Por Paulo Adriazola Brandt
Emma Bovary es un personaje que poco a poco va tomando consciencia de su vacío interior, de una incomodidad propia de los artistas, que no termina de reconocer correctamente, solo intuye, es como si lo olfateara, y quisiera seguir el camino de ese aroma. “Ella se sentía muy desencantada, como quien no tiene ya nada que aprender de la vida, ni nada que sentir”. Emma Bovary es la protagonista de la novela Madame Bovary de Gustav Flaubert (1821 – 1880), publicada en 1857, y que relata la existencia atormentada de una mujer que trata de ceñirse a las normas sociales y morales de la sociedad decimonónica francesa, pero definitivamente no lo logra. La historia se sitúa en algunas ciudades reales, salvo donde se desarrolla gran parte de la trama, que es Yonville, pueblo inventado por el autor. Pero la característica que destaca en esta gran novela, no son las infidelidades de una mujer casada, situación que no era tan atípica en una sociedad en que las personas no se casaban precisamente por amor, sino más bien por estrategia.
La novedad que representa este clásico de la literatura universal, es la presencia de un narrador omnisciente que no se ve, que permanece en las alturas desde donde nos cuenta la historia sin opinar, aunque no siempre puede contenerse, “pero la cosa ya no tenía arreglo”. Por ello, logra descripciones maravillosas, de tal factura poética, que transforma las situaciones más bien anodinas y rutinarias, en sucesos de una compleja acción, que siempre van delicadamente encadenados a la sucesión de acontecimiento que estructuran la trama: “Las agradables ventajas de la independencia, no tardaron en hacerle más soportable la soledad”.
En tanto la incomodidad no cesa, y parece como si estuviera encerrada en una celda y esperara que un hombre romántico y decidido encuentre la llave para rescatarla, “Ráptame, llévame contigo, huyamos”. Pero sin darse cuenta, dentro de esa celda se halla bien instalado un personaje esencial, el comerciante Lheureux, que poco a poco construye el cadalso donde elabora una soga que pronto ceñirá en el cuello de Madame Bovary.
Porque no es Rodolphe, el hombre galante, dueño de si mismo, que guarda trozos de cabellos regalados por distintas mujeres, ropa interior de amantes olvidadas, y una que otra máscara; este hombre que la sedujo porque vio en ella a una mujer incompleta, supo leer ese vacío, y se desplegó una relación fogosa que pronto lo fue desanimando, aunque Emma Bovary se entregó a él con verdadera devoción, creando una realidad de ensoñación y desvarío. Pero no será este amante quien desencadene la debacle, porque en realidad nadie se entera de esa unión, asi como de su fin, aunque cuando ello ocurre, Emma cae enferma y su marido, Charles, cree que se trata de una enfermedad del cuerpo.
Y tampoco será León Dupais, el estudiante de derecho, pasante en una notaría, menor que ella, ingenuo y sin experiencia en el amor, que al parecer la quiere sinceramente. Sin embargo, se decide a llevar a cabo la osadía de ser su amante, y nuevamente la protagonista se entrega con fulgor a una pasión, convence a su marido que debe tomar clases de piano en Rouen, ciudad donde ahora vive León, lo que es un invento para tener la libertad necesaria, junto a la excusa, de encontrarse con el joven en una pieza de hotel, siempre la misma, él entra primero al edificio, ella después, ataviada con una sombrero del que se desliza un velo que la hace invisible. Pero como lo he dicho, no es León quien posee la llave para abrir la celda imaginaria en la que ella se ve recluida, asi como tampoco será el detonante de su final, porque, al igual que con Rodolphe, el exceso de vigor emocional, la intensidad de la pasión que no la deja pensar, paradójicamente irá enfriando a su amante, o más bien se irá desgastando en esa relación sin matices ni pausa.
