
Por Jorge Letelier
Resulta curioso que describir un sentimiento tan universal como el amor y el proceso de separación de una pareja, haya logrado tal originalidad y profundidad en obras de un país que nos resulta improbable por lo lejano y misterioso: Irán. Si así fue con el extraordinario filme “Una separación”, ganador del Oscar a la mejor cinta en lengua no inglesa en 2012, es también el caso de este montaje que se presenta este fin de semana en el Teatro UC dentro de Santiago a Mil 2019.
No son pocos los elementos en común que las unen, partiendo por una visión bastante occidentalizada de las costumbres de los personajes y la dificultad social que deben enfrentar las personas separadas, en un nivel que se intuye mucho más coercitivo y sancionador que en nuestra sociedad.
En ese contexto, “Timeloss” es antes que nada un juego de orfebrería brillante respecto a la metateatralidad: su punto de partida es un anterior montaje del director y dramaturgo Amir Reza Koohestani, “Dance on glasses” (2001), donde una pareja joven (un coreógrafo y una bailarina) sentados de frente en una mesa, conversan sobre su inminente separación y las razones que los han llevado a ello. Si bien esta obra se presentó en Europa y Asia por cuatro años y le dio una bien ganada fama a su autor, recién en 2013 Koohestami retomó el tema de manera singular, usando el texto de la obra original como soporte de la nueva pieza.
Dos actores de mediana edad son convocados por el director de “Dance on glasses” para grabar las voces del DVD de la obra. Están sentados de frente al público en mesas separadas y sin mirarse entre ellos. Atrás, hay dos pantallas que muestran el video de la obra anterior y la toma que le corresponde a cada uno doblar. El diálogo es muy coloquial, sencillo y va mostrando de manera muy sutil las razones de esa pareja (la del video) para separar sus vidas. Dichas por esta pareja “real” el juego es subyugante porque es tan preciso que nos olvidamos que están doblando. Pero repentinamente, la voz del director (en off) interrumpe y nos enteramos que estos actores fueron pareja hace algún tiempo y no se han visto en años. Aún más, ambos no han logrado rehacer sus vidas y el tono discurre entre la desesperanza y un latente sentimiento que se niega a desaparecer.
El desplazamiento de sentido entre ambos relatos es muy sutil y con gran habilidad Koohestami juega a confundir al espectador ya que los sentimientos y explicaciones son prácticamente intercambiables. Hay pequeñas diferencias: los actores del video (la obra anterior) se miran a los ojos y están en proceso de separación. Estos actores de carne presente no se miran (ella al menos) y se entiende que llevan algunos años sobrellevando su estado. Ese elemento es clave puesto que como dice su título, el tiempo transcurrido entre ambas líneas de relato y por ende, entre ambas obras, da cuenta de la irreversibilidad de los hechos pasados y como ni siquiera las intenciones son suficientes para recomponer la relación.
Esta puesta en abismo entre la narración que discurre como una especie de secuela es además la historia de su director y cómo enfrenta el paso de una obra a otra en que pareciera que muchas cosas han cambiado. Si bien este juego de espejos y metateatralidad puede sonar complejo y enrevesado, el diálogo es tan cotidiano y común que logra ser muy cercano y con el humor que se desprende de situaciones comunes, permite dejarse llevar con facilidad en este juego de dualidades que propone Koohestani.
En la vereda opuesta de cierto teatro que utiliza el recurso de lo metateatral como un ejercicio de hedonismo artístico, la apuesta del iraní es honesta y casi camerística, por momentos de gran belleza en la contemplación de sus silencios que resulta encomiable. Su sencillez y estatismo no resiente el resultado pese a que por momentos el engranaje narrativo pasa a ser más importante que su potencia dramática. De fondo, y a través del mito de Orfeo y Eurídice, el autor sugiere que ese espacio incierto que transcurre luego de separarse es como un bucle en el tiempo que no permite avanzar y tampoco enmendar lo realizado. Ahí está el sabor agridulce de esta muy original y audaz mirada a los pesares de las relaciones afectivas.