Crítica Literaria “Matapiojos”: Una buena señal

Por Ana Catalina Castillo

A propósito de la escritura de cuentos, el gran Julio Cortázar afirmaba que estos deben posibilitar una apertura que conduzca finalmente al lector a la esencia de la condición humana. Esa es la sensación que queda después de la lectura de los trece cuentos que forman parte de Matapiojos, compilado de ficción chilena contemporánea que, tal como lo anuncia el prólogo, agrupa “historias tan interesantes como disímiles”. Así, oscilan entre temáticas intimistas, sociales y hasta distópicas, aunque coinciden en la originalidad de sus propuestas y en la potencia de sus voces. Uno de los rasgos que más se disfruta de la narrativa de la obra en su conjunto, es que resultan historias sin costuras, que fluyen orgánicas y se alejan de toda prosa pretenciosa, esa que impacta en un primer momento y luego se olvida. Aquí ocurre lo contrario.

La antología comienza con La banda de Sara Bertrand que, con una interesante estructura narrativa, lleva la protesta feminista a un futuro distópico, aunque imprimiendo un tono poético que deja entrar una luz de esperanza. Cuando está resonando aún esa voz en el lector, el salto al segundo cuento, Jeff Hanneman de Patricio Jara, nos sumerge en una atmósfera vívida y sorprende con personajes potentes, tan asibles como misteriosos.

Parcial desconexión de Felipe Reyes recuerda esos cuentos intensos del maestro Juan Rulfo con un narrador en primera persona ensimismado hasta la obsesión, aunque en un espacio y un tiempo diferentes. Y de la obsesión minuciosamente retratada, pasamos al hermoso cuento La otra orilla de Carolina Brown, que ficciona en un relato íntimo una de esas historias recortadas de la prensa, que pasan y se olvidan hasta que alguien las rescata con sutileza y les otorga esas alas de la imaginación, a las que alude el epígrafe de William Blake. Más adelante encontraremos otra historia mínima, llena de humanidad, que nos conecta con uno de los sentimientos que mejor retratan esa condición: Compasión de Lilian Flores.

Otro de los méritos de esta antología es el orden que se les dio a los cuentos, subiéndonos a un carrusel que consigue llevarnos por todas las emociones. De tal modo que, avanzada  la lectura, transitaremos también por distintos géneros, como ocurre con el intrigante Tarocchi de Carlos Basso, que juega con el misterio y el suspenso en una narración de ritmo impecable que pone al descubierto los aspectos menos luminosos de los humanos. Así ocurre también con Nunca corras con tijeras de Aldo Berríos, que remonta al lector a un mundo cerrado, ambivalente, ominoso, revelado de a gotas con indicios suficientes para darle al lector el golpe final.

Profe taxi de Ernesto Garratt es, por decirlo de algún modo, el cuento más realista, el más frontal. Si fuera un cortometraje diríamos que es un sostenido close up. Centrado en los rostros, en los pequeños gestos, en las palabras que actúan como armas, destila la amargura de ciertas pasiones humanas. Y si de pasiones hablamos, Nélida de Marcelo Simonetti, indaga en unos personajes femeninos y ya mayores, que, si nos dejamos llevar por estereotipos, pueden parecer –en un primer momento–  indefensos. No obstante, este cuento construido sobre un eficaz diálogo que sostiene el relato, dice a través de sus personajes más de lo que parece.

Tal como el cuento que da comienzo a la antología, Nicolás Meneses en Epitafio digital instala su historia en un futuro distópico, cuando la tecnología ya es parte de los rituales mortuorios y estos semejan incluso algún videojuego. Lo que impacta es que ese mundo posible está cerca, en Talca, y ese factor permea el relato con un atmósfera muy particular.

El oso de M.M.Kaiser es un cuento estremecedor que brilla por el doble juego dado por la contradicción entre lo que somos y lo que parecemos, pero va aún más allá, al revelar la miseria humana, cuando cegados por causas externas, dejamos de percibir lo evidente.

Un cíborg en la cama es un cuento extenso, casi una nouvelle, que captura por la fluidez de la trama como también por el tratamiento de personajes que logra su autor, Roberto Fuentes. Es así como se van mostrando por capas que rozan lo siniestro y a un ritmo narrativo cada vez más vertiginoso.

El último cuento es La oscuridad de las profundidades, donde Alberto Rojas revisita un mito chilote en clave de ciencia ficción. También es un cuento largo, con un guiño a las sagas de aventuras que deja la puerta abierta al mundo que propone.

Hay quienes piensan que la ficción solo actúa como una huida de la realidad. No obstante, Matapiojos demuestra que en ciertas ocasiones esa es una idea tramposa, pues más que desconectarnos de la realidad que conocemos, logra conectarnos con ella y descubrirla en otras dimensiones, desde otra mirada, a través de historias con mundos propios y únicos que incluso así nos resuenan o nos desafían como ecos de un futuro posible.

No será casual que este libro se presente con el sello Odonata, asunto que hace referencia a los grandes ojos de los insectos cuyo nombre toma prestado el título. En suma, Matapiojos se ocupa de aspectos humanos espejeados por la ficción y cumple con la promesa con que cierra el prólogo del compilador, cuando dice que las libélulas o matapiojos, una suerte de alter ego de los escritores, son “señal de agua fresca y dulce”.

Título: Matapiojos. Ficción Contemporánea Chilena.

Sello: Odonata

Compilador: Aldo Berríos

Áurea Ediciones, 2021

186 páginas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *