Por Romina Burbano Pabst
¿Te imaginas un bosque que ya no existe? ¿te imaginas cómo eran sus colores? ¿sus aromas? ¿sus sonidos?… ¿qué es lo que queda en el lugar?… Me imagino sus árboles grandes y verdes, la humedad de la tierra y la frescura de su sombra. Me imagino los chirridos, los goteos, los silbidos y los trinos acompañando cada rincón. Ahora… una bruma seca llena el lugar, veo sombras, pedazos de troncos esparcidos por el suelo, se escuchan las sierras inquietas y el sonido profundo que hacen los árboles al caer. Cesaron los cantos que habitaban en el bosque y su aroma se ha tornado denso y penetrante.
- Memorias de un pájaro
Robar Madera de la Compañía Intermitente, dirigida por Imanol Ibarra y escrita por Nicolás Lange, llega a Teatro del Puente con una propuesta nueva y provocadora, que busca reflexionar sobre las problemáticas ambientales y políticas que se están viviendo en Chile. La puesta en escena nos transporta a un espacio devastado, donde la tala indiscriminada ha reducido el bosque a escombros y ecos lejanos de lo que alguna vez fue. En este paisaje, las coreografías, los diálogos entrecortados y el diseño sonoro, nos recuerdan la pérdida irreversible de la naturaleza desde la recomposición de fragmentos.
El Decreto Dl-701, aprobado en octubre de 1974 por la Junta Militar, marcó el inicio de una devastación silenciosa. Este decreto ofrecía una bonificación del 75% para quienes plantaran pinos o eucaliptos en la zona sur de Chile, incentivando la destrucción de vastos bosques nativos en La Araucanía. En este contexto, la obra aborda el robo de madera desde múltiples perspectivas, con personajes que, encarnados en pájaros, narran fragmentos de historias que alguna vez habitaron esos bosques.
El montaje no solo cuestiona a quienes participan directamente en tala ilegal y el robo, sino también, denuncia a todo un sistema que, mediante su inacción y complicidad, permite la desaparición impune de la naturaleza. El “ladrón de madera” se vuelve un ser omnipresente que acecha en las sombras, es inasible y esquivo. Esta figura escénica es el reflejo de una amenaza que se mueve entre un conjunto de actores que perpetúan la devastación. La identidad del ladrón se vuelve borrosa y multifacética, desdibujándose entre sus propios actos. En lugar de ser una figura concreta, el ladrón se convierte en un símbolo abstracto del despojo, donde lo que importa no es la acción en sí, sino el caos que deja a su paso.
El ladrón, se pierde en su propio actuar destructivo dejando un paisaje de escombros y desolación. Nos confronta como espectadores, con la realidad de un sistema que invisibiliza la desaparición sistemática de nuestros recursos naturales, dejando tras de sí un vacío que es tanto físico como emocional.
El elenco conformado por Aníbal Gutiérrez, Amanda López y C. Margo Sáiz, ofrecen una representación magnífica de tres pájaros que transmiten entre palabras lo que fue visto y contado en un bosque que dejó de existir, viéndose en un ciclo continuo de sucesos ininterrumpidos. Estos pájaros emergen como un símbolo profundo y misterioso, entre el pasado y el presente. Lejos de ser meros testigos de la devastación, estos pájaros son narradores de un lugar y tiempo que ya no existe. Entre distintas sonoridades, repiten, construyen y reinventan partes de historias, creando un tejido de ecos de lo que alguna vez presenciaron o escucharon. Así como el ladrón de madera, su identidad no se distingue a simple vista, sino a través de los sonidos que emiten podemos interpretar lo que nos quieren contar.
Entre esta composición visual y sonora singular, la obra nos enfrenta a la reflexión de la construcción del relato desde los recuerdos fragmentados, conduciendo al espectador por una narrativa que se construye y destruye constantemente. En este sentido, la escenografía juega un papel central para llevar a cabo esta narrativa, creando un espacio que refleja tanto el caos como la destrucción progresiva del entorno natural. Los elementos escenográficos, principalmente los rectángulos rojos de espuma, no se limitan a ser esencialmente decorativos, se convierten en personajes que interactúan con los intérpretes y se transforman junto con la narrativa.
Estos bloques rojizos esparcidos por el escenario, son escorzos de algo más grande. Su textura suave y ligera contrasta con la pesadez emocional que cargan, evocando la sensación de estar en un bosque roto. Además, su disposición irregular sugiere la destrucción del paisaje, mientras que su color rojo vibrante añade un sentido de urgencia a la problemática. El dinamismo con el que se crea el espacio escénico es tan frágil y cambiante como el bosque en sí mismo.
