Crítica de teatro “La sangre invisible”: El desamparo frente al estado de permanencia de la transitoriedad

Por Magdalena Hermosilla

La sangre invisible, de la compañía La gira teatro, es una obra situada en el más lejano y perdido rincón del desierto, donde tres personajes viven atrapados en una burbuja de tiempo, víctimas de las distintas circunstancias que les tocó vivir. Escrita y dirigida por el gran Nelson Brodt y protagonizada por Alexis Saldaña, Diego Subercaseaux y Diego Muñoz, esta obra está ambientada en tres distintos momentos de la historia de Chile: la Guerra del Pacífico, el Golpe de Estado de 1973 y el presente, donde el montaje instala en escena una línea de tensiones, en apariencia distantes, de diversas épocas.

Nelson Brodt es uno de los artistas dramáticos de mayor trayectoria en teatro, cine y televisión del país. Se ha desempeñado como actor, director y dramaturgo de diversas obras, en una carrera que abarca más de 50 años. Inició su camino en el Teatro de la Universidad de Concepción, migrando a Santiago en 1971, donde participó como actor en varias compañías teatrales, entre ellas: La Compañía de Silvia Piñeiro, la Compañía Los Cuatro, el Teatro Nuevo Popular y el Teatro Nacional Chileno. Con estas compañías, comienza a consolidar su carrera como actor teatral con obras como: El embajador de Isabel Allende, del año 1971; 25 años después de Pedro Vianna, también del año 71; La maldición de la palabra de Manuel Garrido, del año 1972 y Rancagüa, 1814, de Fernando Cuadra, del año 1978. En estos años también debutó en televisión en series y teleseries aclamadas por el público y la crítica, además de incursionar por primera vez en proyectos cinematográficos como Estado de sitio (1972) del director franco-griego Costa-Gavras y La maldición de la palabra (1973) de Pedro Sandor.

Desde los años 80 en adelante, muchas de sus producciones teatrales han sido adaptaciones literarias, entre las que destacan: Cándida Eréndira de Gabriel García Márquez (1983), Páramo de Juan Rulfo (1987), Rinconete y Cortadillo de Miguel de Cervantes (1988), El buscón (1991), adaptado de la novela picaresca La vida del buscón de Francisco de Quevedo, entre muchas, muchas otras. ​Hasta el momento, Brodt ha sido parte de la realización de más de 37 obras teatrales, además de 36 proyectos audiovisuales para cine y televisión. Gracias a esto, ha sido reconocido por su trabajo con distinciones nacionales e internacionales, entre las que destacan el Premio Municipal de Literatura en 2004 y el Premio del Círculo de Críticos de Arte el 2013.

Si bien Brodt es más conocido por sus adaptaciones literarias a obras teatrales, en el caso de ésta, la más reciente de sus obras, decide montar un texto propio, de manera independiente y autogestionada; y el público agradece las ganas de Brodt de volver a lanzarse, a sus 80 años, al mundo de la dramaturgia y dirección teatral, porque esta nueva producción es, realmente, un testimonio del talento y experiencia de un artista de grueso calibre.

Esta es una obra que trata sobre la desesperación de tres almas en pena que, años después de su muerte, siguen atrapados en el desierto en el mismo punto en el que fueron asesinados. Quizás es justamente esta característica injusta de su muerte, la que no les ha permitido seguir hacia adelante. Los personajes pasan por todos los estados de su propio duelo. Están cansados, sienten miedo, están confundidos, no saben cómo o hacia dónde avanzar, se están aferrando al algo… a veces, todo a la vez. Podemos sentir la desesperación que experimentan al estar atrapados en este limbo entre la vida y la muerte, en este permanente estado de transitoriedad.

