Por Juan José Jordán
Mauricio Wacquez fue un escritor que gozó de buena crítica pero siempre ha sido esquivo del gran público. Nacido en 1939 en Colchagua, es parte de ese grupo de autores desarraigados que mantuvieron una tirante relación con Chile desde la distancia. Gran parte de su vida la pasó en Europa, falleciendo en España el año 2000.
Estamos ante gran rescate editorial que reúne los dos libros de cuentos que Wacquez publicara en vida: El viento en la llama, que tuvo una única edición en 1963 y por lo mismo, un auténtico acontecimiento que haya sido recuperado para esta edición y Excesos que tuvo mayor circulación, con una primera edición en Universitaria en 1971 y reeditada luego en Planeta en 1972.
Probablemente los cuentos que más se acerquen a la idea que el lector pueda tener de lo que es un relato sean El papá de la Bernardita, La leontina y el conmovedor El alba de ningún día. En especial en el primero, con una corrosiva historia que se cuela por debajo. Narrado desde una chica adolescente a la que su padre se le ha muerto hace poco, tiene que acompañar todos los fines de semana a su madre a la casa de El Quisco porque no la dejarían quedarse sola en Santiago. Y así todo se desarrolla en un estado de aburrimiento y tristeza insoportable, con una mamá controladora que no le deja ir a las celebraciones de la semana Quisqueña porque, dice ella, se llena de rotos. Llegamos al relato cuando están partiendo a la playan y en esa ocasión el hermano ha decidido acompañarlas. Pero está callado, no se le ve cómodo. El tirante encuentro con el padre de Bernardita, su novia, sin que ella esté presente, permite entender que algo pasa. Hay un abismo de separación entre esas dos familias; mientras la familia de la protagonista viaja a la playa en una Citroneta vieja, el papá de Bernardita maneja un auto enorme que deja en claro su buen pasar. Y esos pequeños detalles, como cuando ella comenta: «me hubiera gustado quedarme conversando un buen rato con Marcos y almorzar ahí, como hace la gente que no tiene que volver a su casa a almorzar. » Algo anodino como almorzar fuera de casa puede ser una fuente de frustración y descripción de un estilo de vida.
En la gran mayoría de los restantes se hace difícil decir de qué se trata, porque muchas veces la narración no gira en torno a un acontecimiento, si no que al retrato del pensamiento de un personaje, como en La odiada gente en donde se habla de la última noche de un condenado a muerte, dando cuenta de su pensamiento y las relaciones mentales que hace. Pero, contrariamente a lo que se podría pensar, no se trata de una lectura tortuosa y pesada, por más que el lector se incline al conservadurismo en lo que al cuento se refiere, fiel a la grandeza del cuento clásico.
Y esto porque Wacquez va creando una atmósfera hipnótica mediante un fraseo fuera de lo común con una forma original de decir las cosas. Y, además, una total libertad para meterse en camisas de once varas, escribiendo desde la convicción que el ser humano es más que la sonrisa de buena crianza que se lanza al lente de una cámara. Así, hay espacio para reflexionar en torno a la distancia y rencor de un hijo hacia su padre. O este sobrecogedor retrato que el narrador hace de su madre en La casa:
“Durante una época creí odiarla; odiaba su dureza, su equitatividad. Fría, débil, torpe, no inteligente, pero a pesar de eso uno de los seres que no he podido odiar, la clave de todas mis supersticiones. Aunque esto lo aprendí mucho después, cuando aprendí que era amor lo que ella me había rehusado.”
Hay un cuidado en el retrato de pequeños detalles estéticos que bien podrían no estar y que a lo mejor pueden pasar desapercibidos en una primera lectura, como al comienzo de Bigamia:
“Adivinó el hueco luminoso de la ventana y supuso el sol lo suficientemente fuerte para dar aquel reflejo dorado con que se manchaban las sábanas y las murallas cada mañana. Azul en una parte, verde ceniciento, ocre suavemente convertido en amarillo, grises a destajo. La mañana plenamente manifiesta (…)”.
Esta maravilla de colorido y sutilezas va de la mano con la cercanía a temas dolorosos, como cuando un poco más adelante la protagonista habla de como su marido va envejeciendo y ella, en cambio, siente una vitalidad renovada cada mañana, debiendo enfrentarse al propio dilema de su remordimiento por ese contraste vital.
La decadencia y el fantasma de la muerte como una presencia inevitable pero no necesariamente terrible, al menos para quien lo experimenta, es algo presente frecuentemente. Como en El alba de ningún día, donde un hombre mayor tiene un ataque severo, y mientras está en ese estado penoso de ver, (bajan la cortina, lo reducen de nuevo a ese universo nebuloso que es mejor no mirar), tiene el recuerdo de cuando tuvo un complejo ataque de asma en el colegio. La conversación se torna dichararera pero está claro que las consecuencias de la invitación que le hace su compañero de curso solo podrán ser definitivas (…) cuando tocó la otra orilla, donde la noche sin alba comenzaba, donde nunca la dilatada circunferencia de la noche debería encontrar una vez más la luminosidad del día. Es de una belleza sobrecogedora y terrible al mismo tiempo, recuerda un poco a la danza final en El séptimo sello de Ingmar Bergman, cuando todos los personajes suben una colina tomados de la mano siguiendo a la muerte.
A pesar que los cuentos muchas veces exigen una relectura, con pasajes a los que no es fácil desentrañar su sentido, lo cierto es que se nutren de la tradición clásica, como en El momento extenuado, donde una niñera está haciendo dormir a un recién nacido que no deja de llorar. La situación es agobiante. Es domingo y le han prohibido salir. La tarde cambia los colores del cielo y ella encerrada, cansada, cuidando niños ajenos. Tiene relación con Ganas de dormir de Chéjov, en el que una criada igualmente cuida niños ajenos, pero con un nivel de cansancio que se le vuelve insoportable que la llevará a un acto desesperado.
Relatos desafiantes, escritos en una prosa que no busca ser entendida a la primera pero que envuelve con una particular forma de decir las cosas y un cuidado estético que no se debe pasar por alto. Wacquez no se la hace fácil ni a él mismo; si un cuento le salió bien en primera persona, el siguiente lo hará en tercera o pondrá a un personaje a hablar en tono confesional. Da la impresión de alguien en constante búsqueda creativa.
Es probable que el lector prefiera bajar la velocidad habitual. Una prosa que no se agota con facilidad, en donde surgirán detalles si no lee con prisa por saber rápido quién es el asesino. Por otro lado, es refrescante una narrativa que se permite poner en entredicho ciertos temas intocables como la relación filial; como un hijo se siente realmente en su relación a su padre y no como le han enseñado que debe sentir.
Ficha técnica
Título: Cuentos completos
Autor: Mauricio Waquez
Año: 2024
Editorial: Penguin Random House
Páginas: 172