Por César Farah
La lucha civilización versus barbarie fue -y sigue siendo- uno de los tópicos más incesantes de la modernidad, tanto en filosofía, arte y ciencia. No es de extrañar, puesto que ya desde mediados del siglo XVIII, la necesidad de abandonar la mitología y abrir paso al racionalismo, se constituyó como un esfuerzo, primero de supervivencia, para luego llegar a ser político. La modernidad triunfó a medias o, al menos, nunca cerró su camino. Hoy, nuestra época antimoderna, nos lo recuerda permanentemente: ya ni siquiera es admisible un discurso que nos dé explicaciones racionales y genéricas sobre los procesos sociales e históricos, porque incluso aquellos grandes relatos perdieron vigencia por ser mitológicos, ideológicos, falsas consciencias. El problema es que adherir a esta postura, no es otra cosa que un gran relato en sí mismo.
El último estreno del Teatro Nacional Chileno, en cierto sentido, propone otra vez este problema: civilización versus barbarie. Temis, la nueva obra de la compañía Bonobo instala, precisamente, un conflicto que viene articulando desde hace tiempo: la violencia (a menudo solapada, casi nunca evidente) en contextos que podemos denominar democráticos y que se precian de civilizados.
Una familia de clase media alta, progresista e inclusiva, ha logrado desarrollar un negocio con todas aquellas características que, precisamente, le dan el sentido de “civilizada”, casi primer mundista: se trata de una empresa eco-amigable, inclusiva, transversal en el trato con sus trabajadores. Esencialmente, esta lógica los ha llevado a la prosperidad y un cierto equilibrio de vida que se ve desarticulado por la llegada de una hermana desconocida hasta entonces que, en buenas cuentas, desenmascarará las tensiones (no tan) ocultas de la familia.
La dramaturgia de Pablo Manzi es sólida. Comprende a la perfección el sentido del diálogo como acción y al ritmo de este como un factor integral de los acontecimientos. Sabe matizar el cómo contar una historia en la misma medida que desliza una visión que propone preguntas, mucho más que sostener certidumbres. Ciertamente, la estructura de la obra, hacia el final, se hace más feble, en el sentido que el final-epílogo de la misma, aparece vagamente forzado respecto del cuadro anterior, pero no por eso desmorona todo el resto, sino que más bien propone la necesidad de cuestionar cuál es el sentido formal de contar una historia como esta.
Las actuaciones, todas, solventan la propuesta con precisión, fuerza, sentido escénico y ritmo. Gabriel Urzúa logra el tono más notable con esa mezcla de realismo y absurdo que lleva a cabo con desparpajo absoluto, Marcela Salinas sostiene la escena de forma generosa, permitiendo que la acción avance, exactamente como lo hace también Paulina Giglio, por su parte, Carlos Donoso logra un tono preciso para su personaje, cosa nada fácil por las características del mismo (al mismo tiempo entre la lucidez absoluta y la locura total), Gabriel Cañas acierta, como siempre, ajusta su personaje con técnica, potencia e inteligencia escénica, finalmente, Guilherme Sepúlveda, tal como Urzúa, logra ese ácido punto de verdad a través de falsear lo humano, ese cinismo perfecto que, en sí mismo, es el carácter de su actuación.
La música de Camilo Catepillán es, por cierto, un valor en sí mismo para el montaje. Semióticamente, completa y se une a la acción, se coordina con las actuaciones y diversos cuadros de la obra, produciendo una relevancia de los acontecimientos, precisamente, a través de su espacio sonoro.
El diseño integral, de Los Contadores Auditores (muy en el estilo de los montajes que antes han hecho para Bonobo), se suma a la propuesta sin especial particularidad, la paleta de colores, ciertamente, remite a esa idea de clase media burguesa y los elementos que están en escena se utilizan en la acción, pero no hay nada que realmente abra mayores lecturas en la escenografía o iluminación.
La dirección, a cargo de Andreína Olivari y Pablo Manzi, es evidentemente, lo que sistematiza todo este entramado representacional. Su trabajo ha sido reconocido ampliamente porque no solo organizan las acciones, sino que estructuran una propuesta escénica que funge como toma de posición respecto del lenguaje creativo que utilizan, no solo cuentan una historia, sino que tienen consciencia del problema modal que ello implica, es decir, del modo en que deciden representar aquellos hechos ficticios. Además, hay una propuesta discursiva que se manifiesta a partir de la escena. La trilogía Donde viven los bárbaros, Tú amarás y ahora Temis, precisamente, ponderan el problema de toda civilización: la contradicción radical entre su sentido de progreso, de orden, de cuidado social y su origen que remite, ineludiblemente, a la guerra, la sangre, la destrucción. Por otra parte, profundiza en las preguntas que todo entramado social debería estar haciéndose de forma permanente, es decir, si el orden simbólico y político en el que se sostiene una nación, un sistema social, un país, un Estado, tienen asignado lugar real, verdadero, para la otredad, para el extranjero, para el bárbaro, incluso cuando ese extranjero nació en el mismo país, puesto que las posibilidades de la otredad, no solo remiten a un pasaporte.
¿Es posible tener una identidad fuerte y colectiva, sin diferencias? ¿La inclusión y lo políticamente correcto, no son a menudo formas de silenciar, incluso de censurar, el pensamiento visceral de un pueblo? ¿No son muchas de las luchas sociales de hoy solo tribales, generando fragmentación (e insipidez) respecto del problema sistémico final? Se trata de preguntas incómodas, complejas siquiera de enunciar, pero, al final del día, es precisamente para eso que el arte debería levantar la voz, justamente, la compañía Bonobo lo hace y, tan solo por ello (aunque por mucho más) Temis es una gran e imperdible obra.
FICHA ARTÍSTICA
Título: Temis
Dramaturgia: Pablo Manzi
Dirección: Andreina Olivari y Pablo Manzi
Elenco: Gabriel Cañas, Carlos Donoso, Paulina Giglio, Marcela Salinas, Guilherme Sepúlveda y Gabriel Urzúa
Diseño Integral: Los Contadores Auditores
Música: Camilo Catepillán
Producción: Horacio Pérez
Prensa: Fogata Cultura
Fotografías: Marcos Ríos
Co-producción con Espacio Checoeslovaquia
Proyecto realizado con el auspicio de Fondart
TEMPORADA
Del 12 al 16 de abril, martes a sábado 20:00 hrs
Teatro Nacional Chileno (Morandé 25, Metro Universidad de Chile)