Crítica de Teatro “La secreta obscenidad de cada día”: Pertinencias y discursos en un clásico teatral

Por Jorge Letelier

Hay un riesgo evidente en buscar en las sucesivas reversiones de obras llamadas “clásicas” o “canónicas” un diálogo con el contexto actual. La crítica muchas veces exacerba los (supuestos) diversos significados que reverberan en el presente como nuevos discursos que afirman su vigencia o desnudan su anacronismo.

Este peligro manifiesto en forzar una lectura de acuerdo a cómo una obra se adapta a diversos contextos como una cualidad visionaria o anticipatoria puede ser especialmente equívoco al tratarse de obras que al momento de su estreno se han leído y/o analizado fuertemente desde lo político. Digo esto porque “La secreta obscenidad de cada día”, quizás la obra más conocida y representada de Marco Antonio de la Parra, es un ejemplo vívido de “los peligros de la interpretación” a la luz de su contexto inicial y del actual.

El montaje ha sido analizado hasta la saciedad por su singular entramado dramatúrgico para aludir a la realidad de 1984, momento de su estreno. La ambigüedad para decir sin decir las oscuras condicionantes de la dictadura y los juegos textuales entre las distintas vertientes sociopolíticas e históricas, la hacían un artefacto mordaz de ingeniosa arquitectura que era una metáfora de aquellos años de censura y cuya audacia discursiva se manifestaba en ese desplazamiento de los personajes, inicialmente dos exhibicionistas mayores que respondían a los nombres de Carlos Marx y Sigmund Freud y que luego representaban diversos arquetipos por un lado opuestos y por otro compenetrables.

De la Parra profetizaba en los años ochenta la inutilidad final y fatal de dos sistemas de conocimiento (el sicoanálisis y el marxismo) que a la luz de esos años no habían logrado la comprensión cabal de sus postulados (¿o no se lo habían permitido?). El efecto paródico propio del postmodernismo de combinar diversos planos en un juego metateatral permitía desmontarlo desde lo político y desde lo intelectual jugando a ser tanto un reflejo de su inutilidad como del cliché que insistía en darles legitimidad.

Curioso que De la Parra se adelantó a la caída del comunismo aún cuando afirmaba con la obra que esa idea de incertidumbre buscaba en el fondo encontrar nuevamente las certezas de ciertos postulados. En ese tiempo convulso, el montaje parecía ilustrar en sus diversos niveles de significado el deseo de recuperar las “grandes ideas sociales” aunque por otro lado parecía asumir que el mundo estaba cambiando definitivamente.

Vista desde el presente, ese discurso puede verse ingenuo ante el cinismo imperante. Si bien la caída de las ideologías en los ochenta no siguió el camino avizorado (porque vivimos tiempos excesivamente ideologizados, pero de maneras más diseminadas), la obra ponía en tensión una disputa que hoy resulta un poco discursiva. No es solo la reflexión por el sentido y ubicación histórica del marxismo y el sicoanálisis en esos años (y el siglo XX) sino que la discursividad que se expone, con ese acopio de ideas y arquetipos, hoy la hacen ver más literaria de lo que fue en su momento.

Pero como dijimos, el peligro de sobreinterpretar desde el contexto más bien ideológico puede ser equívoco. Es bastante evidente que la sociedad ha mutado de formas difícilmente imaginadas hace treinta años y ese modelo posmoderno que la obra encajaba casi a la perfección hoy no parece hallar su lugar. Pero pareciera que hoy el problema está desde el cómo decir. El discurso de exponer arquetipos definidos y su pensamiento resulta insuficiente porque limita las posibilidades de la puesta en escena más allá de las ideas expuestas. Eso ocurre cuando ya sabemos que se trata de Marx y Freud (o sus imágenes) y dicen exactamente lo que esperamos que digan. Pareciera que lo que era la ambigüedad de ese relato a dos, tres y cuatro niveles de discurso hoy se ha desplazado a su procedimiento. ¿Cómo decir lo que era un “fenómeno moderno sólido” en la actual modernidad líquida? (Zygmunt Bauman dixit) ¿Podrá esa liquidez traspasarse a la puesta en escena?

A la luz de la presente versión, interpretada por su elenco original (el propio De la Parra y su colega siquiatra León Cohen, ambos solventes y graciosos), queda rondando la pregunta de si se podría poner en tela de juicio la pertinencia de un cierto teatro de ideas (intercambiables, como en “La secreta …”, pero ideas al fin) en un escenario general que privilegia los hechos, los procedimientos y las materialidades teatrales.

“La secreta obscenidad de cada día”

Dramaturgia y dirección: Marco Antonio de la Parra

Elenco: León Cohen y Marco Antonio de la Parra.

Teatro Finis Terrae

Hasta el 31 de marzo. Viernes y sábado 20:30 Hrs. Domingo 19 Hrs.

 

 

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