Crítica de Teatro
“Painecur”: el racionalismo hegemónico puesto a
Por Jorge Letelier
¿Cuál es el comportamiento humano frente a un cataclismo natural? En la cultura occidental subyace la idea de que nada podemos hacer frente a las fuerzas de la naturaleza y por lo general la religión es la depositaria de nuestros temores. Pero ciertas cosmovisiones conectadas de manera más orgánica con la naturaleza han construido desde tiempos ancestrales otra relación que en ocasiones es difícil de aceptar desde nuestra racionalidad.
El terremoto del 22 de mayo de 1960 que, como se sabe, ha sido el más fuerte registrado en la era moderna, con 9,5° Richter- fue el peor cataclismo ocurrido en nuestro país y su enorme estela de destrucción generó un enorme impacto. Pero un episodio hoy olvidado en el tiempo y bullado en su momento dio cuenta de una perspectiva distinta frente al cataclismo y confrontó con violencia la tensión inherente al pueblo mapuche y el Estado chileno.
Fue el sacrificio del niño mapuche José Painecur a manos de una machi en una ceremonia para calmar la ira de la naturaleza, en la comunidad de Loncopulli, cercana al Lago Budi. Este caso reveló que la machi soñó el fin de la humanidad a propósito del terremoto y sus réplicas. Y por ello este nguillatún de sacrificio se convirtió en la manera de aplacar la ira de la naturaleza no solo para proteger a la comunidad mapuche sino que a la vida humana en general. La prensa de la época cubrió de forma importante el caso asignándole una culpabilidad de entrada (la post verdad antes de los tiempos de post verdad), lo que empujó a la justicia a la aplicación de la ley penal para encontrar culpables a la machi y sus asistentes y, además, provocar su linchamiento.

El pie forzado permite reproducir las aristas del juicio desde una dimensión especulativa al no existir referencias judiciales. En ese descubrimiento del caso, ellos investigan el contexto del terremoto, la cosmovisión mapuche y simulando el juicio, y así la obra explora de manera notable la construcción de una lógica racional occidental que tiene una evidente tensión con la cosmovisión mapuche. Con gran habilidad, el director y dramaturgo Eduardo Luna confronta a los tres estudiantes como personajes arquetípicos que también entre ellos generan tensión: el estudiante “urgido” por la nota que solo quiere aprobar (Sebastián Silva), el “zorrón” que estudia su tercera carrera y que no se esfuerza (Alexis Moreno Venegas) y el joven humilde y padre de familia que trabaja de día como actuario (Felipe Lagos).
Esta diferencia refleja de manera sutil la segmentación social y cultural de nuestra sociedad y cómo las relaciones se van construyendo desde el prejuicio, el desprecio y el resentimiento. Las estupendas actuaciones del trío de estudiantes se balancean entre el humor, el sarcasmo y la violencia con diálogos feroces y agudos que pintan una radiografía demasiada cercana de lo que somos. El elemento que cierra el círculo es la llegada de una compañera a reforzar la presentación (Pamela Alarcón), quien genera desconfianza y prejuicio que va desde el hecho de ser mujer a “parecer” de origen mapuche.
Una de las fortalezas de la dramaturgia es la forma en que la revisión del caso se va exponiendo de acuerdo a cómo los propios personajes van entendiendo las diferentes aristas de este incluyendo posibles caminos de culpabilidad e inocencia. Las creencias, los prejuicios y el deseo natural de ser “objetivos” hacen emerger de manera contundente la crisis entre la racionalidad hegemónica de nuestra manera de entender la justicia y el choque cultural con la manera de percibir el mundo del pueblo mapuche, donde los sueños son parte de la vida y experiencia en otro estado de conciencia.
La discusión en torno al caso y sus implicancias se juega así en dos ejes: la búsqueda por entender desde dónde se analiza el hecho y ese microcosmos cerrado que es el grupo de estudiantes en la preparación del caso y donde el tiempo apremia (parte importante de la historia transcurre en una extensa noche). El punto de crisis es la compañera, quien juega un rol fundamental para subjetivar la experiencia de lo investigado y luego como catalizador de la crisis.
Con un ritmo trepidante basado en diálogos y acciones, va emergiendo la complejidad del juicio que encarceló a los culpables sin atender que el acto fue realizado de acuerdo a una manera de explicarse el mundo en que un sacrificio humano tiene coherencia ante un peligro inminente. La criminalización y condena expone este choque cultural y nos trae el rol de la justicia en la relación con el pueblo mapuche: ¿Podemos enjuiciar desde nuestra óptica a quien no ha sido formado culturalmente como nosotros?
Otro atractivo del montaje es la digresión al relato que suponen ciertas escenas oníricas que pueden entenderse como parte de esa cosmovisión y que tienen el efecto de romper la linealidad y lo verosímil en un tono fuertemente fantástico, fantasmagórico incluso, escenas estupendamente construidas que se conectan con el tema de fondo desde una perspectiva expresionista.
El diseño escenográfico es funcional, incluso simple, en el que la iluminación juega un rol importante para crear climas y giros radicales, apoyado por un diseño sonoro que otorga una progresiva sensación de inquietud en las escenas oníricas. El elenco no tiene fisuras y es notablemente sólido para exponer una gama de ideas arquetípicas pero de gran fuerza interpretativa.
Obra arriesgada y madura, “Painecur” pone en tela de juicio el razonamiento racionalista hegemónico que como Estado, hemos intentando aplicar a la comunidad mapuche sin atender a su manera de percibir la realidad, cosmovisión y dimensión espiritual. Se agradece que la dirección y dramaturgia de Eduardo Luna evite el lugar común del discurso vociferante y falsamente progresista de cierto teatro que aborda las aristas del conflicto mapuche desde la denuncia o el paternalismo. Este es un teatro urgente, inteligente y político en el mejor sentido del término. Una sorpresa que pese a estrenarse a fines de año es sin duda uno de los mejores montajes de la temporada.
“Painecur”
Dirección y dramaturgia: Eduardo Luna
Elenco: Felipe Lagos, Pamela Alarcón, Sebastián Silva y Alexis Moreno Venegas.
Diseño teatral: Javiera Severino y Karla Rodríguez
Composición musical: Daniel Cartes