Crítica literaria “Tedio y narración»: “Darle una oportunidad al tedio”

Por Paulo Adriazola Brandt

Sin duda, nadie quiere aburrirse, ni mucho menos lo desea como una situación enriquecedora o como apertura hacia otra dimensión de la conciencia, que nos permitiría habitar en una plenitud novedosa, propiciatoria de una mejor versión de nosotros. “Aburrimiento deriva del latín abhorrere, cuyo significado literal es aborrecer”, aclara Inma Aljaro (1979), la autora de este magistral ensayo que nos invita a revisar ese estado de ánimo tan incómodo como despreciable, del que siempre intentamos escapar. Pero la propuesta de la autora es dejarse llevar por el aburrimiento, perdiéndonos en las divagaciones, no descontroladamente y sin sentido, sino como “una categoría estética, una oportunidad a partir de la cual, se nos abre la posibilidad de cuestionarnos ese enigma en el que hasta entonces no habíamos reparado, y que no necesariamente estará descrito en el libro”.  Es decir, el tedio no es una figura a la que darle la espalda sin más, sino que debemos acomodarnos junto a la esperanza de una realidad más luminosa. “Utilizado como principio estético, el aburrimiento permitiría entonces una apertura de la conciencia”.

En esta prolija y extraordinaria investigación, cuyo propósito se indica desde el comienzo: “El reto será demostrar cómo el aburrimiento puede ser, del mismo modo que se aceptó en las artes visuales, una categoría estética en la literatura (…) y como tal, inducir una apertura -más crítica- a la realidad”, la escritora hace una descripción detallada de la historia del tedio, su evolución, y nos muestra cómo el primer concepto fue la acedia, es decir, la “falta de cuidado o interés, una negligencia ante sus ocupaciones espirituales”, que por primera vez hablaron los Padres del Desierto en el siglo III d.C. Luego irrumpió el término ennui, en Francia, y spleen, en Inglaterra, para nombrar un solo estado de ánimo con diferentes facetas: la inactividad, la somnolencia, el desasosiego de la mente, la desesperanza, el hastío, descontento con uno mismo, letargo, inercia quejumbrosa, etc. Por supuesto que debemos diferenciar el aburrimiento superficial, aquel que experimentamos ordinariamente, incluso en actividades interesantes, del otro aburrimiento, el vasto y profundo que se asimiló a la melancolía y luego a la depresión. Este es el estado de ánimo del que se hace cargo Tedio y Narración, y del que nuestra poeta, Teresa Wilms Montt, declaraba con total honestidad en su Diario: “¡Oh, whisky, supremo pacificador, en invierno calientas, en verano refrescas y en toda estación eres un buen tónico para los que padecemos spleen”.

Pues bien, queda claro que el aburrimiento forma parte de la condición humana, y también que intentaremos evitarlo como sea, tal vez porque está ligado a la evolución. Pensemos en nuestro antepasados homínidos, en una pequeña familia de homo sapiens descansando en una agradable colina, de un prolongado encierro en la caverna. Ese no hacer nada, solo contemplar, resultaba una acción de sumo peligro porque abandonaban la prevención, mantenerse alerta, no solo de un ataque mortal de cualquier animal, todos más fuertes y violentos, sino de la posibilidad de obtener un alimento invaluable que escapara a su atención, considerando sus condiciones de extrema precariedad. Entonces ese no hacer nada, la mirada desatenta o en reposo, poniendo en riesgo el alimento y la vida, era tan angustiante para ellos, como lo sería para nosotros el aviso de una muerte inminente. Por lo tanto, no cabe duda de que preferiremos la entretención banal, aun perjudicial y repetitiva, antes de padecer ese reposo angustiante. Una anciana, personaje del Cándido de Voltaire, citado en este ensayo, lo dice con toda claridad: “Me gustaría saber qué es peor, ¿ser violada cien veces al día por piratas negros, que te corten una nalga, pasar por las baquetas de los búlgaros, ser azotada y ahorcada en un auto de fe, ser disecada, remar en galeras, en fin, padecer cuantas desventuras que hemos pasado, o estar aquí sin hacer nada?”.