Por otro lado, el diseño sonoro resulta impresionante, envolviendo al espectador en una experiencia inmersiva que teje una narrativa única, donde se entrelazan los distintos mundos que la obra propone. Según Aníbal Gutiérrez, el trabajo de estudiar los cantos de las aves chilenas, como bandurrias, chunchos, peucos y carpinteros negros, permitió crear una constelación de sonidos que va más allá de la imitación. De este modo, los diálogos se construyen en base a los cantos de las aves desde una sonoridad que genera distintas emociones en el espectador y, a su vez, están cuidadosamente recreadas aportando una capa de profundidad al discurso.
La sonoridad de la obra actúa como un lenguaje entrelíneas que complementa la desaparición del paisaje natural, los pájaros se comunican con lo que ya no está, recreando escenas de lo que fue. Se encapsula en los sonidos y vocalizaciones un tránsito entre el pasado y lo que está desapareciendo en ese momento, reforzando en el sentido del presente. Cada canto, cada trino, cada palabra, es una reconstrucción sensorial de escenas y momentos del bosque; la sonoridad actúa como un complemento tanto estético como narrativo de la obra, intensificando el impacto emocional del espectador al conectar profundamente con la sensación efímera de la desaparición.
Además del diseño sonoro, la corporalidad es fundamental a lo largo de la obra. Los cuerpos de los intérpretes revelan un profundo estudio del comportamiento de las aves, presentando una síntesis de movimientos que no pertenecen a una especie en particular, sino a una pluralidad de aves coexistiendo en un solo cuerpo. Esta fusión de corporalidades convierte el cuerpo en un espacio de investigación y creación, donde lo humano y lo animal se entrelaza. Los gestos adquieren una potencia única, son cabeceos rápidos, picoteos insistentes, saltos cortos y caminatas apresuradas, lo que se reinterpreta en secuencias rítmicas.
Desde las bases del teatro físico, el montaje hace énfasis en el uso del cuerpo y el movimiento para contar historias, transmitir emociones y construir significados. Los intérpretes capturan la esencia de los comportamientos de las aves, transformando el escenario en un espacio donde lo instintivo y lo reflexivo coexisten. Es, a partir de estos movimientos que los cuerpos se convierten en narradores sensoriales, contando una historia que va más allá de las palabras, construyendo un diálogo entre lo visible y lo ausente, entre la memoria y el presente. Cada gesto, no solo recrea un fragmento de vida, sino que también resuena como una metáfora de la fragilidad de la vida. Así, la corporalidad se presenta como un testimonio físico, una presencia inquietante de lo que ya no está, pero que rehúsa ser olvidado.
Robar Madera, es una obra puramente sensorial que nos invita a la reflexión desde el uso de técnicas puramente expresivas, tanto la voz, como el cuerpo son la memoria activa de sus personajes. Cada sonido, cada movimiento, nos enfrenta a lo que ya no está, pero que, sin embargo, resuena y se presenta en las problemáticas ambientales de nuestra sociedad contemporánea. El cuerpo y la voz actúan como testimonios de una historia que se sigue escribiendo en las sombras, donde el robo va más allá de un delito, se transforma en un símbolo de la complicidad entre el poder y la destrucción.
La obra nos confronta con la invisibilidad de los responsables y la magnitud de la devastación que dejan a su paso, un hecho que ha sido casi imparable. A través de una coreografía física y sonora que nace del estudio de las aves, la representación del saqueo de la naturaleza se convierte en una analogía poderosa que materializa la destrucción, sus víctimas y los perpetradores ocultos.
En última instancia, Robar Madera es una denuncia poética que trasciende la reflexión ambiental para exponer la complicidad sistémica y colectiva de la destrucción de nuestros bosques nativos.
¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por no ver lo que ocurre ante nuestros ojos?
Ficha Técnica
Título: Robar Madera
País: Chile
Dirección: Imanol Ibarra
Dramaturgia: Nicolás Lange
Elenco: Amanda López, Aníbal Gutiérrez y C. Margo Sáiz
Diseño Integral: Compañía Intermitente
Realización de Vestuario: Marcela Schalscha
Diseño de Iluminación y Multimedia: José Miguel Agurto
Diseño Sonoro: Aníbal Gutiérrez
Producción: Tatiana Baeza
Asistencia de producción: Tifa Hernández
Diseño gráfico y registo audiovisual: Estudio Propio
Presencia de humo, alto volumen de sonido, música estridente, bajos retumbantes, sonidos repetitivos, penumbras.
Duración: 1hora 14min
Edad recomendada: +14
Coordenadas
Del 31 de Agosto al 15 de Septiembre
Miércoles a domingo 20:00hrs
Teatro del Puente