Por Ana Catalina Castillo
Recorrer las más de doscientas páginas de las memorias de Héctor Noguera Illanes, escritas por Damián Noguera Berger, conlleva un ejercicio de reflexión que sumerge al lector no solo en la historia de un actor conocido y reconocido, sino también en episodios de nuestro país revisitados desde la mirada sensible y diferente de un artista.
Como resultado de un trabajo conjunto que tomó al menos tres años, la escucha atenta del hijo, formado como Licenciado en Literatura Hispánica, consigue una ópera prima que cumple su propósito de mostrar que el mundo del teatro es inseparable del mundo de su padre, quien lo descubre tempranamente: “El teatro no para de girar, y ese es un mundo que poco a poco me supera y me dice que la realidad que creía mía ya no lo es. Que nunca lo fue. Y creo que eso está bien”.
Estructurado en ocho capítulos, que funcionan como un in crescendo de revelaciones que hablan de búsquedas, contradicciones y algunas (pocas pero feroces) constataciones, el libro es mucho más que el recuento de hechos personales o anécdotas; es la posibilidad de escuchar la voz inconfundible de Tito ya no a través de los oídos, sino gracias al entramado cuidadosamente tejido por Damián, hablándonos del misterio de la vida, del amor, de la muerte, de la construcción de la identidad; todo a través del quehacer teatral.
En el ejercicio escritural, que deviene un gran juego, el hijo apuesta y gana, ya que consigue fluidez y naturalidad al narrar en primera persona lo que el padre va recordando en sus conversaciones con él. A este juego tan riesgoso como complejo en el que Damián Noguera se impone el desafío de contar desde el yo, las vivencias de Tito, se suman y entremezclan los fantasmas de Segismundo, Hamlet y Lear. Con toda esta coralidad, o tal vez gracias a ella, se consigue que el lector escuche al padre memorioso sin cuestionar que el hijo haya oficiado como el médium que captura el espíritu de lo narrado y lo pone a disposición del lector.
Entonces, a través de un relato dotado del ritmo propio de la buena ficción y armonizando las experiencias públicas con las más privadas, vamos entendiendo, a veces con la razón y otras con el corazón, cómo fue entrando Héctor “Tito” Noguera en el mundo actoral hasta llegar a afirmar que “el teatro se siente más como una necesidad que una decisión”. Acompañamos a un Tito niño en su autodescubrimiento, que es a la vez el autodescubrimiento de un niño universal; uno que ha perdido a su padre, que camina un poco flotando por un mundo de adultos y que busca dónde pertenecer.
La dedicatoria del libro dice: “Para mi papá”. Y tal vez aquí esté una de las claves de su belleza y universalidad. Porque uno de lo ejes temáticos sobresalientes es la relación padre-hijo. Y de aquí se desprende que en la mayoría de las introspecciones de Tito aparece la pregunta por el padre, cuya ausencia temprana se suple con la persistencia de su imagen durante toda una vida. El germen del hallazgo del lugar propio se remonta a lo que comenzó a experimentar ante las obras que presenciaba por gentileza de su prima Eliana Illanes, “quien decidió hacerse cargo de mis huérfanos domingos”, pues cuando se apagaba la luz, el niño solitario descubrió “un nuevo secreto que no puedo nombrar”.
El estilo de Damián Noguera alterna de manera hábil la viveza de la palabra franca con rasgos de humor inteligente y pasajes de prosa tan punzante como bella, entre los que destaca, casi al final del libro, esta tremenda reflexión: “Cuán felices están los cuerpos famosos de Chile por ser los cuerpos famosos de Chile. Cómo son los rostros adosados a esos cuerpos cuando se despiertan en las mañanas de sus días domingo. Cómo se ven sin ropa. Cómo se ven de verdad. Cómo son sus sexos. Qué tiene que hacer ese cuerpo ahora, temprano en la mañana, después de saludar a sus hijos o después de saludarse a sí mismo”. Resulta imposible después de leer esto no cuestionarse cuántas veces no hemos actuado en tanto voyeur de esos “cuerpos famosos”.
Por muchos momentos, tal como en la película 8 y ½ de Fellini, se entreveran la realidad del actor con la ficción teatral. Pero aquí hay algo aún más profundo, pues también los dolores de los personajes se confunden con los de los actores, las injusticias del lugar de la acción dramática hacen eco de aquellas que se cometen en el lugar que habitamos. Revivimos sucesos como el Golpe de Estado y lo que este implicó para las artes. Así mismo, nos muestra el desgarro de tener que continuar con la función, aun cuando durante un intermedio sus compañeros de escena, Roberto Parada y María Maluenda, se enteraban del degüello del hijo de ambos, José Manuel.
Por otro lado, resultan también notables los capítulos en los que las memorias de Héctor Noguera reconstruyen de manera dinámica y vívida los ires y venires del elenco de La pérgola de las flores del cual formó parte, o aquel en que conocemos el aprendizaje que implicó el acercamiento al mundo interno del Chacal de Nahueltoro, durante el rodaje de la película homónima.
Por lo mismo, el acierto de esta autobiografía reside en que no es el recuento de los éxitos o fracasos de un actor, ni de su vida en particular. Se trata aquí de conocer cómo sostiene un actor el desafío de ser uno y varios, de sobrellevar las propias fracturas y de hacerlo con la lucidez de los artistas. Estas memorias nos recuerdan el poder de las emociones y de cómo aquellas retratadas en un personaje de ficción se emparientan con las de los que habitamos el gran teatro del mundo, y nos revelan quiénes somos o queremos ser:
“Tratamos de perseguir ese instante que se escapa una y otra vez y todos, como un secreto que se grita a voces, tenemos la esperanza de que se puede alcanzar, que cuando se alcanza la contingencia, esta se transforma y nosotros nos transformamos con ella, y entonces la relación del teatro con sus circunstancias ya no va a ser tan solo mimética, sino necesaria”.
Título: Autobiografía de mi padre. Héctor Noguera: memorias actorales.
Autor: Damián Noguera B.
Año: 2021
Editorial: Catalonia
227 páginas