Crítica de teatro “La Infancia Terrible”: Sillas Vacías, Identidades Perdidas

Por Romina Burbano Pabst

La Infancia Terrible, la más reciente propuesta de Teatro Su-versión, escrita y dirigida por Teban Carvajal, nos invita a explorar la complejidad del autodescubrimiento en la adolescencia. La compañía reconocida por montajes como Funeral y El Inicio, trae a escena una obra con un tono provocador. Desde la comedia negra, el montaje retrata el caótico cumpleaños número 14 de Vicente, un joven en busca de su identidad y que lucha por encontrar su lugar en un entorno lleno de tensiones familiares y emocionales. Con las interpretaciones de Enzo Ferrada, Santiago Lorca, Valeria Pérez, Fernando Rosselot, Hugo Briones, Valeria Salomé y Paula Vallete; que sorprenden de improviso al espectador, Vicente se encuentra ante una pregunta central ¿quién soy? Lo cual hace que se replanteé su vida en un ambiente roto ¿debería permanecer ahí o salir?

La escenografía evoca una atmósfera de nostalgia, como si el tiempo se detuviera en un recuerdo agridulce. Construida con tonos suaves rosa pastel, celeste y dorado, combinados con los globos y las guirnaldas que normalmente acompañarían una celebración; se crea un espacio melancólico. Al medio del escenario dos sillas llamaron mi atención, a diferencia del resto de los objetos escenográficos esas sillas reflejaban una presencia ausente, un vacío que sólo comprendí al finalizar la obra. Las sillas no solo conformaban parte de la escenografía, sino que en sí mismas representaban una confrontación emocional: un espacio donde se cruza la expectativa social y la soledad íntima de los personales. Es en este escenario de vacío, donde Vicente se encuentra atrapado entre la búsqueda de una identidad perdida y la presión de un entorno hiperactivo.

Desde el inicio, Vicente se muestra como un personaje atrapado en un mar de dudas. Sus intentos por definirse y entender su lugar en el mundo son abrumados por las posibilidades, tensiones y expectativas de su entorno. Por lo tanto, en lugar de ocupar el centro de la historia, se convierte en el espectador de su propia vida, una figura desorientada que observa las relaciones conflictivas a su alrededor. Las sillas, entonces, se convierten en su espacio seguro, su presencia ocupa el vacío que siente en su interior, mientras que los demás personajes también las ocupan para llenar ese vacío dentro de ellos. En una realidad que parece desconectada y fragmentada, la pregunta persiste: ¿cómo encontrarse en el vacío?

A pesar del caos en la vida de Vicente, la obra logra reconducirlo hacia el centro de la narrativa. Hay instantes en los que Vicente vuelve a ocupar un lugar esencial, y el peso de su problemática emerge con claridad. Esto se nota con mayor claridad en el clímax de la historia, donde el caos social lo envuelve, sometiéndolo a una presión sofocante que refleja su lucha interna. En estos momentos, las tensiones de las relaciones rotas y las expectativas externas convergen en un punto crítico, obligando a Vicente a enfrentarse no solo a su entorno, sino también a sus propias dudas y miedos.

Este clímax logra capturar la esencia del conflicto central de la obra: la búsqueda de identidad en medio de un contexto opresivo y desbordante. En este punto, personajes como el Padre Infiel desempeñan un papel crucial, no solo como antagonistas directos, sino como figuras que amplifican las tensiones internas y externas de Vicente. Las escenas en las que este personaje toma protagonismo están cuidadosamente construidas para generar respuestas en el público, provocando emociones poco comunes como el disgusto y lo grotesco, que rara vez se exploran con tanta claridad como lo maneja Fernando Rosselot en su personaje.

Por otro lado, el manejo del espacio escénico y la dirección permiten que estas emociones se vean intensificadas. Movimientos, gestos, miradas están diseñadas para determinar ciertas sensaciones en el público, sumergiéndolo en un ambiente donde la incomodidad y la reflexión conviven de manera inquietante. Los detalles visuales, como la iluminación que se intensifica en momentos clave y el uso simbólico de colores y objetos en el escenario, refuerzan la sensación de claustrofobia emocional que experimenta Vicente.

Esta conjunción de actuaciones y diseño escénico contribuye a que el clímax sea más que un punto narrativo: se convierte en una experiencia sensorial que confronta al espectador con las mismas preguntas que abruman al protagonista. ¿Cómo entenderse frente a un entorno caótico? Es esta dualidad entre el conflicto interno de Vicente y el caos de su entorno lo que eleva el clímax a un momento profundamente resonante.

A pesar de algunas dispersiones en distintas temáticas, la obra logra instantes en los que Vicente vuelve a ocupar un lugar esencial, y el peso de su problemática emerge con claridad. Estos momentos no solo permiten al espectador conectar con su lucha interna, sino que también generan pausas reflexivas que resaltan la tensión y complejidad de su identidad. En esos instantes, la obra recuerda que, aunque Vicente parezca desdibujarse, su presencia sigue siendo el eje emocional que da cohesión al montaje.

En relación a los diálogos, estos parecen entrar en un río de intensidad, son rápidos y constantes; la proliferación de temas es, sin duda, un reflejo de la turbulencia emocional y social que rodea al protagonista. Si bien esta estrategia logra transmitir un ambiente caótico y sobrecargado, también resulta confusa, dejando en segundo plano momentos que podrían haberse profundizado en relación al viaje interno de Vicente. No obstante, esta dispersión temática encuentra cierto equilibrio gracias al dinamismo del elenco y los momentos de silencio entre Vicente y su amiga Magdalena. Esto sugiere que, aunque el protagonista se perciba como un hilo conductor, es en su interacción con los demás donde realmente se construye como personaje.

La última escena encapsula la esencia misma de La Infancia Terrible. Después del íntimo e inocente momento entre Magdalena y Vicente, tratando de escapar de su realidad; mientras una canción instrumental envolvente llena el espacio, las dos sillas solas en el centro de la sala se convierten en un potente símbolo de ausencia y posibilidad. En su simpleza, esta imagen final refleja el vacío dejado por las relaciones rotas y los conflictos no resueltos, pero también abre un espacio para imaginar nuevas formas de habitar ese vacío.

Es un final que no solo conmueve, sino que invita a la reflexión. La desnudez del escenario que se mantiene hasta después del saludo final del elenco, contrasta con la complejidad emocional de lo vivido, dejando al público con una sensación de pausa inquietante, como si aún resonaran las preguntas planteadas por la obra. Más allá de sus dispersiones y tensiones en el desarrollo de la narrativa, esta última escena logra sintetizar el mensaje de la obra con una fuerza poética: el caos marca el principio de algo nuevo.

Ficha Técnica

Título: La Infancia Terrible

País: Chile

Dirección y Dramaturgia: Teban Carvajal

Asistencia de Dirección: Oscar Berbelagua

Musicalización: Pers0na

Producción: Teatro Su-versión

Elenco: Enzo Ferrada, Santiago Lorca, Valeria Pérez, Fernando Rosselot, Hugo Briones, Valeria Salomé, Paula Vallete

Escenografía: Durmiente de Tren

Fotografía: Juan Moya

Afiche: Mauro Andaur

Grabación: Fernando Liberona

Colaboraciones: Dj Dub-Tender

Coordenadas

Sala Chucre Manzur del Club de Teatro

28 de Noviembre

 

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