Crítica literaria “Cosas que parecen permanentes”: Para personas tristes con vocación de alegría

 

Por Joaquín Pinto Godoy

La pérdida de toda relación, ya sea por la fatalidad de una muerte o la voluntad de tomar distancia, tiene por consecuencia la impresión de un vacío, singular como la persona que se va, difícil de llevar y probablemente desgastante cuando esta situación se reitera. Constanza, narradora y protagonista de Cosas que parecen permanentes, lo expresa a su modo. “A veces pienso que soy un colador. Cada persona que ha tenido un grado de importancia en mi vida y parte, deja un hueco. Entre más tiempo pasa, más huecos acumulo”. Cada hueco, asumimos, es la abertura de una herida y el corte que deja la ruptura emocional. Es por eso que el dolor en el amor, sea cual sea, a un amigo, familiar o pareja, es inevitable. Pero si fuera posible rehuirlo, si lográramos que la ausencia de quienes nos importan pase inadvertida ¿no implicaría cierto grado de insensibilidad? ¿Es realmente deseable renunciar al dolor? Así también Constanza se lo pregunta “¿quiero que la partida de quienes amo no deje huella alguna?”

Cosas que parecen permanentes, recientemente publicado por Overol y primer libro de la escritora Catalina Jiménez, trata de una novela íntima en la que Constanza, en un ir y venir al pasado, repasa diferentes episodios de su vida como una subjetividad atravesada por el duelo y el amor en el sentido más amplio que pueda. Su memoria se activa con el duelo que conlleva la muerte de su abuelo y el término de su relación con Francisca luego de tres años. El libro comienza con las inseguridades adolescentes de Constanza respecto a su propio cuerpo –“no saber si lo que yo veo es lo mismo que ven los demás”–, siendo la antesala de un ánimo “emo” que la caracterizará a lo largo del libro. Esta sensación de incertidumbre frente al resto, retorna y se interioriza en la incomprensión de sus propias emociones y deseos. “Me pregunto si no hay algo fundamentalmente roto en mí que me impide disfrutar este instante (…) odio no sentir nada, que mi cuerpo no responda a mi voluntad como un objeto que se echa a perder”. En ese sentido, la novela no es tanto la progresión narrativa de una historia en concreto, sino la trama de una sensibilidad, un autorretrato de Constanza.

Son varias las preguntas que se van asentando a medida que avanzamos en el libro. Por un lado, en lo que toca al duelo de Francisca, nacen cuestionamientos en torno a ¿cómo comprender nuestro deseo? ¿qué entendemos por cariño? ¿cómo manifestarlo y a quién compartirlo? El relato varía entre narrativa, reflexiones e imágenes y termina por componer un discurso amoroso distante de la idealización romántica, y más próximo a una idea del amor en el alivio de una soledad compartida. Desde la otra vereda, la muerte de su abuelo, deja entrever un trasfondo mayor para este discurso que la sola relación de pareja. “Hay cosas que parecen permanentes (…) Pero sólo cuando mi papá está reducido a dos kilos de cenizas y veintiséis años de recuerdos me doy cuenta de que en realidad nada es tan permanente como esto”. Sea un lugar común o no, se refuerza la idea de lo único duradero, la finitud. Y con ello el fin de lo que nos es familiar, de nuestras rutinas, nuestras vidas y las vidas de quienes nos rodean.

El punto de vista del libro se cierra bastante sobre sí mismo y, a veces, se percibe algo solipsista, cuando poco conocemos de otras subjetividades. La narración en primera persona de Constanza se basa solo en las impresiones que le causan los otros personajes. De esta forma, el funeral de su papá se transforma en su cumpleaños. “Mientras espero junto a mi mamá y a mi abuela que vayan llegando las personas antes de la misa, me siento como si fuera mi cumpleaños porque empieza a llegar mi gente”. Además, la importancia que toma Francisca en el funeral de su abuelo, reitera una vez más que solo vemos a los ojos de Constanza, e incluso ella no desconoce de su propio ensimismamiento. “Cuando la gente habla de duelo yo pienso en ti, Francisca. No en mi papá. Me parece indignante”.

Lo relevante que puede llegar a ser Francisca para decir la muerte de su abuelo, pudiera recaer en romantizar su figura y así también romantizar la idea de duelo en Constanza. No obstante, vemos una salida con la introducción de nuevos personajes, Pedro y Clara, que terminan por ampliar su relación con el duelo. Si bien no hay una evolución crítica del personaje en el sentido de un cuestionamiento de sus convicciones, atendemos a un relato de crecimiento personal que se resuelve en cierta tranquilidad emocional, la buena soledad. La escritura de Jiménez da cuenta de esta historia de crecimiento personal que es la novela, cuando se presenta como una narrativa cercana al blog.

Sin una delimitación por capítulos, el libro engloba una serie de fragmentos y breves oraciones que, en su totalidad, logran un ritmo acompasado de los ánimos que evoca. Experiencias de amistad, parejas y familia son revisadas por Constanza a lo largo de Cosas que parecen permanentes. Experiencias de amor, cada una con sus particularidades y formas de manifestarse, pero que se reúnen en la complejidad que es el cariño o el querer y con el dolor que necesariamente traen consigo. “No es fácil dejar de querer a alguien, ni siquiera tras una gran discusión o decepción. Dejar de querer alguien no es espontáneo. Solo ahora entiendo que querer dura mucho tiempo”, termina por decir Constanza.

FICHA TÉCNICA

Título: Cosas que parecen permanentes

País: Chile

Autor: Catalina Jiménez García-Tello

Género: Novela

Editorial: Overol

Páginas: 126

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *