Crítica de Teatro “Punto ciego”: Viaje sensorial de contornos indefinidos

Crítica de Teatro

“Punto ciego”: Viaje sensorial de contornos indefinidos

Por Jorge Letelier

Ante de iniciar la obra se le advierte al público que habrá largos segmentos en total oscuridad y que si alguien se desespera ante la penumbra, asistentes los ayudarán a salir de la sala. Como efecto sicológico puede ser un buen golpe de efecto para generar expectación o curiosidad adicional respecto a los límites teatrales que “Punto ciego” está intentando tensionar. La razón es bastante simple: vamos a entrar a un terreno de percepciones auditivas y sensoriales sin la visión como sentido principal. No es la primera obra ni será la última en investigar las posibilidades del teatro inclusivo pero es evidente que hacerlo hoy, cuando las sensibilidades en torno a la inclusión generan líneas programáticas cargadas a lo políticamente correcto, contiene peligros desde lo artístico y –valga la redundancia- desde lo político.

Una voz en off nos introduce en la acción, cuando estamos en absoluta oscuridad. Nos dice que estamos en el sur, en una playa, donde yace el cuerpo de un hombre. Hace frío, hay viento y un sutil tono fantasmagórico nos lleva a un relato de contornos inciertos. Cuando lentamente comenzamos a ver, la voz nos narra la disposición de la puesta en escena: hay espectadores a ambos lados del escenario, una tela negra divide el espacio y hay una tarima al centro. Unos actores realizan una acción y un par de focos a los costados son movidos por los actores e iluminan las escenas desde distintas posiciones haciendo cambiar la perspectiva y las formas de lo visto.

Todo esto ocurre en un comienzo sugerente y prometedor. La voz de la actriz y directora Heidrun Breier (invitada de la compañía) funciona bien como audiodescripción y nos introduce en el misterio evocando sensorialmente el relato. Una vez revelado el espacio escenográfico, este se presenta en permanente oposición entre luz y sombra, y las acciones de los actores y la disposición espacial dan cuenta de que evidentemente lo que vemos está supeditado a la guía del relato oral. Esto se grafica en que el telón que divide el escenario en dos y los movimientos son artificiosos y van en dirección opuesta a la audiodescripción. Mientras la voz es evocativa de imágenes, lo visto es frío, esquemático y en largos pasajes más performático que teatral. El elemento bisagra de la puesta en escena es el técnico de iluminación quien luego se revela como el actor ciego del montaje.

La dramaturgia entra así en un terreno de exploración formal confuso y errático. Los vicios sobre ideas post-dramáticas, ya vistos en bastantes montajes, vuelven a surgir: la autoconciencia sobre la representación y la artificiosidad expresiva entra en colisión con la reflexión en torno a la imagen y a cómo la ausencia de esta no implica dejar de ver. De fondo, la historia en torno al juicio ocurrido en Chiloé en 1880 contra brujos y hechiceros de la zona agrupados en las llamadas “La mayoría” y la “Recta provincia”, que obligó a la participación del gobierno del presidente Aníbal Pinto y que fue desarticulada por el peligro de un poder paralelo en la isla, intenta ligar el temor a lo desconocido y a lo no visto (que es lo mismo que a no conocer) como el correlato a la experiencia de la ceguera. El técnico de iluminación adquiere así un rol preponderante a nivel simbólico (al menos eso creemos) pero su conducta es errática tal como el resto del elenco. Se suceden así escenas que instalan la idea de una dimensión sobrenatural en los hechos y del enfrentamiento entre una comprensión racional ante eventos de carácter mágico.

Los objetivos que se traza la compañía Teatro Persona no son modestos. Según propia definición, intentan “repensar los modos de representación del teatro contemporáneo profundizando principalmente en la creación de desplazamientos perceptivos de la visión y audición del espectador”. Pero las aspiraciones de sus objetivos no se logran advertir en la puesta en escena. Si el intento era generar una exploración que permitiera desarrollar nuevas formas perceptivas organizadas desde la sonoridad, la narración toma como casi único referente a la audiodescripción, lo que hace unidimensional la experiencia sensorial y donde el trabajo actoral (lo que “vemos”) es un eje trabajado desde un plano inferior y que reenvía a lugares comunes sobre el teatro posdramático: la ausencia de una materialidad, la artificiosidad de la interpretación, la fragmentación inconducente del relato.

Visto así, el intento por tensionar ciertos lenguajes es más bien hacer un tipo de teatro inclusivo aunque la propia compañía no lo defina así. La presencia del actor ciego no se entiende salvo el hecho de que es ciego, por ello es un gesto más paternalista que perceptivamente provocador para los espectadores no ciegos. Los adjetivos o pretensiones artísticas para arropar una propuesta que busca una cierta sensorialidad no visual generan un espectáculo confuso, cuyo eje narrativo nunca termina de entenderse bien (ni en su plano textual ni en sus implicaciones de sentido) y en la cual no se aprecia la búsqueda por tensionar nuevos lenguajes escénicos.

El objetivo básico de acercarse a la experiencia de la percepción desde la no visión es ponerse en ese lugar distinto y recrear esas condiciones particulares. Eso es un gesto eminentemente político. Pero si la constante autorreflexión sobre las posibilidades de un lenguaje teatral posdramático termina importando más, hay algo que no cuadra de una propuesta que parece racionalizar en demasía sus materiales.

“Punto ciego”
Dramaturgia: Colectiva 
Compañía: Teatro Persona 
Dirección: Ignacia González 
Elenco: Lorenzo Morales, Francisca Traslaviña, Alejandro Ferreira y Camilo Navarro
Audio descriptora: Heidrun Breier 
GAM, Sala N1, hasta el 1 de septiembre, 21:00 hrs.

 

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