Por Magdalena Hermosilla
Kelü, la nueva obra que habla sobre el descubrimiento de la estrella enana café de Atacama, es estrenada en Teatro UC, poniendo en escena un relato sobre dos importantes astrónomas: María Teresa Ruiz y Cecilia Payne Gaposhkin. Ambas pertenecientes a épocas y nacionalidades distintas, pero unidas bajo un mismo cielo.
Esta producción es dirigida por Ana López Montaner, con dramaturgia de Ximena Carrera Venegas y cuenta con la interpretación de Blanca Lewin y Adriana Stuven en los roles principales. La obra se sitúa en una noche estrellada de 1997 en el observatorio La Silla, escenario para este encuentro atemporal entre ambas astrónomas. Aquí, entablan un diálogo que enfrenta la linealidad del tiempo, las luces y sombras de sus propias vidas, discursos y decisiones, y el conflicto atemporal de las dificultades históricas en torno al reconocimiento del trabajo femenino en la ciencia.
Esta obra se plantea tanto como una experiencia teatral, al mismo tiempo que una experiencia científica, y considero que logra su objetivo en esta dualidad. Desde esta perspectiva y por medio de la colaboración de instituciones dedicadas a la astronomía, el texto escrito por Ximena Carrera Venegas y bajo la dirección de Ana López Montaner, logran inspirar en los espectadores una fascinación astronómica tanto como logran conmoverlos con la historia dramática. Además, muchas de las organizaciones que apoyan la puesta en escena de Kelü, son proyectos orientados al fomento de la participación e inspiración de niñas y mujeres jóvenes en las ciencias; esto último, cosa primordial en la trama.
Esta no es una producción de una compañía teatral en específico, sino de un grupo de talentosos profesionales con una idea en común: relatar una historia que plantee, mediante el diálogo acerca del rol de las mujeres en disciplinas científicas, la reflexión en torno a la manera en que ciertas luchas que provienen desde el feminismo en diferentes etapas de la historia, permanecen hasta el día de hoy. Hay una atemporalidad en estos conflictos de género y la obra hace un gran trabajo al llevar esto a escena, tanto en su forma como en su contenido.
Uno de los aspectos más destacables de esta obra es, irrefutablemente, su puesta en escena. El trabajo de diseño escenográfico de la mano de Laurene Lemaitre es fenomenal, ya que encuentra una forma de utilizar el espacio y la utilería tanto en su función de verosimilitud de los acontecimientos, como en su potencial evocador y simbólico.
La infraestructura de la escenografía está dividida en dos dimensiones; por un lado, lo contextual, aquello que tiene que ver con la trama, lo narrativo y lo intradiegético de la obra. Este tipo de escenografía es la que nos hace entender visualmente, como espectadores, que estamos insertos en un espacio determinado, dentro del pacto de verosimilitud implícito entre la obra y nosotros.
En este caso la historia transcurre en el desierto de Atacama y vemos dispuestas, en escena, varias rocas de papel, el horizonte al fondo y las sillas de playa a ambos costados del escenario. La escenografía contextual se arma mediante una relación en que el lugar donde supuestamente están ocurriendo los hechos de la trama y los elementos que el espectador ve en la escenografía, se condicen.
Pero, por otro lado, está lo aún más interesante: la escenografía alegórica o evocativa. Estos son elementos que se encuentran en ella, pero que no son parte literal de los hechos relatados; son simbólicos, metafóricos. Están ahí para acentuar o profundizar en las reflexiones, emociones y viajes internos de los personajes y los espectadores.
Muchas veces en teatro se utilizan ciertos elementos de la escenografía o la utilería con los que los actores interactúan, pero no así sus personajes. Las personas a las que interpretan no están conscientes ni parecieran reconocer la presencia de este elemento en el escenario, de la misma forma en la que no reaccionan al hecho de ser personajes en una obra de teatro, o de estar en una sala con decenas de personas mirándolos. Es un tipo de escenografía que permite instigar o acentuar ciertas reflexiones y reacciones en ellos, que es representativa de algo que va más allá de la diégesis, que habla -más bien- del contenido de su mensaje.
En este caso, hay un móvil de metal gigante que baja desde el techo en medio del escenario con cuatro grandes círculos de vidrio. Las actrices pueden ver a través de ellos, pero también verse a sí mismas en ellos. Uno de los círculos es un vidrio teñido de rojo y otro un aro de luz. El móvil es un elemento que está dentro de la escenografía, pero fuera de la diégesis de la obra, los personajes no son conscientes de que hay ahí un gran móvil gigante entre ellas, pero las actrices sí, y lo utilizan como un medio para resaltar o tangibilizar la idea de las estrellas, la luz y el reflejo -tanto astronómico como personal- jugando con la reflexión de la luz de los focos en los espejos.
