Por Paulo Adriazola
El autor Bernard Malamud (Nueva York, 1914-1986), descendiente de inmigrantes ruso-judío, publicó su novela El reparador el año 1966, la que fue premiada con el National Book Award en 1967 y el Pulitzer, en 1968. En ella despliega su talento narrativo para mostrar la injusticia erigida sobre la ignorancia y los prejuicios en la rusia zarista de principio del siglo veinte, que buscará un enemigo que ostente todas las aberraciones imaginables, aunque no sean distintas de las que ellos poseen, para conformar su propia beatitud moral como algo indesmentible, satisfechos de que el enemigo será siempre identificable.
El protagonista de esta historia es Yakov, carpintero y hombre confundido porque no sabe bien cómo conseguir una mínima estabilidad económica, luego de que su mujer se fugara con un no judío, seguramente cristiano, y decide iniciar una nueva vida en Kiev, lejos de las comunidades judías. Se declara libre pensador y considera que a través de la autonomía obtendrá el progreso para esa buena vida a la que aspira. Pero una noche de invierno apareció la desdicha sin buscarla, cuando halló a un hombre tendido boca abajo sobre la nieve, borracho, inconsciente, a quien ayudó a llegar a su casa porque así se lo pidió la hija. Agradecido profundamente, este hombre le ofreció a Yakov lo que no debía aceptar: ser administrador de una fábrica de ladrillos y a vivir en el segundo piso de la fábrica, sin pagar. Quiso rechazar la oferta, dio escusas disímiles, pero jamás la verdadera razón, que estaba situada en una zona prohibida para los judíos, Sin embargo aceptó, la comodidad era tentadora, el bienestar también, y modificó su nombre para despojarlo de cualquier raíz hebrea. Y así el destino fue colocando la pólvora cuidadosamente en torno a la precaria felicidad de Yakov, de modo que solo faltaría una chispa para que todo explotara, y la descarga fue un crimen.
En una cueva, cerca del lugar de trabajo de Yakov, hallaron el cuerpo de un niño de doce años brutalmente asesinado. Por supuesto que una serie de acontecimientos confluyeron para que el culpable fuera un judío que no había obedecido las estrictas normas de segregación, y se le acusó con una convicción tan sólida, que antes de que se iniciara un proceso, mediante una acusación formal, no cabía duda de que era el responsable. Y luego el encierro, la celda de aislamiento, la espera, la inútil espera para que algo cambie, de cierta forma ocurrió, pero cada modificación de su vida carcelaria era peor que lo poco que tenía, los grilletes en pies y manos, la revisión en todo el cuerpo seis veces al día, un vidrio roto en la ventana que nadie arreglaba para que el frío no dejara de visitar la pequeña celda.
El talentoso Malamud ordena la trama con una perfección asombrosa para que el lector no abandone el interés en una historia que se desarrollará, en gran parte de la novela, en un espacio limitado sin desplazamientos que desahoguen la atmósfera. El autor consigue que la rutina carcelaria agobiante sea un escenario atractivo, algo ocurrirá, piensa el lector, de seguro la justicia se impondrá tarde o temprano, y con ello la intriga no se desvanece en ningún momento. Las páginas se suceden con rapidez.
Tal vez esta historia, como cualquiera que se use literariamente, tenga aspectos que ya hayamos leído, situaciones ya visitadas como lo es una detención injusta, carceleros déspotas, pero lo que realmente brilla en esta novela, es la construcción del protagonista que se mantiene siempre apegado a la verdad de su inocencia, no se rebela jamás y contesta con inteligencia y astucia cada una de las repetidas acusaciones que se distinguen únicamente por su creatividad. Y para proteger su integridad humana, lo único que le permite no parecerse a una cucaracha que arranca de quien la quiere aplastar, Yakov forma otro yo, uno que le entrega la resistencia moral necesaria para no alejarse de su verdad, y con ello se transforma en un hombre tozudo, cada vez más inflexible, aunque le prometan la salvación si confiesa el crimen, pero se niega una y otra vez, la verdad ante todo, aun si ello le signifique experimentar las más horrendas humillaciones. ¿Es una defensa síquica que cualquier humano utilizaría? Robert Jay Lifton, sicoanalista, escribió: “Para poder sobrevivir en situaciones extremas, el sujeto debe sufrir algún tipo de desdoblamiento”. Al parecer Yakov lo hace, porque observamos que su actitud, una moral que podría calificarse de absurda, le permite sobrevivir sin trastornarse.
No he dicho hasta ahora que Yakov fue un misántropo, arisco, evitaba el contacto humano, salvo el de su suegro, Shmuel, un comerciante que mal vivía, pero que realizó un buen negocio que le permitiría comer bien por unas semanas, sin embargo, destina esa ganancia para sobornar a uno de los guardias de la prisión para que le deje ver a su yerno por cinco minutos, porque toda visita está prohibida, terminantemente, lo ordenó el alcaide auxiliar, más cruel que el titular. Logran conversar a medias en yiddish, nadie puede hablar sino en ruso, algo de ánimo le infunde el viejo, parece que habrá un abogado para su defensa, algunos han aportado dinero para que eso ocurra, pero no todos, otros temen que se desate un pogromo (saqueo y matanza de gente indefensa, especialmente judíos, llevados a cabo por una multitud), en fin, las autoridades del penal se enteran de esta visita y creen firmemente que ese viejo judío fue a preparar un sabotaje, o tal vez la fuga del reo, y desde ese momento llegaron los grilletes a los pies y brazos de Yakov, una hora para caminar dentro de la celda, a la cama se le privó del colchón, por supuesto que eso no le molestó porque también se fueron los chinches.
Si pensamos que una historia como esta no podría ser conmovedora, estaríamos equivocados, porque lo es hasta los cimientos, conmueve la inexplicable entereza del protagonista, conmueve la generosidad irracional de su suegro, y también, por qué no, conmueve la breve visita de su esposa que se permite explicarle las razones de su huida. Pudo aparecer porque el fiscal se lo permitió, pero con la condición de que llevara un documento para que Yakov firmara su confesión como autor del crimen, nuevamente, pero en cambio ella le contó que dejó de ser estéril, tiene un niño de un año, no puede ser de él, pero le ruega que lo reconozca como su hijo para morigerar el oprobio. Y así lo hace mediante una declaración en la misma hoja que debía confesar el asesinato. Jorge Volpi, en su magnífico ensayo Leer la mente, señala: “Las ficciones complejas, habitadas por personajes profundos y contradictorios, impregnadas de emoción y desconcierto, imprevisibles y desafiantes, se convierte en una de las mejores formas de aprender a ser humano”.
Una novela que cumpla con esta complejidad y el deber artístico que se le exige a la literatura: que nos sacuda, que nos desplace desde la conformidad, que sea subversiva, como es El reparador, debe leerse hasta la última palabra para disfrutar reflexionando, sobre qué es ser persona.
Ficha técnica
Título: El reparador
Autor: Bernard Malamud
Formato: Novela
Editorial: Sextopiso
Año:2007
Páginas: 327