Crítica de teatro “Vivir Juntas”: Cuando la ternura es un acto de resistencia política

 

Por Magdalena Hermosilla Ross

Vivir Juntas, obra de la Compañía MalaMadre Teatro, escrita y dirigida por Carla Romero y protagonizada por Paula Luchsinger, Verónica Medel y Marcela Millie. Comienza un nuevo ciclo en Matucana 100.

Esta es una puesta en escena que abre interrogantes sobre la amistad y las relaciones de cuidado, profundizando en cómo adquieren una relevancia política. La historia está contextualizada en medio de la pandemia de Covid19 y post-estallido social. Aquí, dos reclusas de la cárcel de Mujeres de San Joaquín: Ximena, ex guerrillera del FPMR (Marcela Millie) personaje basado en Marcela Mardones, y Piola (Paula Luchsinger), artista y activista de clase alta, deciden cuidar hasta el final de sus días a su compañera Kelly (Verónica Medel), condenada a 12 años por narcotráfico y diagnosticada con cáncer terminal.

Esta es una obra que contrapone diversos conceptos que parecieran ir chocando entre sí: El encierro y la libertad, el pasado y el presente, la violencia y la ternura… Utilizando interpretaciones de movimientos rápidos y punzantes, con un trabajo de luz contrastado, y saltando entre lo poético y lo realista, entre la verdad y la ficción. De ésta forma, la obra pone en tela de juicio la violencia y persecución política ejercida hacia las mujeres, dónde se ven forzadas a dejar de ser quienes son, madres, amigas, compañeras, y sobre cómo, a pesar de encontrarse en el contexto de la privación de libertad, siguen existiendo en el rol de cuidar y expresar cariño, no porque estén en un contexto donde se les exige en su rol social, sino porque están en un contexto donde expresar cariño y cuidar a la otra es una decisión por la humanidad, una decisión política. Incluso en este contexto, una cárcel, existe espacio para la ternura. Los cuidados cotidianos tienen una dimensión política en nuestras vidas.

MalaMadre es una compañía de teatro chileno-mexicana fundada por Carla Romero y Javiera Nuñez, cuya búsqueda apunta a visibilizar, reflexionar y valorar el aporte de las mujeres en las prácticas políticas, sociales y culturales de las últimas décadas en Latinoamérica a través de una propuesta artística.

En 2018 inaugura su trabajo con el montaje Un gavilán para Violeta en donde rememora un referente artístico de trayectoria y reconocimiento internacional: Violeta Parra, artista chilena quien viajó por Europa y Latinoamérica dando a conocer su trabajo caracterizado por su gran rebeldía y perseverancia. Para la obra se invitó a la renombrada cantautora Jeannette Paulan. Un gavilán para Violeta se estrenó en Ciudad de México y Santiago de Chile entre 2018 y 2019, respectivamente.

En el año 2020 se estrena La Compañera protagonizada por Claudia Cabezas y Mariana Muñoz. Puesta en escena que ha tenido gran acogida tanto de público como de crítica especializada. La Compañía también ha desarrollado el radio teatro como lugar de experimentación interdisciplinar gracias al financiamiento del Fondo de Artes Escénicas 2022 y 2023. El montaje Vivir Juntas, es su trabajo estrenado más reciente, el cual fue beneficiado con la convocatoria Fondart 2024.

El diseño integral de esta obra, a cargo de la talentosísima Laurène Lemaitre, es uno de los pilares fundamentales que sostienen la confrontación dual que caracteriza esta obra. Como en otros trabajos de Lemaitre, la propuesta escenográfica evita el minimalismo sin caer en la sobrecarga, construyendo un espacio cargado de simbolismo y significado. Cada elemento en escena parece hablar por sí mismo y contribuir a la narrativa desde su propia materialidad. Así, los colchones se erigen como una muralla, contraponen la suavidad de su forma con la dureza de la restricción, una imagen potente sobre las fronteras del encierro. Los libros que las actrices colocan sobre sus cabezas son constituciones de Chile, una alusión directa al contexto político del estallido social y el anhelo de una nueva carta fundamental como respuesta a las crisis sociales. Los micrófonos, por su parte, son dispositivos que no solo permiten romper la cuarta pared, sino que también sugieren la constante vigilancia y la necesidad de enunciar, de dar testimonio dentro de ese espacio suspendido.

La escenografía no se limita a ser un marco realista, sino que se vuelve un dispositivo onírico donde los objetos mutan, se transforman y adquieren nuevos significados. En este espacio escénico, la cárcel es más que una representación física; es un lugar fuera del tiempo y de la realidad, donde los días y las noches se suceden de forma indiferenciada, suspendiendo la lógica habitual del tiempo. No hay ayer, ni hoy, ni mañana, solo la existencia en un presente continuo que acentúa la sensación de aislamiento y desconexión con el mundo exterior.

Esta desconexión con la realidad es uno de los conductores más importantes de la narrativa, una ficcionalización constante ocurre, las presas deciden ser algo más presas, y luego vuelven a caer en cuenta de quienes son, dónde están y verse enfrentadas a hacer las paces con los arrepentimientos y pesadas cargas de sus pasados. En ese sentido, esta desconexión con lo real está también atravesado por el diseño sonoro, a cargo de Guillermo Eisner. La producción sonora introduce ecos distantes cuando las actrices se acercan a los micrófonos, como si sus voces quisieran alcanzarnos desde un lugar remoto, marcando la distancia entre ellas y nosotros, entre ellas y el mundo real. Además, el trabajo de Foley destaca por su fabricación calculada: casi no hay sonidos reales, cada objeto emite un sonido construido, pensado, que refuerza la sensación de que todo está montado y alejado de lo tangible. Este tratamiento sonoro acentúa la idea de un espacio creado y ficticio, donde la realidad queda suspendida.

