Por Romina Burbano Pabst
En Tiempo, la nueva obra de Nathalia Galgani, cada movimiento, cada respiración, cada palabra es – a la vez – presente, pasado y futuro; convirtiendo el escenario en un espejo donde el tiempo se observa a sí mismo. Los cuerpos que aparecen en escena avanzan sin pausa, obedeciendo una inercia que los arrastra, los impulsa y los desborda. El espectador es sumergido en el presente dinámico y anacrónico que se fusiona en escena cual jazz.
La obra nos sitúa frente al vértigo cotidiano: la prisa por cumplir, la ansiedad de no quedarse atrás, la necesidad de sostener una vida que se escapa entre las manos. A través del cuerpo de una mujer colapsada por la monotonía – tendida sobre la alfombra de su casa – intenta sostener lo que inevitablemente se va, se escapa: el control, la calma, el sentido de la vida. A su alrededor, los objetos, sonidos y cuerpos se repiten como ecos de una rutina sin fin, construyendo una atmósfera donde el presente se diluye, y solo queda el acto de hacer, de continuar.
El montaje expone la sensación de muchas personas en esta época, el pulso de una existencia agotada, decaída por la exigencia de la productividad. Y se desenvuelve en el único lugar donde el tiempo parece no tener limite – el teatro – espacio único donde se desarrolla el flujo incesante del tiempo, donde se agrieta y nos podemos detener sin sentir culpa. Esa culpa, tan propia de nuestro tiempo, nos persigue incluso en el descanso como una voz que nos recuerda que debemos hacer, producir, avanzar. Vivimos en una sociedad que asocia el descanso con la culpa, como si detenerse fuera un atentado contra el progreso. Pero en la escena, esa maquinaria se detiene, no rige en este espacio. Tiempo, subvierte esa lógica. El teatro se vuelve un refugio donde el estar vuelve a tener sentido por sí mismo, donde la quietud deja de ser un error y se convierte en pulso.
La luz titila, el silencio se impone por un instante. En el fondo a la izquierda del escenario, una batería aguarda. El baterista entra sutilmente, se vuelve cuerpo cuando sus manos tocan el instrumento. Entonces, el sonido interrumpe la quietud, aparece el instrumento musical como un pulso disruptivo a lo largo de la obra. Cada golpe en los tambores y platillos llenan la sala de energía, a veces contenida, a veces desbordada. La batería no solo marca un ritmo, sino también como una presencia que interfiere, que irrumpe el espacio, es real y orgánica. Su sonido nos devuelve al presente, al aquí del teatro. Recuerda al espectador que está frente a un cuerpo vivo, frente a una escena que respira distinto a la de los otros intérpretes. Este elemento es sin duda alguna un gran acierto para la obra ya que corta la ilusión teatral y nos hace conscientes de la distorsión del tiempo, lo que parecía avanzar sin retorno se suspende.
El espectador no solo observa, sino también participa de esa suspensión. Presencia cada gesto, cada transición, y en ese mirar con detenimiento, el tiempo se repliega: deja de correr afuera para reconocerse dentro de uno mismo. El hombre que aparece y desaparece en la obra – interpretado por Aníbal Gutiérrez – encarna la oscilación del tiempo: es un recordatorio de que el tiempo no es lineal, sino más bien se despliega sobre sí mismo. Su personaje se comporta como el tiempo mismo, aparece y se desvanece, se entrelaza, se dobla, fluye en múltiples direcciones, desafiando la percepción habitual del ser y del estar. Su presencia nos devuelve al ahora, a ese instante efímero donde el teatro y la vida se fusionan, y donde pasado y futuro se hacen visibles.
Tiempo no busca respuestas, diría más bien fricciones, grietas y pausas. Nos enfrenta a nuestra propia imposibilidad de parar, la incesante necesidad de avanzar, aunque no sepamos por qué o hacia dónde. En esa repetición obsesiva hay algo profundamente humano: el intento de sostenerse mientras todo sigue y nada se detiene, incluso cuando ya no hay nada que sostener.
El personaje interpretado por Nathalia Galgani encarna esa lucha interna. Su cuerpo expresa cansancio y resistencia, el esfuerzo de quien es productivo, no solo por mandato, sino porque encuentra en la productividad una forma de huir de sí misma. La pausa nos invita a reflexionar, a encontrarnos con nosotros mismos, y ese encuentro puede ser doloroso porque reconocemos cosas que antes no queríamos ver, heridas del pasado, situaciones, personas, lugares. El personaje que interpreta Nathalia Galgani hace que el espectador se pregunte ¿por qué necesito estar siempre ocupado? ¿de qué estoy escapando? ¿dónde se esconde nuestro refugio, ese lugar sin prisa donde el tiempo deja de doler?
Es interesante como Tiempo no habla solo de la historia de alguien, sino de una sociedad que necesita correr, incluso cuando su cuerpo le dice que tiene que parar. Nos deja con la sensación de haber habitado un intervalo único y resonante. Afuera del teatro, el reloj sigue avanzando, pero – solo por un momento – sentada en la butaca viendo al escenario, recuerdo que detenerse también es una forma de existir.
Ficha Técnica
Título: Tiempo
País: Chile
Idea Original y Dirección: Nathalia Galgani
Elenco: Carolina Munitiz, Nathalia Galgani, Francisco Sánchez, Aníbal Gutiérrez
Composición musical, batería y arreglos musicales: Francisco Sánchez
Texto inicio: Nicolás Zárate
Textos obra: Trinidad González
Diseño Integral: César Erazo Toro
Sonido: Gastón Herreros
Edad Recomendada: +14 años
Oscuridad por tiempo prolongado/penumbras
Alto volumen de sonido
Sonidos repetitivos
Coordenadas
Teatro La Memoria
23 de Octubre al 8 de Noviembre 2025
Jueves a Sábado 20hrs
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