienza con una conversación adecuada para formarse una idea sobre el tipo de mundo en que transcurrirá la narración. Un carabinero relata el robo que sufrió otro uniformado de su auto recién comprado. Buen auto. Tiempo más tarde detienen al presunto responsable en un procedimiento de rutina y el afectado por poco lo mata de una golpiza. Al lado, su superior permanece impasible, sin sacarse los lentes de sol. Se nota que ha visto mucho y no se va a sorprender por una simple paliza del montón. En eso suena la bocina. El resto los espera impaciente en el auto. Tienen que ir a hacer el patrullaje de rutina y al parecer están tarde. De esta manera, la obra será la reconstrucción de ese día en particular y el cuestionado procedimiento, desde las declaraciones de los involucrados.
Con un estilo que recuerda de cierta manera al teatro de Chéjov, se incorporan los tiempos muertos como materia dramática. Momentos en los que no sucede nada, pero que son relevantes para la creación de la atmósfera. Esto se ve con especial énfasis en los momentos en que están haciendo las rondas de inspección en el vehículo institucional. Permanecen en silencio hasta que el más joven y el único que viene desde Santiago, pregunta: “¿Vieron el partido ayer?”. Nadie contesta. Después de unos momentos vuelve a insistir: “Las cagó el Alexis”, el resto permanece en silencio. Es interesante que la obra se atreva a estirar el elástico y desafiar al espectador. No tiene porqué siempre estar pasando algo y es posible incorporar el silencio como modo forma de comunicación.
Es un mundo duro habitado por personajes que producen incomodidad. El retrato que se hace de ellos es consiste y en eso juega un rol fundamental el lenguaje y cómo interactúan. Cuando una persona está en su círculo de confianza más cercano, sin temor a que sus opiniones se hagan públicas, sería extravagante que siempre se expresara de forma mesurada y respetuosa. Si a esto, propio de la comunicación humana, se le agrega en consideración la dureza propia del ambiente, se entenderá que es esperable encontrar expresiones de grueso calibre, que pueden resultar chocantes, porque se trabajó con la idea que las personas no se expresan como debiesen hacerlo en un mundo ideal; lo hacen en este, uno que está lejos de ser ideal y donde el afecto tiene la misma relevancia que el sometimiento y el poder.
La única presencia femenina es la que está en los diálogos entre ellos. Están todos casados o se aprontan a hacerlo, pero eso no altera su percepción de la mujer como un ser cuya función es satisfacer al hombre y listo. Esta misoginia tiene relación con el tipo de humor que tienen. Hay frecuentes alusiones sexuales hablando de las parejas de los demás. Pero también hay una dinámica de humor homosexual, estrechamente relacionada con la idea del poder y el matonaje. Por eso, cuando ya están pasados de tragos y alguno se agacha viene otro por atrás y hace la simulación del coito, en lo que es una representación de poder y sometimiento más que otra cosa. Esto, el sometimiento y la violencia, atraviesan la obra como una flecha. Incluso cuando están en modo jocoso bromeando (en una escena chistosa en que los cuatro cuentan chistes, que se alarga un poco más de la cuenta) siempre se percibe cierta tensión y el respeto tácito al Capo del grupo. Así mismo, también hay escenas de violencia física, relacionadas al hecho que los hace cómplices y la necesidad de unificar las versiones.
La verdad, si es que existe, es difícil de encontrar. Y más aún cuando se trata de reconstruir un hecho para el que la única fuente son los testimonios de algunas personas. Las declaraciones de los carabineros difieren entre sí, recordando un poco al juicio de Rashomon (1950), la película de Akira Kurosawa que reconstruye un asesinato a un samurái a través de distintos testimonios. Si bien acá las versiones no difieren tanto, están lejos de formar un mismo relato conciso que permita despejar dudas de qué fue realmente lo que sucedió con José Vergara.
La puesta en escena integra distintas técnicas audiovisuales que aportan en fluidez. El uso de cámaras está integrado de forma original, permitiendo distintos usos. Así, cuando un uniformado se para sobre una silla para recitar un discurso sobre la mujer, en un tono que recuerda al personaje de Tom Cruise en Magnolia, la pantalla del fondo proyecta su cara desde ángulos que lo hacen ver imponente o como cuando tiene lugar una conversación entre dos carabineros adentro del automóvil, al proyectarse en la pantalla aparece el fragmento correspondiente a al espejo retrovisor en la que aparecen fracciones de las cara del conductor y su interlocutor, reproduciendo una clásica técnica cinematográfica, muy de series detectivescas. El uso de los micrófonos también merece atención. No es que esté en un atril al que los actores se acerquen (una solución escénica que es muy difícil que quede bien); son micrófonos ambientales que unas personas vestidas de blanco mantienen suspendidas sobre la acción, lo que permitan que puedan hablar despacio, a veces casi susurrar y se entienda. Esto permite una diferencia con el estilo de actuación al que el común de la gente puede asociar con la actuación teatral, como algo más propio de hablar fuerte y declamar. Así mismo, cuando los carabineros están dando sus declaraciones, se proyecta un plano con miniaturas que grafica lo que van diciendo. Entre los elementos que no tienen un resultado satisfactorio se puede mencionar la información referente al caso que se proyecta al término de la función. Esto, característico de cierto tipo de cine, le da a la obra un carácter documental que no está bien integrado y, además, se extiende un poco más de la cuenta. Esa información condiciona la percepción del espectador, lo que no sucede en el transcurso de la obra, donde se busca la representación de un mundo, libre de juicios. Hubiera sido preferible que los interesados hubiesen investigado en otro momento, en lugar de terminar de aquel modo. Pero no se trata de algo que empañe el resto ni mucho menos.
Una puesta en escena novedosa, con una dramaturgia que integra distintos registros, facilitando una reflexión en torno a la compleja relación que se da entre la población civil y carabineros en aquellas zonas que, en rigor, son un poco tierra de nadie y donde, si pasa algo, habrá que preguntarle al viento.
Ficha técnica:
Título: Desierto
Dirección: Mario Monge
Dramaturgia y asistencia de dirección: Tomás Henríquez
Diseño integral: Kristián Orellana e Isidora Páez
Asistencia de diseño: Flori Aguilar
Diseño sonoro: AjiZu
Elenco: Rafael Contreras, Juan José Acuña, Linus Sánchez, Paulo Stingo, Ignacio Cares, Camilo Arancibia, Mariano Fernández.
Producción general: Almendra Ovalle
Prensa y comunicaciones: Mariana Hales
Edad Recomendada: 14 años
Duración: 70 min
Coordenadas
Desde el 16 al 26 de noviembre
Jueves a sábado a las 20.30 hrs
Domingo a las 20.00 hrs.
Teatro Mori Bellavista
Entradas a través de www.ticketmaster.cl/event/desierto-bellavista