Por Jorge Letelier
Escribo esta crítica en momentos en que el activista medioambiental Rodrigo Mundaca ha sido amenazado de muerte por desafiar la usurpación de agua en terrenos agrícolas. Es la más reciente de una larga y nunca concluida lista de tropelías que, amparada en cierta imagen intocable del poder (político, económico, religioso), nos sitúa en un escenario de permanente desaliento e indignación.
¿Cómo enfrentar a estas fuerzas que parecen alimentarse y ampararse a cada momento en los vericuetos de la institucionalidad? 50 años atrás, Darío Fo empuñó la pluma y confrontó esa arquitectura del poder omnívoro en Muerte accidental de un anarquista, a propósito del supuesto suicidio de un ferroviario luego de ser interrogado por la policía de Milán. La agitación pública que provocó la oscura trama montada por la policía para cubrir el montaje, provocó un estado de violencia e indignación en Italia que fue el contexto para que la obra tuviera gran éxito de público pese a los intentos de la policía por suspenderla.
Todo muy parecido y a la vez muy distinto a lo que ocurre en Chile. El caso bombas, Camilo Catrillanca, Macarena Valdés y un largo etcétera engrosan el triste contexto en que la obra de Fo es remontada por tercera vez en nuestro país (la primera fue en 1986). Distinto, porque la agitación e indignación que provocó el caso italiano en su momento hoy se sitúa en las redes sociales y su temperatura improbable del estado de las cosas, donde un puñado de valientes parece distanciarse en su rebelión de una masa teñida de rabia cosmética. Dadas así las cosas, es un texto que regresa urgente, necesario y útil para entender lo que ocurre con la administración del poder y de la violencia en nuestro país. Y de cómo dialogamos con ella.
Situada en una Nueva York de los 70’ como tenue fachada argumental de lo que fue Milán en 1969, se nos muestra la estación de policía en que el ferroviario Guiseppe Pinelli supuestamente se “lanzó” desde el cuarto piso cuando era interrogado por su posible participación en un atentado. La reconstrucción del hecho, en clave de farsa, la lidera un sujeto al que conoceremos como “el loco” (Héctor Morales), un maestro del disfraz que entrometido en el cuartel va desafiando la lógica policial recuperando la verdad de lo que ocurrió a través de varios personajes (un siquiatra, un juez, un obispo).
El texto de Fo en la visión del director Francisco Krebs (Réplica) apunta a desplazar cualquier atisbo de realidad y se carga hacia un ejercicio de estilo setentero y una comicidad bufa, en que las delirantes discusiones entre este loco y los comisarios, muestran la paradoja del poder y la corrupción a través de la exageración, a nivel de puesta en escena como de las actuaciones.
Sostener un ritmo así es un mérito innegable de los actores y de la hábil dirección de Krebs. La torrencial verborrea del autor italiano es canalizada por la impensada capacidad cómica de Morales, como un transformista aquejado de “histriomanía” que va desnudando capa por capa las abyecciones que esconde esta aceitada maquinaria de corrupción, La figura de este loco casi shakespereano, el mayor pilar de la obra, es la manera que tiene Fo de confrontar el poder y denunciarlo, porque “hacerse el loco” es la forma de no espantarse con el horror, de evidenciarlo para otros y no morir en el intento.
En el prólogo original, Fo había establecido que estaba hablando de la muerte de un anarquista ocurrida en Nueva York, en 1929, pero que para efectos de la ficción teatral, la historia se iba a actualizar en Milán. Ese desplazamiento cínico era la manera del autor de organizar su crítica no desde la ironía sino que desde el absurdo. Al preservar este contexto, el montaje actual hace breves alusiones a la realidad local, donde se menciona la “hurricane operation” o se habla de “tractoristas”, en un juego de sentido que parece representar más que un breve chiste.
Porque la historia que presenta Fo es, por desgracia, la de cualquier país, en cualquier circunstancia, en cualquier gobierno. Su mordacidad política impacta de manera rotunda en nuestra realidad, y ese es el gran riesgo del montaje. Es tan obvia y evidente la vinculación con este Estado que falsea pruebas, incrimina a activistas y manipula comunicacionalmente, que la mordaz crítica de Fo en su traslado a este Chile dominado por resabios pinochetistas bordea la tentación sobrediscursiva. Situada como una sátira que ridiculiza la corrupción y brutalidad del aparato represor desde el humor absurdo, es demasiado cercano y casi literal como herramienta crítica, donde estas acotadas menciones al contexto local parecen estar de más. La sola realidad actual permite jugar en el área chica, además con la presencia en el prólogo de Daniel Matamala, el periodista más identificado con una perspectiva crítica hacia el gobierno y sus excesos. Sin duda que tantos elementos son demasiado evidentes en su intencionalidad y cargan la mesa porque provocan la risa cómplice del espectador, pero asumen el riesgo evidente de debilitar su virulencia política porque la desmesura y la farsa le anteceden como discurso.
El punto de inflexión interesante conlleva la pregunta de si esa virulencia e indignación de hace cinco décadas impacta de la misma forma en los tiempos actuales. ¿Se puede pasar a la acción, rebelarse contra el poder o confrontar la represión policial desde las stories de Instagram? El peligro, que la obra tiene como incómoda sombra, es que sea apenas un divertimento progre para reírse un rato de lo mal que está todo para luego pasar al siguiente tema. Es por ello que resulta especialmente ambiguo el gesto de traer de vuelta a Fo (más aún en el Teatro UC), porque es evidente que la cercanía con el contexto y la aceptación del espectador será total pero no pasará nada (los guiños locales así lo demuestran). Quizás pretender que “pase algo” sea otorgarle demasiado poder a una obra de teatro, pero ese algo sí ocurrió con su estreno original. Generó más que conversaciones. Provocó incomodidad, escozor, y ese es el marketing con que se sigue publicitando en las incontables adaptaciones que se realizan en el mundo.
Dicho de otro modo, se juega a ganador pero no se gana el partido.
Muerte accidental de un anarquista
De Darío Fo
Dirección: Francisco Krebs
Traducción: Mónica Zavala
Elenco: Héctor Morales, Willy Semler, Jaime McManus, Karim Lela, Alejandra Oviedo, Felipe Arce.
Diseño escenografía e iluminación: Pablo de la Fuente
Diseño de vestuario: Daniela Vargas
Música original: Alejandro Miranda
Audiovisuales: Pablo Mois
Teatro UC, miércoles a sábado (20:30 hrs.) hasta el 23 de noviembre.