Crítica de teatro “Lluvia constante”: Redención de un hombre al límite 

Por Ana Catalina Castillo

¿Cómo se conjuga en una misma obra el género policial con la esencia de la tragedia? Esta podría ser la pregunta a la que responde Lluvia constante (A Steady Rain), drama escrito por el guionista norteamericano Keith Huff –representado en diversos países desde 2007– y que el Teatro Zoco tendrá en cartelera hasta fin de mes. Inspirada en uno de los casos que hicieron tristemente famoso al asesino serial Jeffrey Dahmer, la obra presenta la extraña relación entre dos policías, Denny (Willy Semler) y Joey (César Sepúlveda), amigos desde niños, quienes a pesar de compartir diariamente en el trabajo, tienen visiones diferentes de la vida.

Como se sabe, el género policial implica tanto la existencia de un delito como la búsqueda del culpable y, en lo posible, la acción de la justicia. Por otra parte, entendemos que si hay tragedia es porque, inexorablemente, se impone ante el individuo un destino que se cumplirá, por más que se luche contra ello. En Lluvia constante, lo delictivo tiene varias capas y desde allí surge la conexión con lo que llamamos trágico, en cuanto ineludible.

Según el director de esta versión, Jesús Urqueta, su montaje apunta a resaltar el carácter trágico que reviste en nuestros días el enfrentamiento del ser contra el sistema. Entonces, como en este caso el sino trágico no viene de los dioses, como en el mundo clásico, el intrincado sistema en el que están inmersos los complejos personajes de Lluvia constante, los pone ante situaciones límite y los urge a tomar decisiones para las que no están preparados; sobre todo cuando “el protocolo” que se les ha inculcado no es aplicable a escala humana.

Esta posición de algún modo indefensa y que les dificulta tanto comprender a cabalidad como aceptar una realidad agobiante que los supera, recuerda de algún modo al trágico personaje de una de las cumbres del teatro barroco, Segismundo, quien se lamenta diciendo que “el delito mayor del hombre es haber nacido”. Mucho de esta desencantada postura ante la vida late en el corazón de la obra de Huff, en un entorno donde la vileza es simplemente uno de los componentes de dos individuos que albergan al tiempo luz y sombra. Si bien en los pecados que cometen Denny y Joey hay sobre todo negligencia y desidia, vendrán otras decisiones que los acerquen a la redención.

A pesar de que la obra se sitúa en las calles del Chicago de la década de los noventa, los dilemas éticos son aplicables a personas de diferentes partes del mundo y en diversos momentos, más aún en ambientes donde la línea de lo moralmente admisible se desdibuja con frecuencia porque, como repite uno de los personajes, hay cosas que no tienen lógica.

Concebida como un plano secuencia, la obra mantiene un ritmo tremendamente intenso, que interpela al espectador, manteniéndolo en vilo, ya que los dos actores se apropian sin tregua del espacio escénico. Caminan, se sientan, se golpean, ruedan por el suelo, lloran, gritan; y cada una de estas acciones resulta desgarradora. Por lo mismo, Lluvia constante no es una pieza teatral para mirar solamente, pues consigue incomodar. Y si esto ocurre se debe a que la materia dramática es fácilmente vinculable con aquello que trasciende el escenario.

Uno de los aspectos que engrandecen la ya tremenda obra que comentamos, es que se percibe la lucha interna de los personajes gracias a la actuación soberbia de Semler y Sepúlveda que acometen con oficio una pieza teatral altamente exigente, no solo por la extensión de los textos dramáticos, sino también porque combina dos líneas temporales. Se alternan monólogos en presente–que apelan a la ruptura de la cuarta pared– con diálogos que traen a escena el pasado, y esos saltos ocurren casi sin pausa. En medio de esta vorágine, la palabra dramática se instala en toda su potencia, en un intento extraordinario por expresar a través de ella todos los matices internos de dos seres quebrados por dentro.

Los elementos escenográficos incorporan adecuadamente elementos que dan cuentan del exterior y el interior, así como también de lo privado y lo público. Ello, junto con el diseño sonoro, consigue intensificar la trama. La lluvia constante a la que alude el título, y que por momentos aparece a través de los recursos audiovisuales que se incorporan a la puesta en escena, carga con muchos sentidos, pues no se trata de la lluvia suave que sana o purifica; tampoco es el elemento que evoca la vida y la fertilidad. Aquí la lluvia es el recordatorio de otra cosa. Tal vez de la presencia de una naturaleza que puede mostrar dos caras: una benévola y creadora y otra destructiva, lo cual conversa con la construcción multidimensional de los personajes.

Lluvia constante es, sin duda, una obra teatral importante y, al verla, se entiende por qué existe tanto interés por montarla alrededor del mundo. Pone ante los ojos del público, a modo de espejo existencial, toda la miseria humana, aunque también refleja los matices que nos conceden la conservación de ciertos valores como la amistad, el amor a la familia, los esfuerzos en la búsqueda de justicia. Por lo mismo, por más erradas que resulten las decisiones tomadas por los personajes, queda espacio para algo parecido a la redención.

Ficha artística

Título: Lluvia Constante

Dramaturgia: Keith Huff

Dirección: Jesús Urqueta

Traducción: Sofía Elizalde 

Elenco: Willy Semler, César Sepúlveda

Asistente de dirección: Amalia Kassai

Diseño de escenografía e iluminación: Tamara Figueroa

Diseño de vestuario: Loreto Monsalve

Universo sonoro: Álvaro Pacheco

Teatro Zoco, Av. La Dehesa 1500, Lo Barnechea

Entradas en puntoticket hasta el 29 de enero

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