Por Juan José Jordán
En su última obra Marco Antonio De la Parra, quien además la interpreta, se funde en la figura de William Shakespeare, en un monólogo que funciona como juego de espejos en donde los límites entre realidad y ficción se difuminan. Se nos presenta a Shakespeare como un dramaturgo en edad madura que divide su actividad literaria con la atención a pacientes. Escribir es un oficio y por lo mismo, quienes lo practican pueden hablar con propiedad sobre determinados detalles del quehacer que comparten. En este sentido, hubiera sido interesante agregar la mirada del dramaturgo, deteniéndose en torno a la labor del escritor en un sentido concreto; lo cansado que se pueda estar a la hora de teclear o hundir la pluma en el tintero, las dudas que pueden asaltar, las soluciones que se encuentran a determinados nudos dramáticos.
Está cansado. Ha escrito toda su vida y piensa cómo lo tratarán las generaciones venideras. No le cabe duda que de algún modo sus obras serán intervenidas, como cuando cita el final de El Rey Lear repitiendo una misma palabra 5 veces; lo recita en inglés y el público se impacienta ante esa extraña reiteración, para acto seguido, ser motivo de mofa por él mismo, produciendo una risa general en el público. Está consciente de su grandeza, pero le inquieta cómo perdurará su recuerdo.
La dirección de Pablo Schwarz privilegia la sobriedad con un sentido pragmático: lo que aparece en el escenario será usado por el personaje en algún momento; un par de sillones, una mesa de pool de la que se pasea alrededor para jugar, una vitrola antigua en la que pone unos discos, llegando a dar unos pasos de baile que no desentonan. Mister Shakespeare mantiene una conversación con una presencia que no vemos, sentada en el otro sillón. Constantemente lo invita a que lo acompañe con una pinta de cerveza, pero por alguna razón la visita no accede. Algo omnipresente, acompañando aunque no se lo quiera invitar. Se sabe que está ahí, oculto, alusión que hace pensar en la muerte. Nadie sabe cuando llegará el momento de pasar al otro lado y esa espera puede angustiar.
Surge la duda, ¿se trata de una obra pensada para el amplio público o para el mundo teatral? Cuando la obra utiliza el teatro, el gran conocimiento que el autor demuestra sobre Shakespeare para hablar de otra cosa, como el miedo a la muerte, la forma en que las personas lidian con la idea de su legado, logra abrirse y comunicar. Pero a ratos se encierra más de la cuenta, con giros humorísticos que difícilmente serán comprendidos para personas ajenas al ambiente, como cuando don William se pone a llamar a voces a sus perros dándole nombre de conceptos fundamentales de la tragedia griega: “¡Anagnórisis! ¡Catársis”. Para alguien como De la Parra, que lleva tanto tiempo relacionado al mundo del escenario estos conceptos deben formar parte de su vocabulario cotidiano, pero es poco probable que el público comparta ese conocimiento de forma generalizada.
Es interesante la forma desacralizadora de abordar al famoso dramaturgo, lo que se puede apreciar, por ejemplo, cuando cuenta que su inicio en la literatura fue recurriendo a la copia de autores latinos. Es interesante tener presente que el arte es una posta que va tomando elementos del pasado al tiempo que agrega otros nuevos. No existen los Big Bang; autores que parecieran haber surgido por generación espontánea. Es una constante interpelación a la tradición, ya sea para afirmarle o rebatirle. O como cuando comenta que se arrepiente de la creación del Shylock de El mercader de Venecia, emblemático personaje, vengativo, que no se deja doblegar por la súplica. Evidentemente, no podemos meternos en la cabeza de Shakespeare, pero es interesante acercase a su figura como alguien que pudo hacer cosas de la que más adelante se arrepintiera, como cualquier hijo de vecino. Y en el arte eso es muy notorio porque ahí queda la obra como testimonio, acusador.
Mister Shakespeare se pasea cómodamente por diferentes registros, pasando de una comicidad liviana al tono peliagudo, de carácter personal. La literatura es un oficio de brujos que permite escuchar a los que partieron al otro patio y al tomar la figura de Shakespeare la precencia de la muerte queda de manifiesto desde un comienzo. El tono personal es riesgoso, el público puede sentir que le están mostrando más intimidad de la cuenta, que, en definitiva se aburra con un texto que no va para ningún lado, centrándose demasiado en la figura del autor. Acá no ocurre, el interés no decae y las referencias personales están en este juego en donde no queda muy claro qué es realidad y qué invención. Además, es una invitación colateral a volver a lectura del gigante inglés. El mejor homenaje que se le puede hacer es leerlo, reflexionar en torno a sus personajes, no el famoso del Día del Libro donde se conmemora su muerte junto a la de otros dos autores de talla universal, en una coincidencia un poco sospechosa.
Ficha técnica
Dramaturgia e interpretación: Marco Antonio de la Parra
Dirección: Pablo Schwarz
Iluminación: Teatro Finis Terrae
Producción: Verónica Díaz
Iluminación fotografía: Almendra Silva
Coordenadas
Teatro Finis Terrae, Av. Pocuro 1935, Providencia, Metro Inés de Suárez.
Estreno: Jueves 27 de marzo – 20:30 horas.
Hasta el 13 de abril. Viernes – 20:30 horas. Sábado y domingo – 19:00 horas.