Por Ana Catalina Castillo
“Los muertos no mueren de una vez, en un momento preciso, sino muchas veces, y a pausa”. Esta reflexión aparece en uno de los últimos pasajes de la novela chilena Gracia y el forastero y trasluce la lucha interna con la que deberá sobrevivir su protagonista y narrador, el joven Gabriel Romero. La profundidad y completa vigencia de este pensamiento, en cuanto aborda el cuestionamiento perenne sobre el misterio de la muerte, sobre todo de un ser amado, está en el centro de la primera adaptación teatral de este texto literario, que tuvo recientemente una brevísima aunque auspiciosa pasada por el Teatro Nescafé de las Artes.
Hace ya 60 años, veía la luz la famosa novela por la cual Guillermo Blanco recibió el premio Academia Chilena de la Lengua. El tratamiento de la historia y el inesperado final para un relato de amor juvenil la ha situado en un lugar especial en la literatura nacional y han sido muchísimos los lectores emocionados con la belleza y profundidad de sus páginas.
Este año, Felipe Molina, director artístico residente en el Teatro Nescafé de las Artes, decidió llevarla a las tablas en forma de monólogo con la actuación de Bernabé Madrigal (Los Prisioneros, 2021). Si bien cualquier adaptación es un desafío, esta implicaba la difícil misión no solo de mirar con nuevos ojos la popular novela, sino también que pudiera conectar con quienes no la hubieran leído.
Una de las características destacadas de este montaje es que presenta al personaje de Gabriel Romero diez años después de los acontecimientos, por lo que está armada como un gran racconto que da la información necesaria para que el público vaya adentrándose en sus emociones. Es así como a través de sus recuerdos va reviviendo su historia de amor con Gracia y, a través de ese ejercicio de memoria, vemos aparecer, filtrados por sus sentimientos, a todos los personajes que de una manera u otra participaron en ella.
Esa reconstrucción de los hechos le permite aclarar el caos emocional que lo atormenta y liberarse de la sensación de estar estancado, guiándolo a la decisión fuerte, pero necesaria, de despedirse de Gracia, a pesar del dolor que lo paraliza.
Asistimos pues a un ritual de sanación y, dado el carácter ritual del propio quehacer teatral, el monólogo puede, al menos, invitarnos a confrontar aquellos dolores que nos anclan y nos impiden vivir en plenitud.
Por lo descrito, es fácil deducir la gran responsabilidad de Bernabé Madrigal, quien, encarnando a Gabriel, el forastero, reflexiona en soledad en el escenario sobre la vida, la muerte, el amor y la libertad. Solo interactúa con los pocos elementos escenográficos que dan la idea de rocas, las que mueve cual si fuera Sísifo. Con ello suma al desafío actoral el esfuerzo físico, ya que camina, salta y cae. Todo ello sin afectar su impecable proyección de la voz, con la que transita desde los momentos más íntimos y desgarrados hasta otros llenos de rabia e impotencia.
El diseño sonoro y de iluminación logra, con su carácter minimalista, centrar el nudo dramático en la interioridad del personaje, porque se trata de su proceso de liberación, aportando de manera sutil a la atmósfera emocional.
Un gran acierto de esta adaptación es el equilibrio entre lo viejo y lo nuevo. Esto porque el texto dramático de Eliana Hernández recoge de manera íntegra algunos fragmentos claves de la novela de Blanco –la validación de los sentimientos adolescentes, por ejemplo, –al tiempo que incorpora reflexiones muy actuales sobre lo trascendente de la vida, lo que no hacen sino poner en relieve que una de las características de los clásicos es que los temas planteados son universales e imperecederos.
Ficha técnica
Título: Gracia y el forastero
Dirección general: Felipe Molina (director artístico residente del Teatro Nescafé de las Artes)
Actuación: Bernabé Madrigal
Adaptación dramatúrgica: Eliana Hernández Aravena
Diseño integral: José Miguel Carrera
Diseño sonoro: Rodrigo Arias
Producción general: Teatro Nescafé de las Artes