Crítica literaria “La Deseada”: Ojalá aprenda a inventarme otras historias

Por Paulo Adriazola Brandt

En esa gran novela titulada La Deseada, la escritora Maryse Condé (1934-2024) utiliza con maestría un narrador tan versátil como lo exige la historia, porque desde la omnisciencia tradicional, migra hacia otro narrador más cercano a los acontecimientos y a los personajes, a veces como si fuera uno de ellos, otras como un testigo que conoce los hechos y se sorprende: “Decir que había tenido una infancia difícil sería quedarnos cortas”, o “¡Que pena más grande!, la muerte se había precipitado sobre Ranélise sin previo aviso”. Y por último cede el lugar a ciertos personajes para que cuenten su versión. ¿Por qué esto es relevante? tanto como para iniciar esta columna, porque el narrador necesita desplegar la misma versatilidad que los personajes para migrar y adaptarse a una existencia culturalmente tan distinta, que les provocará una incomodidad permanente.

La novela tiene un comienzo definido, un nacimiento, o más bien el rescate de una mujer que flota en un rio, embarazada, la libera Ranélise, personaje involucrado en la creación de la trama, pero que pronto se diluye porque no migra. Nace una niña, de buena salud, vigorosa, cuyo nombre será Marie-Noëlle, protagonista de una búsqueda sinuosa, generalmente extraviada, no logrará dar ni siquiera con las preguntas que la acosan, pero esto ocurrirá después, cuando a los 10 años su madre, Reynalda, que fue a Paris a encontrar otro futuro, la reclamará, ya tiene un hogar y el trabajo le permitirá mantener a su hija como corresponde. Fueron diez años de lucidez, una infancia fresca y plena para Marie-Noëlle, que no comprende porqué tiene que abandonar todo eso por una madre de la que ni se acuerda. ¿Y el papá? ¿Alguien sabe quién es? Desde ese momento, cuando la obligan a dejar ese ambiente seguro, se instala esa incógnita, porque durante la niñez despreocupada de la protagonista, jamás hubo preguntas ni necesidades.

El gran escritor Milan Kundera nos enseñó que “El terreno de la novela es el del juego, las hipótesis, nada se afirma, pues la novela es esencialmente interrogativa, hipotética”, y esta premisa se cumple cabalmente a partir del viaje de Marie-Noëlle a la casa de su madre, en una ciudad francesa, donde compartirá esa nueva vida con un medio hermano, un niño, y Ludovic, el marido de su madre, que representará la figura paterna, acogedora y dispuesta, imagen que de joven buscará en todos los hombres que lleguen a su vida, pero también de cierta forma ocupará el espacio de su mamá, Reynalda, ahí presente, pero tan ausente como quien la engendró. Y así será, continuamente, uno y otro personaje se acercarán a Marie-Noëlle solo para rodearla porque el desencanto y la tristeza alejarán a cualquiera, nadie logrará cruzar esa cerca de material sólido, ni siquiera el jazzista Stanley, un joven talentoso y desdichado, o Terri, ambos “la habían abandonado, cada cual en su momento y a su manera”.

Y comienza a viajar, o mejor dicho, el movimiento migratorio voluntario se inicia cuando se trasladan a Boston, Stanley tocará en un club, ella lo esperará en una casa pobre de un barrio de migrantes, Camden Town, ahí se siente a gusto, nadie habla inglés, solo lo necesario, odian a ese país y creen que así mantendrán el vínculo con sus orígenes. El poeta romano Lucrecio, con asombrosa claridad, siglos antes dijo: “De aires cambian, no de alma, quienes se van corriendo a ultramar”. Y es en ese ultramar infinito en el que Marie-Noëlle se siente cada vez más fatigada, intranquila, parece como si se estuviera secando por dentro, no entrega más que una sonrisa triste, tiene 20 años, pero ya “tenía los párpados caídos y los ojos apagados, de un color indefinible”, como una anciana. Y necesita entender el amor, necesita confeccionarse a través de su identidad, esa raíz que la sostendrá, porque parece una pequeña barcaza sin mar, no puede seguir así, sin saber el nombre de su padre, y al mismo tiempo desplazar a su mamá al lugar que no se lo permite la culpa.

Más de una vez reconstruye su historia, o mejor dicho la de sus padres, cómo fue que ocurrió todo, aquello que nadie le quiere contar, y entonces ficciona, elucubra, la mejor versión posible, la menos hostil, el narrador se retira para que sepamos lo que Marie-Noëlle imagina, lo hacemos todos, siempre cuando algo está tan fragmentado como irreconocible, necesitamos darle una forma, el tamaño y la dimensión adecuadas para lograr comprender y aceptar, pero ella crea una historia que de inmediato reclama su falsedad, entonces no le sirve, regresa la angustia, la sequedad del alma, la desolación y el hastío. Y se esfuerza, hace clases en un colegio, luego prepara una tesis de grado, filología. Y sobrevive. Sola.

La muerte de Ranélise, quien la cuidó hasta los diez años, obligó que Marie-Noëlle regresara a Guadalupe, al origen. Tal vez sería una oportunidad de escarbar en la única tierra donde podría estar el secreto, el que de veras la atormentaba: quién es su progenitor, de seguro fue ese italiano, Gian Carlo Coppini, el que mantenía relaciones sexuales con su abuela, Nina, en la época en que servía en esa mansión, y no hubiera sido difícil violar a la hija, Reynalda. “Aquí nacemos con el camino marcado y morimos, sin salirnos ni un milímetro”, le dijo su abuela Nina, cuando la visitó, luego de mucho pensarlo, en la isla La Deseada, un lugar inhóspito, yermo, donde se enviaban a los maleantes y leprosos. Ahí vivía la abuela desconocida, que le narra una versión de la realidad, otra más, no la que ella buscaba, aun así Marie-Noëlle se despide de su abuela con un beso y afuera, llora amargamente como hace años no lo hacía. No fue el italiano. ¿Habrá sido el confesor que deambulaba día y noche por la casa del italiano? Parece que alguien le oyó decir al sacerdote: “Acércate más. Un poquito más. ¡Dios mío! ¿Pero qué he hecho?”

Marie-Noëlle tiene 30 años, es doctora en Filología y vive en Boston. Se mira al espejo, el cansancio y la angustia han ido cediendo, pero reconoce que “La tristeza afea”, y vuelve sobre sus pasos, recorre la casa vacía, donde la soledad se ha convertido en un sostén, pero al mismo tiempo comprende que su “monstruosidad explica el vacío que me rodea”. Y al final entiende lo que Ludovic le repitió siempre con especial convicción, pero ahora lo dice para sí: “De tanto hurgar en el pasado, me he convertido en un zombi. ¡Tiene razón! Eso es exactamente lo que soy”.

Ficha técnica

Título: La Deseada

Autor: Maryse Condé

Novela

Editorial: Impedimenta

Año:2021                     

Páginas: 314

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