Crítica de teatro “María”: Encerrar para olvidar

 

Por Ana Catalina Castillo

Después de una temporada digital en marzo de este año, hasta el domingo 24 de octubre se exhibió de manera presencial en el GAM la obra María. Dirigida por Juan Pablo Peragallo y con dramaturgia de Carla Zúñiga (El terror de vivir en un país como este), la pieza explora en algunos temas que ya son una constante en su destacada producción, tales como el horror y los conflictos sociales.

Presentada como un “viaje sonoro”, efectivamente María logra envolver al público en una atmósfera inquietante e incómoda, dada por esa característica. Inspirada en La habitación oscura, un relato tan breve como ominoso de Tennessee Williams, esta experiencia sensorial amplifica la tensión constante propiciada por la dinámica de preguntas y respuestas entre una asistente social y una dueña de casa. El diseño sonoro consigue potenciar el juego teatral que se sostiene no solo en lo dicho, sino también en los silencios de la madre. Los efectos producidos por el sonido fijan en el espacio teatral las palabras en su dimensión física, como los ecos.

A través de este tira y afloja, estrategia que mantiene el ritmo dramático, se conoce que hay una chica, María, quien vive encerrada por la madre en su propia casa. Así, en solo media hora, el montaje pone ante el espectador una historia de violencia por abandono. En ella, la madre encierra a la hija para clausurar también un abuso, pues si no se ve a la víctima, el horror puede quedar suspendido. A esto se añade un factor estremecedor: la preocupación y el cuidado se transfieren a la mascota de la casa.

La puesta en escena cuenta con elementos escenográficos mínimos. En medio del escenario, donde se concentra el diálogo, hay una mesa alrededor de la cual se mueven la madre y la asistente social. En diagonal a la mesa se ubican dos puntos focales. En el más cercano al público está el perro de la casa y más al fondo, María. Esta sobriedad consigue aumentar el horror, pues sugiere un despojo; el de los derechos de protección en la familia y, por supuesto, el de la libertad.

Es oportuno señalar que si bien la existencia y encubrimiento del abuso y la violencia ejercidos domésticamente se van revelando mediante el diálogo, los soliloquios de María producen un contraste en el registro, mediante sus ensoñaciones de rasgos líricos que son otra forma de encerrar el horror. Por otra parte, la presencia extraña del perro interpretado por un actor que se arrastra y jadea constantemente, completa la performance y acentúa la dialéctica entre lo humano y lo inhumano.

En un guiño a ciertos recursos brechtianos, los operadores del sonido y la música están dispuestos también en el escenario. Este aspecto aporta al distanciamiento necesario para enfatizar que el montaje nos remite a una realidad que muchas veces elegimos dejar de ver por dolorosa. Más aún, cuando estamos ciertos de que en nuestro país, no solo es el círculo cercano el que encierra para olvidar, sino también las autoridades de turno. 

Título: María

Dirección: Juan Pablo Peragallo

Dramaturgia: Carla Zúñiga

Elenco: Natalia Valladares, Coca Miranda, María José Parga y Agustín Sanhueza Composición musical: Alejandro Miranda, operador Luciano Vásquez 

Diseño sonoro: Daniel Marabolí, operador Octavio Oshee  

Coreografía: Daniela Marini

Escenografía: Gabriela Torrejón

Vestuario: Loreto Monsalve

Iluminación: Andrés Poirot

Producción: Javiera Vio

Diseño Gráfico: Javier Pañella

Duración: 30 minutos

En Centro GAM

 

 

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