Por Jaime Rosales
La obra de teatro La tranquilidad no se paga con nada, una versión libre de El invitado, escrita por ese referente de la dramaturgia chilena que es Juan Radrigán (1937-2016), constituye un nuevo y crudo recordatorio de que el teatro no se trata de lo que les ocurre a unos personajes sobre el escenario, sino de los espectadores que miramos sin saber que somos protagonistas de aquello que solo creemos presenciar.
En una función presencial y por Streaming en el marco del Festival Quilicura Teatro, y con el director Jesús Urqueta teniendo que subir al escenario en lugar de Nicolás Fuentes para acompañar a Karen Carreño, la obra confirmó este domingo 16 de enero que es vigente por universal y viceversa.
Radrigán no era un creador complaciente. Su alegato contra los escritores y contra una sociedad amoldados a las secuelas de lo que llamaba “el tiempo despiadado” que identificaba desde el inicio de la dictadura (1973) y hasta 1990, parece muy bien retratado en esta obra que data de ese lapso (1981), y cuyos protagonistas no son los personajes que miramos en escena, sino otros dos: el poder invisible, pero omnipresente, y el público al que se interpela todo el tiempo, pues los personajes están ahí no para contarnos de su marginalidad y precariedad y de su batalla diaria por recuperar su existencia, el amor y su dignidad, como a primera vista pareciera sino para hacernos a todos una pregunta capital, cuya respuesta les permita a ellos dejar de vivir al límite.
Estamos ante una obra que aplica de manera sutil, pero eficaz el efecto brechtiano de extrañamiento o distanciamiento que, como se sabe, relativiza el efecto de ilusión para animar al espectador a una perspectiva crítica más que a una identificación emocional con la acción representada; que el espectador tenga siempre presente dónde se representa y dónde lo que irrumpe es la realidad.
Y en La tranquilidad no se paga con nada lo brechtiano no se refiere solo a la forma, sino al contenido textual, cuyo fondo remite a ese breve escrito que el dramaturgo alemán publicó en 1937 con el título de Cinco dificultades para escribir la verdad. Ahí señala que cuando se quiere escribir con eficacia la verdad sobre ciertas condiciones deplorables, se requiere escribirla de tal forma que se puedan reconocer las causas evitables, porque solo de ese modo las condiciones deplorables pueden evitarse.
De este modo, la obra nos instala en el meollo del problema: cómo es que hemos llegado a normalizar el estado de cosas que, a querer o no, incide –derruyéndola— nuestra vida de todos los días. El realismo de la obra consiste precisamente en el descubrimiento de la causa, es decir, de la dinámica de por qué están pasando las cosas y qué de eso puede ser cambiado. Y ese descubrimiento es lo que dota a la obra, no solo de una dimensión artística, sino útil. Y no es que el teatro se escriba para dar soluciones, sino como fuente de análisis de los problemas que permitan vislumbrar sus causas.
La tranquilidad no se paga con nada tiene una estructura narrativa, que la dirección de Urqueta aprovecha para dar densidad al montaje y dar cauce al universo detrás del texto, el cual tiene la virtud de traducir el habla cotidiana en una forma con resonancias indudablemente poéticas, y un componente de suspenso que vertebra la acción de principio a fin, pues se juega con la información que se proporciona al espectador y cómo se va dosificando mediante esas alusiones a un supuesto invitado que nunca se ve, pero cuya presencia omnisciente gravita todo el tiempo sobre lo que sucede.
Este juego de alusiones parecería otra forma de crítica y advertencia del autor, al hecho de no llamar a las cosas por su nombre, que es otra forma de no prestar atención a los indicios que anuncian la devastación a la que después ya no se le podrá poner un alto.
El trabajo actoral de Karen Carreño y el propio Urqueta manifiesta su capacidad expresiva no solo para elaborar las imágenes narradas sino para hacer que lleguen al patio de butacas y se perciban a través de la pantalla.
El espacio escénico está organizado en un solo plano, en el que solo se requieren dos sillas colocadas en los extremos del escenario, que marcan la distancia que ha ido separando a la pareja protagonista de Sara y Pedro, si bien sus nombres pudieron ser cualquier otro, como nos lo dicen para sugerir veladamente que podemos ser nosotros mismos (otra manera que tiene la obra de interpelar al espectador).
El diseño sonoro hace su trabajo mediante alguna nota cuya continuidad introduce un clima de tensión y desasosiego en momentos en que se alude al invitado. La iluminación cumple con mantener la atención y el foco en los protagonistas y lo que dicen iluminándolos cenitalmente mientras el resto de la escena permanece en penumbra o en negros.
Estamos así, ante una puesta en escena que recoge con exactitud la mirada feroz y penetrante de Radrigán sobre una realidad acuciante cuya modificación dependerá de la respuesta que usted o cualquiera de nosotros demos a aquello acerca de lo cual esta obra nos viene a inquirir.
Título: La tranquilidad no se paga con nada
Dirección: Jesús Urqueta
Elenco: Karen Carreño y Nicolás Fuentes
Versión libre de “El invitado” de Juan Radrigán (Estreno)
16 enero, 21 hrs
Santa Luisa con Lo Marcoleta, Quilicura
+ streaming en www.quilicurateatro.cl
+ 12
Columna realizada como parte del programa de Crítica La Juguera Magazine
La Escuela de Crítica se realiza en el contexto del Festival Quilicura Teatro 2022, gracias al apoyo de la Corporación Cultural de Quilicura