Por César Cancino
En términos sencillos, August Strindberg es uno de los principales dramaturgos suecos de todos los tiempos. Estudiado, montado, revisitado y maldecido, es un autor usual en las escuelas de teatro cuando se pasa aquel contenido llamado “realismo”. En nuestro país ha tenido ciertas visitas escénicas favorables. Basta recordar los montajes de autoría de Cristian Plana (La señorita Julia), de Teatro La María (La gaviota, Padre), y otros. Es un autor seguido y respetado por su visión profunda de las conductas humanas, y ahora desacreditado por su misoginia y heteronormatividad. Hoy, es la directora y docente Alejandra Gutiérrez quien lo lleva a escena con un texto nunca estrenado en Chile: El vínculo.
Desde los humildes y dignos murallones de la sala Sergio Aguirre, de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, Gutiérrez se hace cargo de conminar a tres jóvenes actores: Camila Donoso, Juan José Acuña, Sebastián Plaza y, a un clásico a esta altura, Humberto Gallardo.
Son difusas las premisas de este montaje. Son poco perceptibles. Fundamentalmente, se narra la historia de la separación complicada de un matrimonio de Barones, el ejercicio mojigato de un juez, y la intromisión (era que no) de un Pastor, que, al parecer, delimita las conductas morales de los habitantes de ese lugar, y que además es persona de consulta de este juez que debe dirimir en buenos términos la separación, donde hay hijo y dote de por medio.
Hasta el momento otra teleserie más, donde a medida que trascurren los minutos nos iremos enterando de secretos, deseos no resueltos, decisiones mal tomadas, cartas, desamor, conveniencia, dinero, odios y violencia doméstica. Y la mano, siempre atenta, de la fe metida en medio.
En un montaje muy sencillo, en sus recursos estéticos, presenciamos el ejercicio de intérpretes que comprenden o no de lo que se trata la peripecia. Y de sus capacidades de proyectar esa comprensión, para que a través de ellos y sus decisiones podamos empatizar con este variopinto estudio de Strindberg. La pareja protagónica, interpretada por Camila Donoso y Juan José Acuña (El automóvil amarillo) no logra despertar ninguna inquietud casi en ningún sentido. Solo se dedican a exponer textos, sin imprimirle punto de vista ni la tensión necesaria, en especial cuando se empieza a descubrir la podredumbre y el vicio. No nos enteramos de porqué quieren separarse, de porqué estuvieron juntos, si les importa o no tener un hijo, etc. En ese sentido, jamás se problematiza. Por lo tanto la peripecia no corre. Acuña carece de potencia para imponerse frente a una Camila Donoso que maneja unos tiempos y un pauseo innecesario. La dirección intenta que se manifieste el deseo, y desde allí el odio y la violencia. Pero la obra no escala. Nos vamos enterando de cosas, y las pasiones no se detonan. El personaje que expone Donoso claramente pertenece al universo freudiano de la histeria, donde lo sexual y el contoneo de las caderas, y el permanente impulso erótico podrían generar alguna reacción de necesidad de posesión o violencia por parte del rol masculino, cosa que también propone la dirección, pero que no ocurre. La actriz presenta una cinésica extraña e inconducente, la cual es respondida con muy pocos matices por parte de Acuña.
Luego ingresa el juez, a cargo de Sebastián Plaza, quien sí comprende y conduce con mucha mayor soltura este “estilo” o “manera” que al parecer existe para enfrentar un texto de hace dos siglos, que en todo caso no hace más que exponer los más obvios conflictos humanos, pero con su qué Strindbergniano. Plaza logra tener opinión, proyectar comprensión y problematizar su presencia en la escena, que matiza de manera interesante y cautivadora. Se pierden eso si sus esfuerzos cuando arma el trío con la pareja protagónica: ahí pierde fuerza, y en vez de levantar la escena cae en el ritmo que traen los otros, y en las zonas álgidas del desarrollo de la trama, la misma carece de intensidad, por tanto, de interés.
Humberto Gallardo, por su parte, recurre a su oficio tradicional no innovando en lo absoluto su mirada frente a lo teatral, al desarrollo de su personaje ni al desembrollo de la trama propuesta por Strindberg.
Hay varias decisiones que nos parecen interesantes de comentar. Partiendo por el Pastor, desarrollado por Gallardo. No comprendemos que, cuando claramente la idea de incluir a ese personaje era comentar la vigilancia sempiterna de lo espiritual-religioso, no se haya optado por revestir a Humberto Gallardo de un traje de cura. Al contrario, se le viste de camisa y corbata más parecido a un abogado, en el mejor de los casos. Entendemos que, quizás, en el universo de Strindberg los pastores se vistan así, pero el teatro exige una traslación justa de época y sentido. Para nosotros, para Chile, y para el común los que llevan la bandera moral y la costumbre de meterse en áreas que desconocen son los curas. Cuando se habla, como en la obra, de las “partidas de la parroquia”, inevitablemente uno ve una sotana. Por qué no haber optado por un cura anglicano o protestante, por último. Pero se nos hace necesario ese cruce. Básico pero sumador. Ahora, si la idea era hacer un guiño a la imagen de los “pastores” en Chile, que uno los relaciona con la confesión evangélica, y que más encima están en la palestra por los robos sistemáticos de su actual líder espiritual, podría haber sido conducente. Pero lo propuesto por Gallardo era más cercano al curita del pueblo. Mientras el vestuario hablaba de otra cosa.
Hay otro detalle con relación al desprecio actual por la dramaturgia de Strindberg debido a su visión de las mujeres y de lo femenino. En esta obra se abría una ventana muy interesante relacionada al tema del género y de la igualdad: en un momento el personaje femenino declara: “Mi mayor dolor es no haber sido hombre”. Vaya cúmulo de posibilidades entregado por esa clave. Por ahí se podría entender el tema de la maternidad y el aparente desprecio que dejaba entrever el mismo personaje, el deseo o la ausencia de él, la infidelidad y sus búsquedas, etc. Pero no fue tomado en cuenta. Al contrario.
Cabe mencionar que la excesiva austeridad de lo plástico no alcanzó a constituir estilo. Solo se veía una intención y un deseo inconmensurable de hacer la obra. No obstante, eso no alcanza para poder sostener una temporada, y menos desperdiciar la oportunidad de montar un Strindberg, que ahora, quizá, por los motivos antes expuestos, está casi tan dejado de lado como nuestro querido Radrigán.
Título: El vínculo
Elenco: Juan José Acuña, Humberto Gallardo, Camila Donoso y Sebastián Plaza
Escenografía y vestuario: Germán Droghetti
Iluminación: Yuri Canales
Asesor musical y compositor: Alejandro Miranda
Funciones hasta el 25 de mayo en la Sala Sergio Aguirre, Morandé 750. Los días jueves, viernes y sábado a las 20:30 horas. Entrada general $ 5.000; estudiantes y tercera edad $ 3.000.