Crítica literaria «Limpia»: Mirar de cerca un tema incómodo

Por Juan José Jordán

Estela llega a Santiago dejando atrás su vida en el sur junto a su madre. Llama a un aviso de trabajo, la recibe un matrimonio joven, ansiosos de que comience a la brevedad: “Ojalá hoy mismo” le pide la señora, con un estado avanzado de embarazo.

Desde ese primer encuentro la imagen que se entrega de los patrones es poco menos la de seres abominables: ella, fijada, preocupada por las apariencias, contratándola porque se ve limpia y bien vestida, impresión tan poderosa que le da el trabajo a pesar que Estela le aclara que tiene cero experiencia con niños. El patrón, concentrado en su celular, sin mirarla, se limita a indicar con un gesto de cabeza la puerta que conduce a la cocina para que así la empleada se familiarice con su hábitat. Retrato que contrasta notablemente cuando los personajes proceden de un estrato más cercano a Estela, quien además es la narradora, como esta descripción del joven que atiende en una bomba de bencina del sector: “Al verme arqueó las cejas, alzó su mano y exhibió sus dientes. Los tenía pequeños, cuadrados, una risa de hombre bueno, diría mi mamá.”

El lector entiende desde un principio que a Estela no le interesa relativizar su punto de vista ni hacer un contrapunto. Es cierto que la figura de la empleada puertas adentro es un tema complejo, incómodo. Una labor en la que es difícil establecer un límite entre la vida personal y el horario laboral, en donde nunca queda muy claro cuál es su lugar; no es parte de la familia, pero la costumbre diaria la convierte en una figura cercana y donde, además, depende mucho como sea la familia en cuestión, por esa infinidad de detalles que tiene la cotidianidad. El problema es que Trabucco opta por la solución salomónica de separar al mundo en buenos y malos, lo que guarda relación con un tono de victimización que termina agotando, como se aprecia en descripciones como esta: “Yo jamás me comí las uñas, tampoco mi mamá. Para eso, me imagino, hay que tener las manos desocupadas”.

La forma de expresarse provoca un desajuste con lo que el lector podría esperar de una persona que realiza un trabajo de este tipo, por su amplio vocabulario y profunda capacidad de análisis. Frecuentemente pone en evidencia este desajuste: “¿Qué les pasa ahora? ¿La empleada tampoco puede usar la palabra digresión? ¿Me prestarían el listado de palabras suyas y mías?” Así, el lector puede cuestionar sus ideas sobre las personas y sus modos de habla. No tiene porqué haber solo un patrón de comportamiento.

El lenguaje ha sido importante en su vida, lo que le viene de su infancia: “Son importantes los nombres, dijo. ¿Acaso tus amigas no tienen nombre, Lita? ¿Les dices niña, niño? ¿A la vaca le dices animal?” Una enseñanza de su madre que le inducirá a la precisión léxica y a interesarse por los nombres de las cosas. Pero esto le pasa cuando hay cariño de por medio, por eso a los que viven en esa casa los denomina con nombres genéricos: la señora, el señor, la criatura y cuando fue un poco más grande, la niña.

El ritmo es ágil, con una necesidad frenética de saber qué pasó. Se emplea la anticipación para generar interés; desde el comienzo se hace partícipe al lector de la tragedia que enlutó a esa familia, lo que no impide que se mantenga la tensión porque los detalles y el proceso que anteceden a ese macabro final están bien expuestos en una prosa flexible que se mueve con soltura entre el sur y Santiago, intercalando descripciones de la acción con reflexiones sobre diversos temas, como cuando se explaya acerca de las diferentes muertes que tienen algunos seres vivos cuando la narración está en sus inicios, una mirada original que de inmediato sitúa al lector en un tono y sensibilidad particular.

Hay una violencia constante que a ratos sale a la superficie: Estela admirando las paredes de la casa, “de una casa de verdad”, como dice, una de la que sabe que nunca podría ser dueña; los delincuentes que irrumpen expresándose en términos muy duros, incluyendo también a la niña en su diatriba coa. Son diálogos estremecedores, efectivos. El lector puede sentir el odio y el miedo en ese parlamento rápido. El recurso del diálogo corto, integrado a la narración, se utiliza también para retratar la cotidianidad de esa casa, con frases precisas que permiten apreciar la comunicación utilitaria (Que nada se pudra, Estela/ que nada caduque/ Aseo a fondo los lunes/ Regar el jardín por las tardes).

Hay una constante referencia al acontecer. Así, el televisor de la cocina va dando cuenta de cómo el ambiente se tensa con un descontento cada vez más generalizado, lo que contraste con el barrio en que se desarrolla la historia: “Era el final del verano y aunque algunos árboles se habían desprendido de sus primeras hojas, ninguna cubría el pavimento. Impecable, recién barrido. La vereda sin grietas, la calle arbolada, ninguna micro en el trayecto. Como la escenografía de una película, eso fue lo que pensé, y apuré el paso”.

Un momento tan álgido desde un lugar que parece otro país, probablemente se traducirá en una radicalización de las posturas; por un lado, los dueños de casa cada vez más temerosos y desconfiados, por otro lado, Estela, con esa inquina que poco a poco se va convirtiendo en odio, como se puede apreciar en sus referencias a lo que se esperaba de ella, en un tono sarcástico que termina cansando: “Obediente, servicial, una empleada con buena mano.”

Una novela ágil, en la que los diferentes elementos están bien enlazados y la intriga no deja de lado una mirada social.

Título: Limpia

Autor(a): Alia Trabucco Zerán

País: Chile

Género: Novela

Editorial: Lumen

Páginas: 232

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