Por Juan José Jordan
Cuando Patricio Aylwin asume la presidencia hay un ambiente enrarecido en donde el ejercito sigue teniendo mucho control. Para retratar los entretelones de este momento, Roberto Brodsky toma el caso del tráfico de armas que se destapó a partir de diferentes crímenes. El año 1990 Jonathan Moyle, periodista inglés de la Helicopter world, publicación especializada en asuntos bélicos, es encontrado muerto en su habitación del desaparecido Hotel Carrera. Había sido invitado a la Fidae y por esos días investigaba una operación de tráfico entre el Ejercito y Croacia, en conflicto por aquel tiempo con Serbia. Poco después los diarios publican una foto del auto del coronel Gerardo Huber, ex agente de la Dina, experto en explosivos y jefe de adquisiciones de Famae (Fábricas y Maestranza del Ejército de Chile), quien había tenido que declarar por el mencionado caso. Cuando aparece su cuerpo nadie se toma muy en serio la versión del ejército según la cual se habría tratado de un suicidio. El crimen de Moyle aun permanece impune y recién el año 2018 se decretó sentencia para los autores del crimen del coronel, perpetrado por miembros del ejército.
Es en este escenario convulsionado en el que Bobe vuelve a la revista en la que trabaja luego de haber terminado su matrimonio bruscamente. Necesita acción, alejarse de su área de la crítica cultural, cualquier cosa que lo acerque a la acción. Escéptico, desencantado, mira la realidad desde cierta distancia, pero entiende que tiene dejar el pasado para que la rabia no le quite lo importante: preocuparse de Iván, lo bueno que le dejó esa relación.
Gracias a su nuevo rol puede coquetear con el mundo de la noche, y casi por accidente tiene contacto con un entramado profundo y oscuro. Logra caerle en gracia a Divina Day, bailarina a quien va entrevistar por una nota de la reina de las cabareteras. Mujer que conoce sus encantos, es el hechizo instantáneo de quienes visitantes el local y entre pregunta y pregunta, nacerá algo particular entre ellos. Como comentario al margen, están bien retratados las escenas eróticas, comunicando auténtico disfrute, como si se tratara de crítica de alta gastronomía.
El ritmo de la novela es rápido, sin una predilección necesariamente por la frase corta. Pero cuando hay que actuar se acaba la cháchara y el lector queda en vilo con una prosa que permite recordar la potencia que puede alcanzar la palabra.
CITA:
“(…) Eran cuatro o cinco, amigos de ella y de María Julia, y uno de los grandulones me reconoció. El cornudo, dijo. Yo también lo reconocí. Era el hermano del que se estaba fornicando a mi mujer. Tomé el cigarro que fumaba Lara y lo dejé caer en su vaso de cerveza. A ella le pedí que nos fuéramos y los cuatro o cinco tipos también se levantaron como si la invitación los incluyera. El nuevo cuñado de María Julia se despidió diciendo: sabí que más, me cago en ti y en tu hijo, y yo le reventé la mano abierta en la cara, cogí una botella y antes de que pudiera metérsela en la boca me empujaron. Lara se puso a gritar y el cuñado y sus amigos comenzaron a golpear encima mientras el local se agitaba como un remolino sobre mi cabeza, hasta que los mozos intervinieron apartando a los tipos.“
Hay una intención de hacer del texto un espacio híbrido que se nutre del ensayo, del diario íntimo, así como de la narración propiamente tal; todo está adentro de una masa en la que no tiene mucho sentido preguntarse hasta donde llega un género y cuando comienza el otro. De hecho, la primera parte se llama El diario de Bobe, lo que le permite registrar los acontecimientos sin tener que seguir un ordenamiento cronológico. Pero, a no ser que el narrador sea una especie de Platón que abra la boca para decir una genialidad tras otra, no es malo que el autor desconfíe un poco de los alcances e interés que puedan despertar estos pasajes. Porque sí, es interesante el paralelo que se establece entre la gestación de La noche americana (Truffaut, 1973) y la propia situación de Bobe, pero se insiste de forma un tanto obsesiva, intentando hacer calzar algo un poco con fórceps y al final queda la sensación que se tenía ganas de hablar de la película. Lo que está bien, pero la dispersión siempre es un fantasma que vuela sobre la novela. Que es un poco lo que le pasa a El arte del callar: se metieron demasiados ingredientes a la juguera y como suele suceder, se pierde consistencia. Hay una escena decidora: luego de unas preguntas en las que Bobe acorrala a su amiga Lara sobre Divina Day y la relación que tuvo con Moyle, ella le conduce hasta a una iglesia y le dice que adentro hay un confesor, especie particular de guía espiritual que le podría dar más información. Y esto al mismo tiempo que se va desarrollando la intriga y la propia situación personal de Bobe. Por lo demás nadie nunca más vuelve a hablar del famoso cura: de no haber estado no hubiera pasado nada.
No es periodismo, no se pretende hacer una investigación exhaustiva de los acontecimientos, un poco a la manera de Capote y su famoso A sangre fría. Y de hecho, hay espacio también para la ficción y la invención. Pero tampoco es que sean irrelevantes los datos. Y en la búsqueda de ese equilibrio entre narración y entrega informativa, la novela a ratos se pierde. Como Marfán, amigo de los tiempos universitarios, que se dedica a continuar la investigación que un muy angustiado, Bobe se encarga de comentar hasta el cansancio cuando le hace su primera visita a París. Parecía que se había vuelto loco, todo el tiempo hablando de conspiraciones. Cuando lo escuchaba siempre sentía que había profundizado más de la cuenta en su obsesión. Claro, para quien como Bobe que tuvo que seguir el caso de cerca, la situación era para perder un poco la cabeza.
Lo que pasa es que el recuento que hace Marfán se vuelve algo tedioso y en cierta medida, el relato se estanca. Se entiende que está medio poseído por la obsesión de entender lo que pasa, y en ese sentido es coherente que a partir de su investigación se hable de la relación entre el empresario chileno Carlos Cardoen y la Famae y como dicha relación se acaba abruptamente cuando el ejército inicia un trato con Ferrimar, empresa española competencia de Cardoen y de hecho, a quienes el chileno impone una demanda por supuesto robo de planos. Sin duda es un terreno fértil para despertar interés en el lector y saber más. Pero llega todo muy de repente, interrumpiendo el tono que ha adoptado el libro. Es cierto, se está jugando con el cruce de géneros, pero no es un libro sobre la historia del tráfico de armas del Ejército de Chile. El que conecta todos los acontecimientos es Bobe.
La novela fue llevada a la pantalla en una miniserie de 4 capítulos (Berko: el arte de callar), actualmente disponible en Tvn.cl, gratis. Con pequeños cambios que contribuyen a la narración se logró un trabajo convincente, con actuaciones fluidas y buen ritmo. Daniela Muñoz como Divina Day, con esa seducción efectiva sin dejar esa cosa media infantil, la dupla Benjamín Vicuña/Daniel Muñoz trasmitiendo una cercanía que aporta a la historia. Notable es también Alejandro Goic en su papel de clara referencia a Cardoen. Brodsky colaboró en el guion de la adaptación, lo que sirvió para no perderse en detalles y mantener el aire de sospecha de aquellos años.
Ficha Técnica:
Título: El arte del callar
Autor: Roberto Brodsky
Formato: Novela
Año: 2004 (reeditada 2019)
Editorial: Penguin Random House