Es por esto, que el diseño de iluminación por parte de Nicolás Jofré Sotelo, también es digno de reconocimiento. Los colores, formas y posiciones de los reflectores y focos están muy bien pensados y sincronizados con los movimientos de las actrices, la escenografía y el diseño de sonido. El juego de las luces, los reflejos y las sombras tienen una connotación que va más allá de la superficie, la ilusión de infinitud cósmica y estelar, v/s el desaliento de las limitaciones que conlleva ser mujer en un campo científico dominado por hombres. Es un procedimiento de evocación que remite tanto a lo estelar como a lo íntimo. El macro y microcosmos en la sala Ana González.
Los reflejos, refractados también refieren a una simetría que existe entre ambas mujeres: las une su condición femenina, su trabajo y descubrimientos importantes en astronomía; ambas ganándose con esfuerzo y genialidad un lugar de reconocimiento en el campo, ambas con hallazgos que nadie más había visto hasta el momento, y por lo mismo, ambas unidas por no poder sentir la alegría de estos descubrimientos, pues esta se ve opacada por el miedo a la desacreditación de su idea y el desmoronamiento de todo lo que habían construido en su carrera.
Esta reflexión sobre las condiciones, ansiedades y limitaciones del trabajo científico femenino se presenta en la dimensión técnica por medio de la alegoría de las formas de la puesta en escena, sí, y de manera brillante. Pero también está integrada dentro de la dimensión narrativa, con la trama y la construcción de los personajes. Ambas astrónomas representan etapas distintas del mismo conflicto, ambas desde circunstancias que son diferentes, pero con sentimientos afines. Este “mismo cielo” que las une no es solo uno literal, sino también uno metafórico que hace referencia a las condiciones sociales de género que comparten y las implicancias de esto. Un cielo que parece infinito, pero que, para ellas, tiene un límite.
En especial, considero interesante la forma en la que esta reflexión se manifiesta con el personaje de María Teresa Ruiz (interpretada por Blanca Lewin), la que funciona como una suerte de corriente de pensamiento refractada, interesante de observar. Esta corriente se traduce por medio de una grabadora de voz, que de vez en cuando toma vida propia y le relata a Ruiz cosas que piensa o pensará, pero no dice. Una luz roja la ilumina y suena la grabadora, reflejando sus ansiedades por medio de una voz, que es la suya, pero a la vez externa a ella. Como si la grabadora lograra verbalizar el inconsciente de la astrónoma.
A su vez, el personaje de Cecilia Payne, interpretado por Adriana Stuven, cae –quizás- un poco más en lo anecdótico, simbólico y fantasmagórico, lo que no significa que sea menos trascendental para el conflicto central, ni que la interpretación de Stuven sea netamente un rol secundario. No es un personaje que existe solo en lo conceptual, sino que es catalizador. Con su llegada, se da cabida a las reflexiones, por ser una de las primeras mujeres en lograr reconocimiento en el campo, por ser un modelo a seguir de Ruiz, por las injusticias que tuvo que atravesar; sin ella, no habría historia que contar.
Ahora bien, nunca sabemos –realmente- si la aparición de Payne es una alucinación o imaginación de Ruiz en un momento de particular fragilidad, o si realmente se le apreció esa noche. Ambas creen que lo que ocurre es cierto; lo determinan casi científicamente. Sabemos que la admira y sabemos que está en una situación de alto estrés emocional dado que debe pelear por la aceptación de este descubrimiento, por lo que entendemos que puede ser quizás una forma de desdoblamiento (como lo es también la grabadora de voz), una voz externa que toma lo que piensa y le da una suerte de interlocutor con quien replantearse estas ideas. No hay certeza de la naturaleza real de su encuentro.
En lo que sí hay certeza, es que esta convergencia entre ambas supone una fractura en el tiempo. Y que éste es un tema central en la trama. Las astrónomas se encuentran en un plano donde el tiempo se detiene, se repite, retrocede y salta. Ninguna puede salir de ese espacio-tiempo tampoco, aunque lo intenten. Las barras a los costados del escenario, se lo impiden.
