Entrevista a actriz de “¿Quién le teme a Virginia Woolf?” Nicole Vial: “La obra continúa estando profundamente vigente”

Por Matías Pardo

Nicole Vial Aguilar es una actriz que integra el colectivo interdisciplinario Ártica y las Magnéticas, creado en 2013, que mezcla la música con la teatralidad. Entre los proyectos escénicos en los que ha participado, se cuentan Utopías Demodé (2017), Cortesía (2018), El convento (2021), Niña alien (2023) y Noche de Reyes (ahora mismo en la cartelera de esta edición del Festival Teatro a Mil).

Actualmente, forma parte del elenco de ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, una adaptación local de la exitosa obra teatral del estadounidense Edward Albee, dirigida en esta ocasión por Cristián Keim. Ataviada con un elegante vestido verde a la usanza sesentera, la actriz interpreta a la aparentemente sosegada Honey, que junto a su marido Nick (Felipe Zepeda), realiza una visita nocturna a la casa del matrimonio compuesto por Jorge (Daniel Alcaíno) y Marta (Trinidad González). La velada se va quebrantando paulatinamente debido a la ingesta de alcohol de los presentes y a las recriminaciones que se lanza entre sí la pareja anfitriona, empeñada en someter a sus invitados a sus hostiles juegos maritales. Hasta que pronto se desata la violencia y locura.

El Teatro Nacional Chileno, del que Cristián Keim es director, acogió la obra en 2024 y volverá a presentarla a fines de este mes, en el marco del Festival Teatro a Mil. Como preámbulo de este regreso, el montaje fue presentado el 12 de enero al aire libre en Valle Lo Campino, parte de la programación del Festival Quilicura Teatro Juan Radrigán.

En esta entrevista, Vial abordó la importancia de ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, su aproximación a los personajes que interpreta en tablas y su motivación para ejercer la docencia.

¿Qué se sintió presentar ¿Quién le teme a Virginia Woolf? en una iniciativa cultural como el Festival Quilicura Teatro Juan Radrigán? 

Para nosotros fue una instancia súper emocionante. Los cuatro actores — Trinidad, Daniel, Felipe y yo — ya habíamos participado anteriormente en otras versiones del festival y la recepción había sido súper buena. Pero esta obra tiene una duración no menor, de casi dos horas y media. Por esas cosas y por la crudeza con la que aborda las temáticas que cruza, teníamos un poco de temor de que fuera un poquito más complejo, considerando también que está al aire libre, que, si bien hay una sugerencia, una recomendación, de rango etario, por esto mismo del aire libre tienden a llegar personas de todas las edades. Teníamos un poquito de temor de que quizás hubiera cierta desconcentración o de que, al ser un espacio abierto simplemente la gente se empezara a retirar.

¿Cuál fue el recibimiento del público y las autoridades presentes?

La recepción fue impresionante. Comentábamos con el elenco al final de la función que, a veces, incluso había más reacciones o más silencios que en las salas de teatro convencionales. Quedamos muy sorprendidos del público de Quilicura. Nosotros estuvimos en la zona de Valle Lo Campino felices, sorprendidos y conmovidos. Esperamos que para el público haya sido igual. Por lo que vimos fue así, por ende quedamos súper felices.

¿Qué te parece que existan este tipo de iniciativas culturales?

Para mí es fundamental, es súper necesario, porque además esta es la tercera obra con la que participo en distintos años. Se nota desde la dirección del festival una preocupación, un estudio exhaustivo en la selección de las obras, en llevar piezas de primer nivel que hayan marcado hitos durante el año. De distinta naturaleza también, de diferente tipo, temperatura y estilo. Entonces, no es un festival que tenga una línea marcada en el que solo haya obras de “este” tipo y “este” estilo. Ofrece una parrilla súper diversa, pero todo de un nivel realmente altísimo. Es algo que se comenta en el rubro. Y también es de acceso liberado para la comunidad.

Este es un sector al que, en general, es mucho más difícil acceder. El teatro se tiende a concentrar en el centro de la ciudad. Entonces, esto es algo sumamente necesario. Creo que, sin duda, otras comunas deberían replicarlo. También la manera en la que resulta en el sentido de la producción internamente: cómo nosotros coordinamos como elenco, el modo en que se nos trata desde la producción. Es impecable. Hace que la experiencia, al menos internamente como actriz, sea muy agradable. Cada vez que a uno le dicen que está la posibilidad, la invitación, de ir a Quilicura, es una dicha. Es algo que hay que seguir replicando para que no quede como una anécdota, como sólo Quilicura. Las buenas iniciativas hay que robarlas. Ya pues, ¿qué pasa? Esto ya lleva años, ¿por qué no han comenzado las réplicas?

Ya han pasado poco más de 60 años del estreno de la obra, en 1962. Sigue generando conversación, por su alusión a la crisis matrimonial, a cierta decadencia intelectual y también al cambio en los valores. Incluso se alude a la guerra nuclear de la época y es muy interesante porque actualmente también existen amenazas de ese tipo, producto de la guerra en Ucrania, por ejemplo, y otros conflictos. Pareciera que, en el fondo, a pesar del paso del tiempo, seguimos teniendo los mismos problemas en cierto sentido. ¿Cuál es la relevancia de una propuesta como ¿Quién le teme a Virginia Woolf?? ¿Qué es lo que resuena en ti de la obra? ¿Y cómo te sientes de actuar en una obra con tal aclamación?