Pero el tedio se profundiza cuando no tenemos un sentido de vida, algo que nos entregue ese contenido vital indispensable, un porqué vivir, más aún en estos tiempos sin religión, cuya misión era otorgar respuestas ante lo incognoscible del destino, e indicarnos el caminos a seguir. Por eso, en esta era de dispersión mental por infinitos estímulos, el aburrimiento es más profundo y grave, porque si algo no nos asombra rápidamente, quedamos atrapados en el tedio y nos vemos obligados a buscar esa entretención que ya ha dejado de ser placentera, porque se ha transformado en una evasión. Dicho todo esto, cuantos desafíos surgen en torno a la declaración de Inma Aljaro, que señala: “Experimentar la estética del aburrimiento, sería una herramienta para superar el aburrimiento”, y es por ello que nos invita a leer libros en donde “no ocurre nada”, como en la narrativa de Bernhard, quien reconocía ser un destructor de historias, o en aquellos textos en los que existe una “repetición continuada de una serie de imágenes”, o enumeración infinita de lo que sea, que terminará “anulando la novedad y el cerebro no reaccionará”, o, por último, “un relato constantemente interrumpido, diferido y fragmentado”. Qué novedosa invitación para cualquier lector que, sin excepción, caerá rápidamente en un aburrimiento irremediable, y apresuradamente querrá abandonar ese texto severo que nada le dice porque no comprende el sentido y la trama, si es que la hay. Pero la autora de Tedio y Narración nos induce a no perder la oportunidad de abrir nuestras mentes, que no cejemos en el esfuerzo, porque se trata de una estética con un sentido definido. El libro no es árido e ininteligible por ausencia de talento de quien lo escribió, sino que fue imaginado y creado de esa manera como parte de su poética, y es el lector quien deberá atreverse a ingresar en ese peculiar universo narrativo, bajo la promesa de que habrá, pronto, una apertura de su consciencia.

Sin embargo, no puedo dejar de pensar en la seducción de una historia bien contada, o en la dificultad de realizar un buen análisis de una obra literaria aburrida, porque la sensación de hastío lo abarcará todo y construiremos una resistencia, ya que la mente quedará sitiada por esa actitud de defensa ante un aburrimiento angustioso. Mario Vargas Llosa, en su libro Cartas a un joven novelista, se refiere al poder de persuasión de la literatura, es decir, ese acto mágico de hacernos creer que la historia inventada que estamos leyendo es real, que posee autonomía, lo que se convierte en un placer inigualable: “Logra entonces seducir a sus lectores y hacerles creer lo que les cuenta”, en otras palabras, una especie de hipnosis que nos secuestra de la burda realidad, para situarnos en una ficción que parece realidad, lo que está muy lejos de esa actitud estoica de aguantar el aburrimiento de aquello que no despierta ningún interés. ¿Para qué leemos entonces, si no es para escaparnos de la insensible cotidianeidad y su latente disposición hacia un peligroso tedio? Pero ahí está el antídoto, que es la buena ficción. Jorge Luis Borges en una entrevista en la Biblioteca Nacional Argentina, dijo: “Pero si hay un libro tedioso para ustedes, no lo lean; ese libro no ha sido escrito para ustedes”.

El muy buen ensayo de Ilma Aljaro, sin duda nos plantea una interrogante sobre el rol de la literatura, más bien, indaga respecto de la eterna discusión, al menos a partir de la última centuria, de la función del arte, y con ello crea una novedosa controversia que nos desafía a acercarnos de otra manera a la literatura, muy distante del placer sin exigencias, que la gran mayoría de los lectores buscan al momento de leer. Y al concluir su obra, la autora propone no “aceptar sin un cuestionamiento crítico nuestra capacidad para soportar el aburrimiento” de manera de no caer en un conformismo que nos embrutece y aniquila nuestra capacidad de asombro. “Y sin asombro, sin imaginación, sin chispa, difícilmente habrá pensamiento”.

Ficha técnica

Título: Tedio y Narración

Autor: Inma Aljaro

Ensayo

Editorial: Cátedra

Año:2024                     

Páginas: 276

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