La historia se va revelando de a poco. Al principio hay muchas preguntas que parecieran no tener respuesta, pero mientras más avanzamos en la trama, más vamos descubriendo. Así, logramos ir comprendiendo cuantas capas temporales, espaciales y emocionales existen en este relato; capas que convergen con los elementos de la puesta en escena para generar un conjunto de sentido que se expresa en una experiencia cautivadora, emocional y profunda. Hay muchos elementos, tanto de la parte narrativa como de la parte técnica, que influyen al momento de hacer de esta obra una travesía emocional efectiva e interesante.

Por ejemplo, el trabajo de sonido por parte de Anita Notari es brillante. Lejos uno de los aspectos más destacables de la puesta en escena. El canto etéreo de las mujeres que parecieran ser las parcas de estas almas errantes; el sonido indiscernible de las conversaciones ajenas que nos hacen sentir lejanos al mundo real, el auto pasando por la carretera y este sonido incidental que acompaña todo el diálogo y los silencios de éste. Toda esta dimensión sonora es importante y está muy bien realizada. Logra una aproximación sinestésica de la narrativa, que nos permite vincularnos emocionalmente con la historia de forma más orgánica, haciéndonos sentir como si nosotros también estuviéramos escuchando la presencia del mundo desde lejos, tan inaccesible a los espectadores como a los personajes.

También, la construcción e interpretación de los personajes está muy bien ejecutada. La dramaturgia y los actores hacen un gran trabajo al tomar tres personajes que podrían haber sido más bien unidimensionales y dotarlos de una complejidad y humanidad que nos permite conectar y compadecernos de ellos. Arturo (Diego Subercaseaux) y el sargento Riffo (Alexis Saldaña), los dos protagonistas, son hombres jóvenes de diferentes procedencias. Riffo es un sargento del ejército chileno, mientras que Arturo fue asesinado por militares. Esto genera obvios conflictos entre ambos, pero al ser los únicos con los que pueden interactuar, también van desarrollando un vínculo de apertura y humanidad.

Arturo es realista, inquieto e impaciente, está desesperado por que llegue alguien a encontrar sus restos y llevarlos a su familia. Él se aferra a la noción de que una vez que ya no se encuentre en el desierto, podrá encontrar la paz. Esto le da esperanza. Por otro lado, el sargento Riffo es disciplinado, rígido y sigue órdenes. Esto le da sentido. Cree en permanecer en este lugar porque tiene la misión de cuidarlo. Al contrario de Arturo, Riffo pareciera ser un hombre que está resignado ante su situación. Sin embargo, luego vamos entendiendo que, en verdad, está asustado.

El rifle que carga el sargento, es un símbolo al que se aferra. Lo hace sentir bajo control. Riffo ha racionalizado su situación hasta el punto de creer que sigue ahí porque está cumpliendo órdenes, que sigue siendo soldado, que sigue en su misión. Cuando Arturo lo hace consciente de lo absurdo de esta noción y urge a Riffo a entenderlo, él se desespera y lo apunta con el arma. El rifle es su mecanismo de defensa, no contra un enemigo externo, sino contra la noción del sinsentido de su propia existencia en este plano de desamparo entre la vida y la muerte. Cuando está solo, entra en un diálogo consigo mismo donde pareciera estar cayendo en la locura, se desespera, por lo que necesita de la compañía de Arturo.

Es por esta dinámica que generan entre ambos personajes durante el transcurso de la obra, que luego, cuando Arturo empieza a perder la cabeza y le arrebata el rifle al sargento, se genera un cambio interesante donde los roles son invertidos. Arturo ahora desea poder caer en esta ilusión de control sobre la situación en la que se encuentra y Riffo es quien parece bajar el cable a tierra y expresarle que nada cambiará porque él tenga el rifle en la mano. Están atrapados en esta situación, juntos. Hay un desarrollo de los personajes que es muy bello y triste de presenciar, esto se complementa con el hecho de que aprendemos cada vez más acerca de quiénes eran y las acciones que los llevaron hasta este punto. El rifle pareciera ser un elemento que simboliza estos cambios.