Además, uno de los aspectos más sobresalientes de la obra a mi parecer, es cómo se construye a partir de una estrategia estética y narrativa basada en un choque violento constante. Las dicotomías atraviesan cada decisión escénica: los movimientos de las actrices son cortantes, bruscos, filosos; en su caminar, en cómo mueven los brazos en cómo aparecen y desaparecen del escenario, en cómo toman un vaso de agua, todo es desde este ímpetu tajante y seco. A su vez, los momentos de la obra inician y concluyen de forma abrupta, marcados por una iluminación polarizada y dramática que transita en milisegundos de un rojo intenso a un blanco hiriente. Estos cambios de luz no solo alteran el ambiente, sino también el comportamiento y semblante de los personajes, incluso sus formas de hablar.

Sobre esto último la estructura dialogal refuerza esta tensión, oscilando entre un diálogo de corte realista y otro poético. Donde hay momentos que las conversaciones se dan con una caracterización naturalista y otros donde las palabras parecieran esconderse detrás de metáforas y recuerdos lejanos. La estructura dialogal es propia de lo absurdo, con intercambios cíclicos, retóricos y respuestas breves que parecen no avanzar, hasta que inesperadamente regresan sobre sí mismos. Esta forma de dialogar, refuerza la idea del encierro como este lugar dónde la cordura y la coherencia son secundarias a la expresión. En una obra que se construye en el contexto de la cuarentena por Covid19, tiene mucho sentido que se indague en las consecuencias propias del encierro frente a nuestras interacciones con los demás y sobre cómo estas pueden cayendo en lo retórico y reiterativo, hasta encontrar momentos de aterrizaje.

Esta decisión de choque, un hilo conductor disruptivo y agudo que se mantiene a lo largo de la obra, nos inserta en medio de una turbación donde, de vez en cuando, son introducidos momentos de quietud y lentitud, especialmente cuando se aborda la ternura y el cuidado entre estas tres protagonistas, que, siendo tan distintas entre sí, logran verse acogidas en la otra. Aquí, la obra ofrece un respiro, una suspensión del caos, donde el cariño se revela como una contradicción del contexto que las retine. Es una renuncia a la violencia del encierro, de la cárcel, del enjuiciamiento, de sus vidas cargadas de pasado. En un contexto que despoja a las mujeres de sus identidades y las somete a la crudeza y a la agresividad, elegir cuidar y expresar afecto se vuelve un acto de resistencia. En un mundo cargado de odio y despersonalización, decidir amar y validar al ser humano frente a mí a pesar de nuestras diferencias es un acto revolucionario.

En Vivir Juntas, la violencia política ejercida hacia las mujeres se despliega como una herida que atraviesa cuerpos e historias. La obra no busca eximir culpas, sino recordar la humanidad que persiste incluso en los márgenes más oscuros. Porque, aunque las mujeres encarceladas arrastren pasados complejos y actos condenables, siguen siendo personas, siguen habitando vínculos, siguen siendo madres, amigas, hijas y compañeras. Esta es una obra que reivindica su existencia en medio del dolor y la privación, pero también en medio de la resistencia. Al poner en escena a figuras como Ximena, inspirada en Manuela Mardones, y a Piola, detenida en el contexto del estallido social, la obra hace eco de las historias de quienes fueron perseguidas y encarceladas por oponerse a un sistema injusto. Es un acto de memoria y denuncia, pero también de ternura y reconocimiento, que nos recuerda que ninguna violencia debería borrar la dignidad ni la humanidad de quienes la padecen.

Y es en este cruce entre violencia y ternura, entre despojo y resistencia, donde la obra encuentra su voz más potente. Porque incluso cuando todo parece arrebatado —cuando no hay madre, ni cultura, ni amigos, ni país, ni amor, ni nombre, ni Dios— hay algo que permanece inviolable. La vida. La libertad. Esa es la afirmación radical y última que la obra deja resonando en quienes la presencian, y que encuentra eco en la voz de Nina Simone:

“No tengo madre, ni cultura. No tengo amigos, ni educación. No tengo país. No tengo amor, ni nombre. No tengo billete, ni agua, ni aire. No tengo cigarrillos. No tengo Dios. No tengo nada.

¿Y qué tengo? ¿Por qué estoy viva? ¿Qué tengo que nadie me lo puede quitar?

Tengo vida. Tengo mi libertad. Ohhh…

¡Tengo vida!”

Ficha artística:

Nombre: Vivir juntas.

Duración: 75 min.

País: Chile.

Edad recomendada: +14 años.

Dirección y Dramaturgia: Carla Romero.

Elenco: Paula Luchsinger, Verónica Medel y Marcela Millie.

Diseño Integral: Laurène Lemaitre.

Diseño Sonoro: Guillermo Eisner.

Técnico en sonido: Matías Espinoza.

Producción: Tifa Hernández y Francesca Ceccotti.

Coordenadas

Espacio Patricio Bunster, Matucana 100

Desde el 13 al 30 de marzo

Jueves y viernes a las 19:30 hrs. Sábado y domingo a las 18:30 hrs. 

La entrada general para la función tiene un valor de $7.000, mientras que estudiantes, tercera edad y personas en situación de discapacidad pagan $5.000.

Las entradas están disponibles en www.m100.cl.

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