Por Juan José Jordán
Dos personajes aparecen en escena. Rápidamente se nota una notable diferencia: mientras la que estaba en la casa tiene aspecto ordenado, la que acaba de llegar se ve menos dócil, con dos largas trenzas. Esta última es la hermana menor (Violeta Molyneux) y desde hace un tiempo se dedica a hacer de doula de abortos, recibiendo como pago aportes voluntarios. Como nos cuenta la obra, este rol fue criminalizado en dictadura, pero antes estaba integrado de forma más armónica en la vida. Y así, lo que tendría que haber sido otro pedido de pastillas y compañía en el proceso del aborto, termina siendo un reencuentro entre dos hermanas que no se veían hace 5 años, gracias a esas coincidencias que a veces ocurren. En esos años la hermana mayor (Javiera Mendoza) se fue de la casa al hogar de monjas donde transcurre la acción.
Pero también hay un tercer personaje, que, a pesar de no aparecer en escena, tiene gran importancia en el desarrollo de la obra: la madre. Una mujer que ha teñido las vidas de sus hijas con un conservadurismo en donde solo hay un modo lícito de entender la vida. Ante ella no había opciones intermedias: o se le sometía o se le revelaba totalmente.
La autora y directora optó por una estructura clásica, en un texto que recuerda un poco las tragedias de Sófocles con su unidad de tema, espacio y lugar. Pero, a diferencia de lo que ocurre en las obras del gran trágico, en donde los personajes de algún modo están imposibilitados de entender y escuchar al otro, cegados por una hybris (orgullo) que solo les permite pensar en su objetivo personal, acá sí pueden cambiar de puntos de vista y, en definitiva, cambiar.
Es importante tener un espacio para hablar de cosas de mayor trascendencia que el tiempo o el matinal. De este modo el diálogo funciona como capas de cebolla en donde las personas van llegando a lo central de sí mismas, lentamente. Claro que también se dirán cosas dolorosas, cosas que a lo mejor marcarán un punto de no retorno en la relación. Pero también se puede llegar a algo nuevo, purificado.
Son dos hermanas que crecieron juntas en la misma pieza. Por lo mismo, se utiliza un tipo particular de comunicación en donde no todo tiene que ser dicho para darse a entender. Está muy bien utilizado el sobreentendido y el modo de incorporar el pasado; no es que se quiera dejar al margen al espectador, es que en realidad la gente que se conoce de toda una vida no entra directamente al tema central, pueden tocar un tema por el costado para darse a entender. Por lo mismo, transcurre un rato antes de saber que son hermanas y qué pasó hace 5 años que marcó una ruptura.
Es una obra militante, pero no dicta cátedra ni descuida la intriga. El aborto es un asunto muy complejo, lejos de ser el tema inocuo como a veces se lo quiere ver. Por lo mismo, hace sentido la sugerencia de la hermana doula, sobre la conveniencia de hacer un ritual con el feto antes de tirar la cadena.
Pero sobre todo hay ternura (no cursilería, que es otra cosa) y afecto. La hermana mayor, a quien le practicarán un aborto en el hogar de monjas, se explaya libremente y, digamos, no aparece en la obra con el objetivo de burlarse de ella o de sus puntos de vista. Expone su humanidad y es doloroso verla tan frágil, pronunciando bien cada palabra, preocupada de hacer todo de la mejor manera.
El uso del lenguaje es acorde a cada una, creando personajes coherentes y verosímiles. Hay garabato, pero en su justa medida, bien utilizado. Además del lenguaje, es la concepción de mundo que hay detrás. Por ejemplo, el concepto del perdón. Esto es muy interesante porque tiene que ver con dos formas de entender el mundo. Por un lado, la hermana religiosa que se siente en deuda con su hermana, culpable, y su hermana menor que se tuvo ir de la casa en condiciones muy precarias, le dice una y otra vez que no cree en eso, que para ella es una palabra como cualquier otra y que al final no quiere decir nada. Pero de todos modos se preocupa de acogerla y mostrarse cariñosa.
