Crítica literaria «Mundos Habitados»: Una confusa colección de visiones

 

Por Joaquín Pinto Godoy

Sentado junto a mi abuelo, le escucho contar las historias de su infancia, de sus años universitarios, de sus primeros años de matrimonio. En ocasiones, me pierdo y no le presto mucha atención; en otras, cuando de verdad le escucho, puedo imaginar ese mundo, su mundo y la vida que vivió. Hablo de sus formas de pensar, de escuchar, de caminar y bailar, formas de vivir que hoy no son más que historias. Santiago definitivamente ya no es el mismo y la vida que puedan recordar algunos –generaciones que hoy mueren–, se resume en una de las tantas observaciones que entrega Roberto Merino en su libro Mundos Habitados: “Los jardineros municipales parecían ignorar la brecha entre el tiempo muerto y el tiempo ido”. El tiempo ido, el tiempo que pasa y lo que queda después, los cambios que vivimos y la conciencia de estos. El tiempo muerto, irrecuperable como la vida de mi abuelo, así como también la vida de Merino en esos años de 196… o 197… que son la infancia y adolescencia que recuerda. El libro consagra el fin de una época. “El niño de cuatro años que pensaba con la voz con la que pienso, ese niño no está en ninguna parte, no existe”, nos dice al final.

Merino confiesa la planificación detrás del libro: “Mi interés, más que la autobiografía, era comprobar que el funcionamiento de la memoria tenía puntos en común con la actividad onírica”. De esta forma, siguiendo al autor, al poner en marcha la memoria, y no ajena a la ficción, Mundos Habitados recopila una serie de fragmentos, retazos de recuerdos (ensueños), en un orden cronológico, que tal vez poco importa, desde 1964 hasta 1977. En un inicio, se entrega un origen con el antes de nacer de Merino, para después llegar a su casa, la casa de sus padres en Santiago. El mundo es pequeño como el niño de 4 cuatro años que recuerda el autor. Durante la infancia hay poca conciencia y lo que quedan son las impresiones que puede rescatar: La vida familiar, los viajes, jugar con los niños de su barrio y sus primos que lo hostigan.

A medida que crece ese niño, el mundo también se abre más allá de la esquina de su barrio, haciendo una clara distinción entre lo que es el afuera y adentro de la casa familiar. Transitamos por variadas calles de Santiago, alguna que otra playa, vemos revistas y escuchamos canciones de radio y programas de televisión. En la adolescencia, el mundo interior, que es la casa de sus padres, se dispersa hacia el exterior para ser consumido y delimitado por la subjetividad del adolescente. Ya no hay un afuera y un adentro y el territorio literario no son las calles de Santiago, sino las cavilaciones de un puberto. Solo hay amores desesperanzados, platonismos y la inesperada libinidad adolescente. Estas, se conjugan con la apatía de una conciencia que despierta y se incomoda al autor reconocerse. Se sabe aún pequeño, heredero de pilchas viejas y con un bozo (un bigote prematuro) que le humilla. Con la conciencia de ser poca cosa, se vive una vida gris que pasa desapercibida de igual forma como cuando contestamos el teléfono, colgamos y nos preguntan ¿Quién era? “No era nadie”. Poco habría de esperarse en ese joven Merino que solo en el amor podría refugiarse. “Anhelaba encontrar un mierdoso destino con sus señales y luces… quería amar a una niña de liceo blanca y de pelo ondulado negro, quería tener que ver con esperas en paraderos de micro, con corazones dibujados en cuadernos de matemáticas… Quería que alguna, al menos una, reconociera algún valor en mis pantalones patas de elefante piel de durazno. Quería simplemente eso: un poco de reconocimiento y un poco de amor y un poco de conversación”.

En el libro no hay un final y tampoco debiésemos creer que hubo un principio. El desvarío de fragmentos, de recuerdos, en su conjunto no traman una historia en sí. No es una cartografía, ni mucho menos un retrato de Santiago, sino la presencia total de una subjetividad y su relato. Todo pareciera ser gratuito y no escapar de lo que es, finalmente, el gusto del autor –y para toda persona– de escribir sus memorias. Es, como lo fue el golpe y el año 1974 para el autor, “una confusa colección de visiones”. Aun así, son gratas las reflexiones que se entremezclan con los relatos. Nos recuerdan que es Merino sentado frente a su computadora, haciendo un ejercicio personal (para compartir) y del que nos da para pensar, y no una novela para complacerse.

FICHA TÉCNICA

Título: Mundos Habitados

País: Chile

Autor: Roberto Merino

Género: Novela

Editorial: Penguin Random House.

Páginas: 208

 

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