Crítica de Teatro “The animals and children took to the streets”: fábula político-infantil del más alto nivel

Por Jorge Letelier

Cuando el cine comenzaba a gatear, cerca del inicio del siglo XX, un ilusionista curtido en el espectáculo de variedades llamado Georges Mélies, entendió que el nuevo lenguaje le podía permitir perfeccionar su magia desde lo visual, con una serie de efectos y hallazgos que sentarían las bases de la gramática del cine.

Ese espíritu artesanal y donde la ilusión juega un rol fundamental, es lo que mueve el trabajo de la compañía inglesa 1927, colectivo de artistas escénicos, musicales y visuales compuesto por la directora Suzanne Andrade, el animador Paul Barritt y la música Lilian Henley, y que deben su nombre al año de estreno de la primera película parlante de la historia: “El cantante de jazz”. La referencia al cine mudo y en especial al expresionismo alemán es la primera relación. Pero es una combinación de referentes que incluye además actores en vivo, animaciones de estilo naif, música en vivo y una estética de cuento donde bajo su superficie subyace un agudo mensaje sociopolítico.

En lo que desde ya califica como uno de los hitos del año teatral, la semana pasada la compañía se presentó en Santiago en el Teatro CorpArtes con su segunda obra: “The animals and children took to the streets”. Lo que en un inicio parece ser una fábula infantil retro pronto discurre en caminos oscuros, sombríos, pesimistas pero expuestos con una ligereza admirable. Estamos en una ciudad de cuento, con un cielo azul, parques verdes y limpios y calles ordenadas. Pero un poco más allá, en la periferia, se ubica Bayou, una especie de barriada o complejo de edificios donde vive la clase trabajadora, los marginados y los delincuentes. Esto lo vemos a través de animaciones proyectadas en tres pantallas que se complementan visualmente. Dentro de ellas aparecen personajes de carne y hueso: un conserje encargado de la limpieza, una anciana, una madre recién llegada y una pianista que narra la historia a través de canciones al estilo del cine mudo.

Bayou es la parte de la ciudad que nadie quiere ver. Es el descenso a las mazmorras sociales, donde conviven el hacinamiento, la pobreza, el vicio y por sobre todo la desesperanza. Eso lo encarna el conserje que ahorra cada peso para llegar a las 777 libras que cuesta el pasaje para salir de Bayou. Este personaje con su cara pálida y su expresividad a lo Buster Keaton es como el joven hijo del alcalde que se revela ante la esclavitud de la clase trabajadora en “Metrópolis”, un tipo normal devenido en héroe. La referencia a la monumental película de Fritz Lang no es casual porque el mismo año 1927 que le da nombre a la compañía fue el estreno en Berlín.

Las tres actrices que encarnan todos los personajes son un prodigio de exactitud que recuerda en parte el virtuosismo visual de Teatro Cinema, pero con ese encanto artesanal que la compañía chilena fue perdiendo a medida que se engolosinaba con la técnica. Se relacionan, caminan y se miran con personajes animados en una coreografía que parece olvidarse de la tecnología aplicada y que está centrada en la ilusión casi naif de un espectáculo retro, con la pianista cuyo canto y música nos traslada a un imaginario cabaret berlinés de los años 20’.

El conflicto de la historia lo entrega un grupo de niños que por las noches roba, asalta y desafía la higiénica autoridad de la ciudad. Porque en Bayou el peligro son los niños, hijos descarriados o huérfanos que no asisten al colegio y merodean los pasajes. Cuando una madre y su pequeña hija llegan a Bayou con la idea de enseñar a la comunidad, se encuentra con que el conocimiento es un bien suntuario, olvidado.

Ninguno de los elementos que 1927 pone en escena son, de forma aislada, originales. La estética retro o vintage ha sido explotada de variadas formas pero lo que la hace distintiva en su conjunto es la búsqueda de un resultado que sea a la manera de Méliés, una reivindicación de la magia, lo ilusorio y la fantasía para crear un discurso propio en tiempos en que ya todo está inventado. Este juego de borrar las fronteras entre la animación, la luz, los actores y la música responde genuinamente no a esconder el truco sino a exhibirlo como parte de esta suspensión de la incredulidad, y donde cabe desde el expresionismo alemán a los pintores “degenerados” como Otto Dix o George Grosz, el constructivismo, Rodchenko, Charles Dickens y Betty Boop, entre otros referentes, manejados con una idea de espectáculo popular en el mejor sentido del término.

Decíamos que esta estética de cuento a poco andar se convertía en un relato oscuro, incluso siniestro, y en una premonición social que cada cierto tiempo cobra relevancia en algún lugar del mundo. Estos niños descarriados se toman un parque en la superficie de la ciudad lo que genera la represión de la policía y disturbios callejeros que son aplacados con una fórmula química que suprime la energía de los niños, dejándolos dóciles. El protagonismo puesto en los niños como objetos de represión articula el discurso en torno a la falta de educación, la marginalidad y las expectativas futuras, donde la compañía no oculta un potente mensaje sobre la necesidad de levantarse y provocar cambios, aún a pesar de las derrotas y costos que esto puede provocar. Los ecos a nuestra famélica educación pública y los ideales de meritocracia y esfuerzo tan burdamente expuestos por el gobierno, y el grosero abandono con que el Estado mantiene a niños vulnerados en nuestro país le añade a esta fábula sobre clases sociales (casi) desesperanzadas un componente perturbador e inquietante que lo hace un objeto artístico peligroso e incómodo, con la fuerza para remecer mucho más que las autodenominadas obras políticas que abundan en nuestra cartelera y que confunden grandilocuencia con crítica, explicitud con asertividad. Curioso es que venga de Inglaterra una obra que nos hable de nuestra realidad y que combine con exquisita perfección dos mundos en apariencia contrapuestos: el del cuento infantil con despliegue de recursos mágicos y de brillante estética, y el mensaje social irreverente sobre las omisiones e injusticias que nos acechan en cada esquina, listas para reaparecer.

“The animals and children took to the streets”

Compañía: 1927

 Dirección de Suzanne Andrade.

Animación de Paul Barritt.

Música de Lilian Henley

Elenco: Genevieve Dunne, Felicity Sparks and Rowena Lennon.

Teatro CorpArtes

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