A pesar de ser una obra realista, el retrato que hace la obra de un mundo sin hombres lo emparenta de algún modo a un retrato de un mundo imaginario, medio ciencia ficción. Y no es exagerar: los únicos hombres de los que se habla, al menos tangencialmente, son los niños maltratados que vivían en la casa de la vecina donde la hermana mayor se va a vivir, luego del fallecimiento de su madre, por la necesidad imperiosa de encontrar una nueva residencia. Y que eran maltratados por la madre, claro. A lo más, cuando la menor dice que no tenía nada raro que hubiera quedado embarazada a los 16 años con lo mucho que le gustaba el sexo. Pero ni un recuerdo al pasar de algún pinche por ahí. Al parecer, existe en la obra una intención de escuchar al otro, y tratar de entenderse en el diálogo. Lo que pasa es que diera la impresión de que el hombre no es un otro. Es simplemente un no-ser, algo que no vale pena escuchar porque no existe. De más está decir que lo que pueda sentir el Hombre frente al aborto ni a la obra ni a los personajes que conversan les parece interesar lo más mínimo.
La puesta en escena utiliza una suerte de minimalismo, recurriendo a pequeños elementos que le dan vida y movimiento a la acción. Por ejemplo, un cocodrilo de cartón que hizo la mayor para jugar con los niños del hogar y en un momento en que estaban discutiendo algo tenso se acerca a su hermana y le hace juegos con él. O el set gigante de pintauñas con que la menor trata de hacerle un cambio de estética menos monjil a su hermana. Atrás a la derecha cuelgan unas telas. De ellas sacarán una serie de mantas de lana hasta dejar arropada a la mayor como una guagua. Es sencillo y se ve bien. Mientras van sacando las telas, con la mayor sentada quieta, va sonando un tema muy bonito de Chancha vía circuito, un Dj que mezcla sonidos andinos con música electrónica. Queda perfecta esa música ahí.
Las actuaciones convencen, y logran una comunicación fluida en el escenario. Hay matices, pasando por varias emociones y estados de ánimo, llegando a estar cerca de ponerse a pelear. El personaje de Javiera Mendoza tiene una forma de hablar con la pronunciación marcada y se ve que tiene un dolor contenido. Por su parte, el personaje de Violeta Molyneux tiene gran soltura, frecuentemente hace posees de yoga cuando habla, y logra pasar rápidamente entre distintas emociones. Es un personaje de armas tomar, pero al mismo tiempo puede ser dulce para referirse a temas complejos. Sin embargo, incurre a ratos en un lamento que, en ocasiones, cansa. Esto se nota especialmente cuando relata las experiencias que implican vivir con su hija, en un monólogo que aporta poco, dicho entre lágrimas, dándole la espalda a su hermana mayor. Nadie duda que es difícil y muy agotador, pero, escuchándola, pareciera que, si en algún momento disfrutara con su hija, sería casi como si se estuviera traicionando a ella misma. Y es curioso porque es un personaje vital y fuerte. Entonces, los mismos beneficios que, según la obra, traería el aborto, que haría tener una suerte de renacimiento personal, podría aplicarse al hecho de decidir tenerlo. Porque, más allá de lo muy agotada que se ve, en una parte se le escapa decir que la niña canta bien, que es muy afinada. Está tan concentrada en defender su tesis que pareciera ser difícil para ella bajar las defensas y tratar de pasarlo bien un rato con la niña.
Una obra que demuestra que, más allá de las ideas e inclinaciones del creador, lo primero es la dramaturgia, lograr un texto sólido que permita el desarrollo de personajes consistentes. No basta con hacer que los personajes desplieguen pancartas y se pongan gritar consignas, porque eso sería un soporífero seguro y la idea es invitar al espectador a que se haga parte de la narración. Además, permite recordar que todo se puede utilizar en función de la obra, como cuando la hermana menor saca su celular y le muestra una foto a la mayor, que el espectador no alcanza a ver. Ese celular está creando ambiente y permite marcar un vínculo. Con elementos poco aparatosos, pero bien escogidos, se generó el ambiente propicio para el desarrollo de la narración.
Ficha técnica
Título: Hermana
Dramaturgia y dirección: Ana López Montaner
Elenco: Javiera Mendoza y Violeta Molyneux
Diseño: Flavia Ureta y Camila Rebolledo
Prensa: Fogata Cultura
Fotografías: Daniel Corvillón
COORDENADAS
Desde el 19 al 29 de julio
Miércoles a sábado a las 19.30 hrs.
Teatro Camilo Henríquez (Amunátegui 31, Santiago)