Por Juan José Jordán
Hay hechos que marcan a fuego en la vida de cada persona. Para Selva Almada uno de ellos fue cuando acompañaba a su papá a preparar el asado, la radio prendida como siempre, dando las noticias de siempre de un pueblo de la provincia argentina de Entre Ríos durante la década de los ochenta. Pero de pronto algo pasa: el locutor informa de una mujer de 19 años encontrada muerta en su cama, casa de sus padres, de una certera puñalada al corazón mientras dormía. Y todo esto muy cerca de donde estaban moviendo las brasas del asado.
Para ella, una chica de 13 años, la noticia le impactó profundamente y cada tanto se iba enterando de algo nuevo del caso: el nombre de la víctima era Andrea Danne, estudiante del profesorado de psicología, atractiva y hacía un tiempo estaba de novia con Eduardo, muchacho querido en la familia. Se da cuenta que el espanto puede permanecer oculto incluso en el entorno de seguridad de todos los días. Desde ese momento
La ausencia de detalles solo contribuye a hacer del hecho algo más raro, incómodo; el cuerpo no tiene marcas que indiquen algún tipo de lucha. Su novio la había sacado a dar una vuelta en moto al centro. Cuando vuelven se quedan en la cocina y escuchan unos ruidos afuera. La tormenta se acerca, él debía partir pronto para no ser sorprendido en el camino. Además ella no estaba de humor esa noche: mañana debía rendir un importante examen, por lo que luego de un corto tira y afloja, le dice que ya, es hora que se marche. Pero antes, Eduardo sale a revisar afuera. Debe haber sido el viento que golpeó una ventana, pueden haber dicho. Se despiden. Pasan las horas y su madre la va a ver a su habitación. La encuentra sorprendentemente quieta con algunas manchas de sangre a su alrededor, llaman al médico y confirman lo que temían.
Pasa el tiempo, Almada está de vacaciones en El Chaco cuando lee una noticia en el diario local sobra la conmemoración de los 20 años de la muerte de María Luisa Quevedo, desaparecida pocos días, su cuerpo es encontrado a las afueras de su pueblo, con signos de violación y estrangulamiento. Después se enterará del caso de Sarita Mundín, igualmente desaparecida y encontrada muerta a las afueras de su pueblo, provincia de Córdoba.
Tres muertes impunes que van haciendo avanzar el relato con informaciones intercaladas de casa caso. Mucho antes que se hablara de Femicidio, Almada se comienza a dar cuenta de una violencia que pareciera estar naturalizada y que en no pocas situaciones se traduce en muertes trágicas.
Sin duda se trata de un libro militante, su objetivo principal es levantar la voz ante esas muertes anónimas, en lugares que parecieran siempre al borde de desaparecer de la historia: lejos del centro, en esos paraje que no tienen mucho que ver con esa especie de París sudaméricano que ha sido Buenos Aires. Pero, contrariamente a lo que se podría pensar, no se trata de una lectura pesada. Es cierto: carece de humor, pero hay que distinguir entre el legítimo tono serio que impone el tema y la gravedad mal entendida, que suele estar cerca de nuestra siutiquería. Tiene buen ritmo y la forma en que retrata la vida de provincia se aleja de clichés, retratando la atmósfera con gran facilidad, como cuando relata la vez que su suegro le contó de la vez que le tocó ver a una mujer muerta: tocaron el timbre, un hombre había visto a una joven tirada por ahí cerca y casi podía asegurar que estaba muerta. Llaman a la policía, el carabinero a cargo llega en bicicleta y pregunta si pueden ir a reconocer el cuerpo en el auto del dueño de casa, porque el suyo estaba en el taller. Como si el espanto y esa calma de pueblo no dejaran de estar juntas, pese a los acontecimientos.
Almada no se convierte en caballo de carrera desechando todo lo que no tenga estricta relación con su investigación. Así, cuando describe el pueblo de San José, donde vivía Andre Danne y único de los tres escenarios del crimen que conocía de antes, se permite incluir una escena que, en términos del tema del libro, resulta inútil, pero aporta desde una perspectiva estética.
“Apenas entrar a la ciudad había que pasar enfrente del frigorífico Vizental. Las altas chimeneas del edificio siempre echando humo, día y noche, llenando todo el pueblo con su olor untuoso y pestilente a carne, cuero y huesos calcinándose. Si pasábamos a la mañana muy, muy temprano, me gustaba mirar a los empleados del frigorífico que cruzábamos en el camino: venían en dirección contraria a nosotros, hombres y mujeres en bicicleta, todos vestidos de blanco de pies a cabeza. Había algo irreal y extraño en esos ciclistas pedaleando lentamente por la baquina, la luz sucia de la mañana rodeándolos, por momentos parecía que flotaban; un batallón de fantasmas.”
Es una imagen que le permite escapar por un momento de la crónica distante, policial. Este aspecto mágico, que no le hace el quite a otras formas de entender la realidad, tiene una relevancia sostenida a lo largo del libro. Esto se ve, por ejemplo, en las diferentes entrevistas que tiene con una médium, que le comparte pequeños detalles de las víctimas: como fueron sus respectivos últimos días, cómo se sentían. Y a su vez a Almada le permitirá comenzar a dejar atrás a un tema que la obsesionado toda su vida.
Realiza un interesante trabajo de campo, hablando con todos los que conocieron a las víctimas. Hay letra chica y cotidianidad en esos testimonios. A lo mejor el exceso de detalles en su retrato de la accidentada entrevista con el hermano de María Luisa y el intento sutil pero constante de darle al lector la idea de que algo poco limpio y oscuro pasa ahí, termina por cansar.
Selva Almada es una escritora argentina considerada una de las más importantes de Latinoamérica. Ya con su primer novela, “El viento que arrasa” logra cierto renombre, al ser seleccionada como novela del año por la “revista Ñ”. Con Chicas muertas (2014) se convirtió, le tiene la posibilidad en unos casos que la habían perseguido toda su vida, convirtiéndose de paso en una relevante escritora feminista, al situar su relato en una época en la que no había espacio para hablar de violencia de género. Lo que quiere decir que no existía. Nada de eso.
Título: Chicas muertas
Autora: Selva Almada:
País: Argentina
Género: Crónica
Año: 2014
Editorial: Random House
187 páginas