De ninguna manera será Charles, ese marido a quien ella detesta, “La conversación con Charles era plana, vulgar, sin suscitar emoción, risa o ensueño”. Le irrita su pasividad, y también esa entrega tan incondicional como inútil frente al profundo desasosiego que padece, que jamás conseguirá entender, aunque es él quien permite o facilita los encuentros con los amantes, porque no tiene reparos en que salga a cabalgar con Rodolphe, como tampoco que se quede sola en Rouen para asistir a otra función de la ópera, en compañía de León, tal vez porque ni siquiera sabe que esos hombres pueden ser amantes de su esposa. “¡Cállate! ¡Cállate de una vez!”, le responde a Charles, en cualquier oportunidad.
Entonces aparece la sombra incesante, perfecta, como un verdadero satanás que utiliza su poder sin alarde sino seduciendo a su víctima. Se da cuenta que esta mujer necesita la novedad, el lujo que le está vedado, que desea vivir otra existencia más dramática y fantasiosa, y no la rutina desesperante que la ahoga y deprime. “El porvenir era un pasillo completamente negro, en cuyo fondo se alzaba una puerta herméticamente cerrada”.
Es el comerciante Lheureux, hombre sagaz, que vio la debilidad en Emma, pero no como un atento amante, sino como un hábil prestidigitador que la colmará del lujo que ella busca ciegamente. Entonces, con disimulo, le va entregando las telas más finas que se haga un nuevo vestido, o confeccione unas cortinas, o tal vez una preciosa fusta para Rodolphe, dato que el comerciante interpreta correctamente, pero calla porque no es el momento de usarlo. La consecuencia es obvia, las facturas llueven, y cada pagaré, porque Emma no paga al contado, se va renovando a un plazo mayor, y con ello los intereses crecen. Y cuando Emma ya siente la soga en su cuello, el comerciante Lheureux le propone que utilice el poder que le entregó su marido para administrar la herencia de su suegro recién fallecido. Y así lo hace. Pero es el comerciante quien se encarga de vender el único inmueble de la herencia, aunque no acepta que pague toda la deuda, y la invita a suscribir un nuevo pagaré, para el día en que el comprador pague el saldo. La deuda se torna impagable.
Y esta situación no tardó en empeorarse definitivamente, con la notificación de la cobranza judicial de un pagaré que Lheureux endosó a un amigo, de manera que no fuera él quien embargue los bienes a la familia Bovary, lo que ocurre a los pocos días. Emma se desespera porque no quiere que su marido se entere, y visita a Rodolphe para pedirle la suma necesaria que detendría el embargo, se humilla, aun así él se niega. Luego visita a un funcionario, Binet, al parecer se ofrece sexualmente, lo que es rechazado tajantemente por él, y este es el instante en que reconoce que todos los caminos están clausurados, ya no hay solución posible, salvo una.
Se dirige al despacho del farmacéutico Homais, y le pide a Justin que abra la despensa donde se guarda el arsénico. Y aquí vemos a otra mujer, no es la niña caprichosa y voluble, sino una mujer tan decidida como se puede estar frente a la muerte irremediable. “Cogió el tarro azul, le arrancó el tapón, hundió en él la mano, y sacándola llena de una polvo blanco, se puso a comérselo allí mismo, sin pensarlo dos veces”. Transcurrió un día de agonía, llegó el sacerdote, besó la cruz, y luego de soltar una risa “atroz, frenética, desesperada”, dejó de existir.
Tiempo después, Charles se debilita tanto, que muere de tristeza, y la hija, Berthe, es enviada a vivir con una tía lejana, sin recursos, y no tiene otra opción que enviarla a trabajar “a una fábrica de hilaturas de algodón para ganarse la vida”. En tanto, “Rodolphe, que para distraerse se había pasado todo el día cazando en el bosque, dormía apaciblemente en su mansión; y León, allá en la ciudad, dormí del mismo modo”. Gustave Flaubert, dijo: “Madame Bovary soy yo”
Ficha técnica
Título: Madame Bovary
Autor: Gustave Flaubert
Novela
Editorial: Austral
Año:2024
Páginas: 448