Por Noelia Barrientos, desde Madrid
Entrar al teatro por una alfombra azul siempre es signo de buenos augurios. O casi siempre. Del 21 al 24 de noviembre, la obra de teatro chilena Paisajes para no colorear coronó el cartel del Teatro Abadía en la 37º edición del ‘Festival de otoño a primavera’, -organizado por la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, del 15 de noviembre al 1 de diciembre, en algunas de las salas de la capital-, mostrando en escena una dramaturgia de carácter social que puso al público la carne de gallina, los pelos de punta.
Bajo la batuta del joven director y dramaturgo Marco Layera (Santiago de Chile, 1978), la formación teatral La-Resentida presentó las historias de nueve adolescentes chilenas: Ignacia Atenas, Sara Becker, Paula Castro, Daniela López, Angelina Miglietta, Matilde Morgado, Constanza Poloni, Rafaela Ramírez y Arwen Vásquez, poniendo sobre la mesa la gélida realidad a la que se enfrentan las jóvenes del país “largo en prejuicios y estrecho en libertades”, así como en el resto del continente latinoamericano.
El espectáculo, atrevido, trasgresor, cortante, violento, arrebatador y revolucionario ha sido el fruto de un largo y metódico proceso de investigación que arrancó en 2016, cuando comenzaron a recopilar testimonios de más de 100 adolescentes chilenas, de las que finalmente fueron seleccionadas las nueve protagonistas de la pieza, que ponen cara y lágrimas a la violencia a la que están sometidas en su día a día, tanto en sus entornos familiares como en la calle, cuando se relacionan con sus pares, con sus profesores, con el mundo adulto.
“La brutalidad de los hechos nos remite a muchos interrogantes en torno a la realidad a la que están expuestas las adolescentes: el cómo se desenvuelven y se socializan entre sus iguales, cómo interactúan con la historia y el presente de su país o con los discursos, paradigmas y cambios sociales de su tiempo y cómo se posicionan frente al pensamiento adultocéntrico”, señalan desde el colectivo La-Resentida.
Situaciones límite asumidas y normalizadas, mientras las nueve jóvenes gritan desgarradas y rotas proclamas no propagandísticas: “Una chica nunca puede bailar así, sólo las putas bailan así”; “Sé que cuando dices que no, es así”; “Sé que cuando dices suave significa fuerte”.
El objetivo marcado por la compañía “más punk del teatro chileno” persigue con este trabajo, que ha triunfado ya en las tablas chilenas, traspasar el discurso del ámbito familiar al público y político “para poder sumar las voces de las nuevas generaciones a la intensa reflexión y al debate sobre las relaciones de género”.
Lluvia intempestiva e inesperada de insoportables maltratos, basados en las historias personales de las protagonistas o de casos publicados en la prensa, que se concentran en esa pancarta que sacaron las nueve jóvenes cuando terminó el espectáculo y que decía: “En Chile se violan los derechos humanos”.
Un hurra por estas valientes chilenas que han sabido pasar por encima y pisotear el encasillamiento de “locas, histéricas y dramáticas”, para convertir toda su fuerza y pasión adolescente en un trampolín hacia ‘no se sabe dónde’ pero, esperemos, sea un salto hacia un mundo algo mejor.