Crítica de Teatro
Hay varios factores que hacen singular el estreno de “La iguana de Alessandra”, la nueva obra de Ramón Griffero. En primer lugar, es su primera comedia, un género en apariencia poco afín a su reconocida poética posmoderna. Otro factor apunta a que esta obra marca su debut como director con una obra en el Teatro Nacional Chileno (TNCH), espacio del que está a cargo hace un año y al que le ha dado una vitalidad que había extraviado en el último tiempo. Además es interesante saber de qué manera su propuesta estética y política, definida como “Dramaturgia del espacio” (una reelaboración dramática del espacio escenográfico y el texto, momento clave del teatro contemporáneo chileno) mantiene vigencia en generaciones jóvenes de teatristas.

De entrada, la apuesta de Griffero parece intentar conciliar dos mundos en apariencia irreconciliables. Puede ser su nuevo rol a la cabeza del teatro de mayor tradición en el país lo que genera un vínculo innegable con esa herencia de un teatro ampuloso y espectacular, de grandes escenografías, que daba cuenta de la entrada del Teatro Experimental de la U. de Chile (y posterior ITUCH) a la modernidad teatral en las décadas del 50 y 60. Por otro lado, su propia concepción poética del espacio y la dramaturgia en que la combinación de códigos y la distancia irónica propia del teatro posmoderno parece romper con esa tradición que, aunque moderna, es rígida y académica.
“La Iguana de Alessandra” comienza en el presente, cuando Alessandra (Paulina Urrutia), la esposa de un astrónomo obsesionado con encontrar un planeta que permita a la humanidad alcanzar la felicidad, inicia un viaje casi a la manera de los que hacía Mampato con su cinto espacio-temporal: primero a la Italia fascista de sus padres y sus propios orígenes, pasando por la España de la Guerra Civil y luego rememorar su llegada como refugiada a Chile, al pueblo sureño de Capitán Pastene. Las ideas paradigmáticas de Griffero en relación a su dramaturgia del espacio, están plenamente claras en este inicio. Espacios amplios en perspectiva, con simultaneidad de acciones y la tendencia al geometrismo de los decorados. También se aprecia, de manera nítida, la trasposición de épocas y lugares, la preeminencia de la imagen, los movimientos de los decorados que generan abruptos cambios, la idea de espectáculo-representación. Lo que está exacerbado es la cualidad operática de la puesta en escena, enfatizada en los numerosos cuadros musicales que los 10 actores interpretan con brillo y con evidente exageración en el gesto y el texto, lo que da cuenta de esta apropiación desde lo irónico.
Sin duda que Griffero homenajea con vigor esa tradición, especialmente en la majestuosidad del espacio donde su imaginería visual es un constante fluir de ideas. En su propuesta surgen ecos de emblemáticos montajes como “El círculo de tiza caucasiano”, “Los invasores” y “Marat-Sade”, lo que se convierte en un guiño intratextual que dignifica el recuerdo de ese teatro universitario.

Como decíamos, el director establece un diálogo desde lo específicamente teatral, en este caso en el uso del espacio y la puesta en escena. Su dramaturgia del espacio se relaciona con esa tradición tan relevante del teatro chileno que significó el Teatro Experimental y luego el ITUCH. En la calidad operática de los decorados, en ese gesto técnico tan evidente para subir un bastidor de grandes dimensiones, restituye el aliento de ese teatro que nos parece tan anacrónico pero que gracias al talento de Griffero adquiere nuevos reconocimientos.


En sus mejores obras, Griffero ha hecho eco de un discurso en que la intertextualidad y lo fragmentario constituyen su visión política, a través del simbolismo y lo elusivo. De cierta manera, es un autor que gira insistentemente sobre sus propias preocupaciones estilísticas y su dimensión política se ha resignificado en función del contexto y no de una evolución. Es el caso de “99 La morgue”, montaje que en 1987 hablaba de cuán prisioneros estábamos ante la inminencia de la muerte y la violencia y que en su temporada 2017 se convirtió en una reflexión sobre el adormecimiento e insensibilidad de la sociedad post dictadura. En “La Iguana de Alessandra”, un Griffero más lineal y directo viene a reemplazar al Griffero poético y politizante en una obra que vistas sus intencionalidades es un claro gesto político del autor y actual director de TNCH desde su condición de heredera de una tradición que estaba invisibilizada.
Divertimento magníficamente dirigido y actuado, es un montaje que por vigor, imaginería y sentido del espectáculo se ubica muy lejos de la producción teatral reciente. Y si bien pareciera sugerir en su discurso que las certezas se han ido para siempre, en su ironía nos dice que nada vale la pena como para tomarlo seriamente. Solo la tradición del teatro.
“La Iguana de Alessandra”
Dirección y dramaturgia: Ramón Griffero
Elenco: Paulina Urrutia, Pablo Schwarz, Omar Morán, April Gregory, Taira Court, Felipe Zepeda, Alejandra Oviedo, Juan Pablo Peragallo, Italo Spotorno y Gonzalo Bertrán.
Asistente de dirección: Ricardo Balic
Música: Alejandro Miranda
Coreografías: Gonzalo Bertrán
Escenografía y vestuario: Daniela Vargas
Iluminación: Guillermo Ganga
Teatro Nacional Chileno
Jueves, viernes y sábado, hasta el 30 de junio, 20:00 hrs.