Por Noelia Barrientos desde Madrid
La crisis ocasionada por el colapso del COVID-19 en España ha despertado en el mundo de la cultura el miedo al tambaleo del sector, que caminaba por una tímida recuperación después de la crisis de 2008. Este período oscuro mantiene heridas abiertas: “La cultura formará parte del lastre que se considera aceptable soltar para la supervivencia de las grandes empresas”, explica el periodista César Rendueles.
La industria cultural en España está definida desde la unánime precariedad de un sector compuesto por un amasijo de 122.673 empresas, de las que sólo el 0,6 % cuenta con una plantilla de más de 50 empleados, el resto trabaja con personas contratadas como autónomos y freelance, y equipos de no más de dos o tres personas fijas.
A pesar de este panorama y de las ínfimas condiciones en las que trabajan sus profesionales, este mapa de pequeñas empresas culturales logra salvar barreras, asumiendo un sin fin de trabajos tan dispares como la mediación, la educación en los centros culturales, la animación o el mantener la vida de los teatros.
Sin embargo, esta realidad pesimista y este nuevo escenario cultural a raíz de la crisis del COVID-19 no puede hacernos olvidar que, como explica Jazmín Beirak Ulanosky, portavoz de cultura de Más Madrid: “La cultura se está poniendo las pilas y haciendo de la necesidad, virtud”.
¿No es la cultura una superviviente que sale por las grietas buscando un rayo de vida? La respuesta es sí, esta situación de crisis ha devuelto a la cultura su valor de intangible, desligándola de un lugar y reencontrándose en esa grieta con los espectadores.
También estamos viendo como ha desaparecido de los espacios habituales, los patios de butacas, las galerías o las salas de conciertos, para romper su “aureola sagrada”, a la que se refiere Beirak, e irrumpir en los salones de las casas, democratizándola y convirtiéndola en un bálsamo para atravesar por la oscuridad de un estado de aletargado confinamiento.
La cultura se dibuja de este modo y en este nuevo escenario como una herramienta esencial para mantener unidas a las personas, para reafirmar el sentimiento de comunidad, para subrayar valores y mantener despierto el apetito una vez que el telón vuelva a abrirse.
Lo explica también David Márquez de la Leona, politólogo y gestor cultural, cuando aboga por “la reacción humana de la gente del mundo de la cultura” ante esta “hibernación social” en plena primavera, y asumiendo que “la cultura puede convertirse en parte de la solución”.
Eso es entender también el deber y valor de la cultura, y reaccionar ante esa gran responsabilidad, de la mano de un gran golpe de efecto.
Las opciones de “ocio sin moverse del sofá” han aportado un trampolín para la configuración de un perfil más digital de la cultura, algo en lo que ya se ha estado trabajando en los últimos años. La crisis ha actuado sólo como un catalizador para generar formatos de mejor calidad, impulsar las webs y redes sociales de instituciones como El Prado o el Thyssen y lograr pasar la luz por esa grieta a través de la oscuridad.
Mientras algunos tiemblan por la profanación de la cultura por el contexto digital, otros entienden que el cierre físico de los museos no puede considerarse un cierre de la cultura, y que este periodo no puede entenderse como una nueva pauta de consumo cultural: “No hay nada que pueda superar a la cercanía y experiencia del directo”, sentencia el cofundador de la plataforma musical Wegow, José María de Ozamiz.
Es por eso que esta crisis debe entenderse como una oportunidad en la que han cambiado las reglas del juego, y se debe hacer uso de los recursos disponibles para comprender la responsabilidad cívica de las instituciones en momentos excepcionales, abriendo la cultura a todos y, entendiendo desde la generosidad, su capacidad unificadora, regeneradora y transformadora.
¿No es precisamente esta democratización de los recursos culturales la que está consiguiendo mantenernos unidos?
En este sentido, los mensajes trasladados desde la gestión cultural no pueden estar teñidos de derrotismo, egocentrismo y visión catastrófica del futuro, sino que deben enfrentarse a este periodo de incertidumbre con un mensaje unánime de que España debe apostar por su cultura como fuente inagotable de riqueza social, innovación, creatividad, patrimonio y cohesión.
Cuando el mundo despierte de este letargo y, poco a poco, se reaviven los hábitos de consumo, el sector debe estar atento para motivar, promocionar y reactivar a un ciudadano que ha sabido conectar con la cultura de otra forma durante esta crisis, gracias a la digitalización y democratización del producto cultural, y del consumo desde el sofá, en un gesto unilateral de generosidad por parte del sector.
En definitiva, el sector cultural debe entender la potencialidad de una situación así para sacar todas sus armas y favorecer la cohesión social en medio de la incertidumbre.
No hay que adelantarse, pero sí pensar en este nuevo modelo cultural a raíz de la crisis sanitaria, así como en esa nueva identidad de la sociedad española tras esta experiencia única e histórica.
Que no se nos olvide, la cultura es la primera sufridora, pero también la protagonista indiscutible para enfrentar el reto de la recuperación.