A cada lado del escenario hay varias barras verticales con espejos frontales que parecieran remitir a una suerte de dimensión espejo de la teoría de las cuerdas. Una dimensión que se encuentra entre dos mundos, donde no corre el tiempo ni el espacio. Cuando intentan pasar por ahí, solo se ven envueltas en un loop de diálogos reiterativos y reflejos fraccionados de su propio cuerpo, sin lograr avanzar más allá. Sin embargo, este confinamiento no les supone algo negativo; ambas entienden que están en una situación muy particular, la que parecen obviar hasta cierto punto, entendiéndola con curiosidad científica.
Esta atemporalidad en la que están insertas, es reflejo de la atemporalidad del conflicto central en el que se encuentran: los hallazgos científicos de las mujeres y el reconocimiento a su trabajo. Por ejemplo, en el caso de Cecilia Payne, ella cambió completamente el paradigma de la astronomía con su tesis doctoral de 1925 sobre la composición de las estrellas, tanto así, que todos los hombres que la precedieron desacreditaron su conclusión, asegurando que debía haber cometido un error, pues el Hidrógeno y el Helio no podían ser los elementos principales de estos cuerpos celestes.
No había otra razón para desestimar su tesis (que estaba correcta) más que el hecho de que era una mujer astrónoma. En un mundo de hombres no era posible creer que el trabajo de una mujer pudiera probar incorrectas las tesis de años de historia e investigación científica en astronomía, realizada por científicos hombres de gran renombre y prestigio en el campo.
Cuatro años después que Payne presentara su tesis, el astrónomo Henry Norris Russel, quien en sus inicios disuadió a Payne de presentar las conclusiones de su tesis por creer que había cometido un error, expondrá públicamente que la composición principal de las estrellas es, efectivamente, Hidrógeno y Helio, por medio de un experimento que conduce él mismo, por otros medios. Nadie desacreditará su trabajo ni conclusiones, sino que aplaudirán su gran hallazgo.
72 años después, y miles de movimientos revolucionarios feministas que llevaron a grandes cambios político-culturales y en la manera en que las mujeres son consideradas y respetadas en la sociedad, el mismo miedo a la desacreditación del hallazgo científico femenino seguía siendo cierto. Esta vez, de la mano de María Teresa Ruiz, la primera persona en observar una estrella enana café.
Es por esto, que cuando el personaje de Stuven le pregunta al de Lewin: “Bueno, pero las cosas han cambiado para las mujeres hoy en día, ¿no?” Lewin responde con un silencio largo y un suspiro, al tiempo que dice: “Sí, han cambiado”. En este caso, el silencio de Lewin dice más que si diálogo posterior. Es un silencio que todas las mujeres en la sala escuchamos, escuchamos como su tren de pensamiento interno (que es la única vez de la obra en la que no es exteriorizado por su grabadora u otro medio) diciendo “Precisamente en este aspecto, no. No han cambiado”.
Es un silencio poderoso, corto pero efectivo, porque remite también a la forma en la que aún hay tanto por avanzar en temas de género, incluso ahora, 17 años después del descubrimiento de Ruiz, podemos seguir entendiendo su ansiedad y frustración por tener que corroborar con un hombre presente en la sala que ella sí vio lo que sabe que vio. Claro está, muchas cosas han cambiado para las mujeres en la ciencia y para las mujeres en general. Pero este diálogo, entre ambas, refleja la atemporalidad de este conflicto, tal como atemporalidad de su encuentro.
Kelü, no es solo una obra que hable sobre las luces, sombras y reflejos de la atemporalidad del conflicto por el reconocimiento de las mujeres en las ciencias, sino un viaje sensorial y reflexivo que habla sobre los conflictos y luchas por el progreso de las políticas de género, el reconocimiento y respeto a las mujeres en la sociedad, la desmitificación de femineidad con los roles y estereotipos que conlleva, y mucho, mucho más. Hay veces que sentimos que aún sigue habiendo tantas luchas que se estancan; caen en la atemporalidad, se reflejan, se refractan, se fracturan… pero el cielo es el límite, como bien sabían Ruiz y Payne, y es infinito. Aún quedan muchas estrellas por descubrir.
Ficha técnica
Título: Kelü
Duración: 70 minutos
Dirección: Ana López Montaner
Dramaturgia: Ximena Carrera Sepúlveda
Elenco: Blanca Lewin, Adriana Stuven.
Música y Diseño Sonoro: Héctor Quezada.
Diseño escenográfico: Laurene Lemaitre.
Diseño Iluminación Nicolás Jofré Sotelo.
Coordenadas:
Funciones disponibles de miércoles a sábado, a las 20:30 hrs.
Desde el 25 de mayo al 22 de junio
Teatro UC
Jorge Washington 26, Ñuñoa
Entradas a la venta en boletería y online por Ticketplus.