El trabajo de utilería y escenografía es simple. Su gran importancia radica en que va mutando, se va desordenando. Emilio Gutiérrez logra, con esta aproximación minimalista, darle al clavo. Cada elemento que se muestra tiene un significado importante para la comprensión del espacio en cuanto a la trama. En una narrativa donde, al inicio, el orden de estos elementos parece sumamente importante, donde Riffo le ordena Arturo mantener las cosas en su lugar, el hecho que se desordenen responde a una aceptación del caos y el sinsentido que supone esta situación de estancamiento frente a su propia trascendencia. Mientras más avanzamos y los personajes se mueven por el espacio, vemos cómo toda la línea de elementos que ahí se encuentran, pierden su lugar. Simbolizando así, que no sirve de nada aferrarse a esta ilusión de control. Deben aprender a soltar.

La forma en la que los protagonistas van desarrollándose, cambiando y creciendo, los dota de estas capas de sentido que los convierte en personajes cada vez más complejos y humanos. Esto permite al espectador lograr identificarse con este sentimiento de desamparo, y mantenernos constantemente enganchados en la historia. La dramaturgia está hecha muy a consciencia y se nota, al igual que la construcción de los personajes. Ambos funcionan de forma efectiva y nos permite empatizar con ellos. La interpretación de Subercaseaux y Saldaña es impecable, real y cruda. Traen a buen término todo lo que se construye en el texto y lo dotan de su propia humanidad.

Por supuesto, no puedo terminar esta idea sin destacar la interpretación de Diego Muñoz, que interpreta al soldado Riquelme. A pesar de su corta intervención, la interpretación de Muñoz es impresionante. Sus gestos faciales, la forma de hablar y su mirada perdida son realmente notables. El soldado de la guerra del pacífico ha sido quien ha rondado el desierto más tiempo, sin lograr comprender totalmente que ha sucedido o la situación en la que está. Está confundido y cansado, aún cree que volverá a casa. El soldado ha caído en la locura y todo esto se ve en la forma en la que se comporta, se expresa, y, sobre todo, en su mirada.

El soldado Riquelme es como un ente premonitorio que muestra a lo que pueden llegar estas almas que vagan el desierto sin rumbo. En esto se podrían convertir Arturo y Riffo. Más que darnos miedo o sentirnos atormentados por su presencia, como espectadores nos inunda una gran pena al verlo, entendiendo cuantos jóvenes fueron a parar en guerras que no les correspondía pelear y murieron por una patria que jamás les ha dado nada. El soldado tiene una corta intervención, pero es significativa, y la interpretación de Diego Muñoz la hace aún más poderosa.

Hay una idea continua en la obra sobre que “aquí” (es decir, en el desierto) “no hay nadie”. Nadie puede verlos, nadie puede escucharlos, nadie sabe que están ahí; por más que lo griten con todo el aire de sus pulmones y retumbe en las paredes de la sala. Esto siempre está dicho con mucha rabia, que surge desde el miedo, desde la soledad. Esta idea suele manifestarse mirando hacia el público, -con hacia me refiero en dirección a, pero no directamente a nadie- es una mirada ausente, que pasa más allá de nosotros. Creo que este recurso está muy bien utilizado. En una época del teatro contemporáneo donde se suele apelar directamente al público, esta forma de hablarnos a nosotros por medio de hacer referencia a nuestra “ausencia”, es una maniobra inteligente de hacer partícipes a los espectadores de este sentimiento de estar y no estar en un lugar al mismo tiempo, hay algo que nos separa, como mortales, de estos personajes que no habitan el mismo plano.

