Por Joaquín Pinto
Casa de Furia, del escritor colombiano Evelio Rosero, cuenta la fatídica historia del aniversario de bodas de Alma Santacruz y su esposo el magistrado Nacho Caicedo. Padre y madre de seis hijas se deciden por esta (y última) ocasión celebrar su matrimonio recibiendo a familiares y amigos más cercanos en su enorme casa del barrio alto de Bogotá; todos y todas salvados, alguna vez, de terminar tras las rejas por la elocuencia del magistrado –su corrupción. Entre empresarios, su primo traficante, sacerdotes, músicos, profesores, deportistas y jueces, Uriela, la menor de las hermanas Caicedo, se pregunta ¿Quién fuera el peor de sus invitados? Así, con esa calidad de comensales deseados y no deseados, como lectores prontamente nos volvemos testigos –vale recalcar nuestra calidad de testigos– del hechizo de una fiesta, de un carnaval: la liberación de pasiones a rajatabla, de un desmadre, un verdadero desmadre de toda pulsión.
En principio, Casa de furia es una historia que aborda un tema ya acostumbrado y que atraviesa canónicamente la novela latinoamericana. Toma, en ese sentido, a la violencia como motivo central, se apropia literariamente de esta, pero, al contrario de lo que supone la contraportada del libro – “una historia que remueve cimientos y sumerge al lector en preguntas fundamentales sobre el país, la condición humana y el origen de nuestra violencia” –, no es reflexiva y, en consecuencia, falla en un aspecto crítico para repensar una realidad asentada en Colombia y en toda Latinoamérica. Sin querer imponerle a la novela un discurso moral en busca del sentido de la violencia, de un “por qué” de esta, de igual forma notamos que en Casa de furia hay un mal de adentro que la fundamenta y la afirma por completo. Frente a la pregunta de las víctimas: “¿Ustedes por qué hacen esto?”, del otro lado, a sus victimarios solo les queda por responder: “Nosotros no nos conocíamos. Pero estábamos en el mismo sitio, aguardando a que nos convocaran”. El mal siempre estuvo ahí, porque sí.
Es por esto que la novela no remueve, más bien, cimienta dualismos e insertos en ese marco. Casa de furia trabaja una estética moderna alejada de la perspectiva contemporánea que se propone diluir las oposiciones, en lugar de afirmarlas. No solo ocurre en la contraposición de víctima y victimario (“Toda su vida hablaron de un país de violencia, toda su vida discutieron sobre si sería mejor llamarlo un país asesino, y ahora les correspondía padecer su país en carne propia, […] ahora lo entendían: país de víctimas”), sino también en la exposición de lo masculino y femenino a partir del deseo. Como testigos, la narración nos posiciona intercaladamente desde el placer del uno o de la otra y no en el deseo mutuo. Por un lado, el erotismo masculino, siempre violador, se concibe como un arrebato y, de esta forma, supuestamente en contra de la voluntad de quienes lo padecen. El capricho del hombre, cuando se le da gana, se esconde bajo la idea de cuando la gana se le viene encima. Ike, primo de las hermanas Caicedo, estaba enloquecido por Francia; “los cuerpos sonaban en la cama, un cuerpo porque quería escapar y el otro porque lo atrapaba”. Por su parte, el erotismo femenino se figura en el terror que, en ocasiones, envuelto de misterio es un terror que seduce: “La certeza de saber que acaso Rodolfito se encontraba encerrado en el baúl y ella en su cama, en compañía del loco desnudo, era para volverla loca, pensó, y lo pensó con una lúbrica alegría”.
Lo que es una falta crítica de la violencia y de los binarismos ya conocidos, una vez admitido este escenario, puede ser también una salvedad en la novela que cautiva al explorar esa frontera entre la violencia y el placer que se manifiesta en el sadismo, en copular hasta morir: “una vez lo asustó: mientras lo amaba parecía querer matase y matarlo”. Este punto medio será una variación, junto con otras, dentro de toda una serie de situaciones en las que vemos pasiones desatadas y que oscilan entre la sola violencia o el placer. Pero la manifestación del amor de mantis religiosa que decapita al macho sólo le será permitido a las amas de casa y no así a las mujeres del servicio expuestas al acecho de sus “patrones” (cualquier hombre) que, hipnotizados como perros, van tras un trozo de carne cruda.
Casa de furia es una novela que, sin duda, induce a su lectura inmediata. De un lugar a otro, fragmento por fragmento, rápidamente transitamos por la gran casa de los Caicedo que pareciera ser un país entero, hilando las historias de una gran variedad de personajes despreciables, picarescos y lúcidos, contenidas en la historia de un solo día. Dicho así, la novela se sitúa como una más, entre las publicaciones de un autor consolidado que conoce de su oficio y la minuciosidad del relato. La familia y sus invitados viven y se desviven en el aniversario de bodas que, con el ánimo generalizado del humor negro y a pesar de su final de aparecidos, viera por donde se le viera, Casa de furia dirige su fiesta a la fatalidad
Título: Casa de Furia
Autor: Evelio Rosero
Género: Novela
Año: 2021
Editorial: Alfaguara (grupo editorial Penguin Random House)
371 páginas