El espacio ya está habitado cuando entra el espectador. Los actores están en sus posiciones y no se mueven hasta que la última persona entra a la sala. Estamos entrando a su dimensión. Esto no es ya una sala de teatro, sino que la burbuja de tiempo de tres almas en pena que no nos ven, no nos escuchan y no advierten nuestra presencia, somos nosotros los que no pertenecemos a su plano existencial. Las posiciones iniciales y finales de los personajes son las mismas, representando así este círculo espacio-temporal en el que viven, círculo del cual no pueden salir, el círculo de una existencia condenada a la permanente transitoriedad.

Me gustaría remarcar también es trabajo de Jorge González, con el vestuario, esta línea plateada del lado derecho de los trajes que se contrapone con el desgaste del lado izquierdo es una aproximación bastante elocuente hacia la representación de esta disyuntiva entre lo terrenal y lo trascendental. Estas son tres almas que no forman parte completamente ni de un plano ni del otro, sino que existen en esta línea que divide los dos, son parte de esa dualidad. Poder ver este elemento tan intrínseco reflejado exteriormente, es un detalle sutil pero relevante y digno de reconocimiento.

Brodt ha trabajado, en gran parte de su obra, con contenidos que abarcan injusticias sociales, relatos del pueblo y los marginados, y la violencia política ejercida por los militares en la dictadura. Él nunca ha rehuido de esta misión. Esta historia también tiene una connotación fuertemente política y acusatoria, pero que, a su vez, está hecha desde un lugar de empatía y compasión.

La sangre invisible es una obra que se refiere a la muerte en un ámbito político y social. Alude a las vidas que se perdieron injustamente como consecuencia de conflictos de los que no eran responsables. Fueron utilizados por una causa y un país como carne de cañón, para que fueran ellos, la gente común y corriente, los que pagaran las consecuencias de estas guerras, que no eran más que la satisfacción del deseo de poder de desalmados cobardes que jamás pusieron su propia vida en riesgo.

Esta obra carga con una responsabilidad política al lograr que nos compadezcamos por soldados y militares, además de sus víctimas. En este contexto de guerra, entender a los soldados como víctimas también es una jugada arriesgada, ciertamente, pero dada la prolija ilación de la trama y la construcción humana y compleja los personajes, logra llegar a puerto de forma efectiva. El soldado Riquelme muere por dar su vida por un país que no es capaz ni siquiera de hacer los esfuerzos de devolver su cuerpo a su tierra natal; Arturo muere a mano de sus compatriotas por manifestarse en contra de la inhumanidad de la violencia militar; El sargento Riffo muere por resistirse a obedecer como buen soldado una orden que sabía que era inmoral.

Todos mueren a causa y/o por mano de aquellos que debían protegerlos, con un sentimiento de traición, de considerar que no hay sentido ni honor en su muerte. Esto los lleva a aferrarse a la vida, a no seguir el canto de las mujeres que los pueden llevar a trascender, no las alcanzan, desaparecen cuando intentan acercarse a ellas. Quizás, hay una parte de ellos que no quiere hacer las paces con su propia muerte. No buscan avanzar, buscan ser encontrados, ser vistos, poder volver a ver a sus familias. La injusticia que sienten por la forma en la murieron no les permite encontrar la paz. Las tristes circunstancias de su deceso los condena a vagar por el vasto desierto entre la muerte y la vida por el resto de la eternidad.

Ficha técnica

Nombre: La sangre invisible

Compañía: La Gira Teatro

Dirección & Dramaturgia: Nelson Brodt

Intérpretes: Diego Subercaseaux, Alexis Saldaña, Diego Muñoz

Vestuario: Jorge González

Iluminación: Rayen Morales

Música y diseño sonoro: Anita Notari

Utilería: Emilio Gutiérrez

Jefe técnico: Rodrigo Gallardo

Coordenadas

Viernes 12, sábado 13 y sábado 20 de abril, a las 20.00 hrs.

Sala Gabriela Medina Teatro Sidarte

Ernesto Pinto Lagarrigue 131, barrio Bellavista.

Entrada general: $ 7.000. Estudiantes y tercera edad: $ 5.000

 

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