Como bien dices, esta es una obra que se escribe y se estrena en EE.UU. en el 62, y acá en Chile se estrena muy prontamente en el 64. La famosa película se estrena en el 66. Hace bastantes años atrás como para que nosotros hoy día también la estemos haciendo y cobre el sentido que cobre en los espectadores, en nosotros como intérpretes. Nosotros conversando como equipo de trabajo observábamos ciertas líneas que siguen siendo muy claras, muy marcadoras, muy profundas, que tienen que ver con que es muy claro en estos dos matrimonios la pugna entre dos visiones de mundo, que seguimos sintiendo. Obviamente, los contrastes que surgen son distintos, pero quizás hay una generación que todavía vive con cierta fe, con cierta ilusión de que las cosas pueden mejorar. Por un lado, hay una cosa más idealista versus un mundo de una cosa más pragmática, más concreta, con mucha menos fe y más tirada a lo tecnológico. Esas dos visiones que siguen chocando las seguimos viendo hoy en día, transformado a las generaciones actuales. Eso nos seguía haciendo mucho sentido.

Por otro lado, está lo profundamente complejo de las relaciones humanas y cómo muchas veces vamos poniendo velos de ficción en nuestras relaciones. Nos creamos pequeñas obras de teatro: mi relación es “esto”, mi vida es “esto”. Y llega otra persona que, por acto espejo, te hace ver que en realidad esta historia que tú te cuentas no es tal. Tiene que llegar una persona que te haga esta acción espejo para desarmarte y bajarte esos velos. Eso lo vemos hasta el día de hoy. Fue muy rico lo que se armó con el equipo porque, como éramos solamente cuatro actores, muchas veces entre pasar y tratar de aprendernos esos textos enormes juntos, uno se pone a hablar de su propia vida y de sus propias experiencias para tratar de encontrarle sentido a esto que tú dices, de cómo nos cruza la obra a nosotros mismos, cómo le encontramos sentido, dónde engancho con mi personaje.

También le dimos mucha vuelta a qué sentido le encontramos al título y finalmente nos quedamos con “¿quién le tiene miedo a la vida?”, a propósito de lo segundo que te comentaba, de que lo entendíamos un poco como quién le tiene miedo a mirar su vida realmente, a sacar estos velos, a desnudar estas ficciones, a mirar realmente qué es esta relación que tengo, qué es lo real. No lo que yo pienso que es, lo que yo idealizo que es, lo que me gustaría tener. Desde ahí nos hizo mucho sentido. Fueron meses bastante intensos. Irremediablemente uno explora sus propios vínculos, sus propias construcciones de ficción en su realidad. Entonces yo creo que desde ahí la obra continúa estando profundamente vigente, en que uno de repente para sobrevivir levanta ficciones sobre su propia vida. Quizás lo que propone Albee —y tal vez lo que llevó a Virginia Woolf a tomar la decisión que ella toma con respecto a su vida— tiene que ver con despejar esos velos de ficción.

El otro día me puse a leer un ensayo tuyo que se llama Mecanismos para desbloquear la intuición. Lo encontré en un libro (La intuición en la actuación, 2020), en internet.

Sí, lo hicimos en el proceso de una obra (Cortesía).

El ensayo habla de este concepto aplicado a la actuación y, tal y como indica el título, cómo desbloquear esa herramienta actoral. A propósito de eso, ¿de qué manera utilizaste la intuición para construir al personaje de Honey? ¿Cómo fue el proceso para meterse, no solo en el papel, sino también en la dinámica intensa que tiene la obra?

Un paréntesis. El proceso de toda esa obra que armamos fue para ahondar sobre ese concepto, con el que rayaba mucho Gabriel Urzúa, que era justamente el director. Yo creo que uso mucho la intuición como concepto. Dejo permear, sobre todo en la primera parte del proceso, a los primeros referentes que se me vengan a la cabeza, sin juzgarlos. Si me acuerdo de este otro personaje, aunque no entienda por qué, exploro en ese referente. Si hay una idea o incluso un color que se me venga a la cabeza, sin hacer juicio de las primeras ideas que se me vengan a la cabeza y todo eso. En las primeras semanas, hago una especie de cajón de todas las cosas que se me vienen a la cabeza. Todo, todo, todo, todo, aunque no me haga sentido. Y escuchar mucho. Aparte que mi personaje dentro de todo era el más pasivo, el que tiene menos texto, el que está sobre todo en una posición de escucha, el que más observa.

Entonces, ahí me apareció la noción o la intuición de que ella al final era como el espejo. Hablamos mucho con Trinidad de que quizás Marta también se reflejaba un poco en ella, de que empezaba a surgir un espejo y que, por ejemplo, cuando Honey tiene un momento en el que se escapa en esta borrachera, quizás Marta vea que Honey tiene adentro una Marta, un monstruo adentro, pero que lo tiene más reprimido. Empezamos a trabajar los personajes desde esa pequeña intuición de que eran un poquito un espejo, pero está súper contenido. Era un pequeño secreto de las dos que en la obra no se ve, porque ahí jugábamos al contraste: Trinidad como la bestia y Honey trataba de estar lo más contenida posible. Pero, en el fondo, las dos sabíamos que yo por dentro tenía eso mismo, esa misma bestia, pero que estaba media tragada. Esa idea apareció de esa sensación del espejo, y eso que te comentaba antes también de dejar que aparezcan sin juicio todos los elementos, sensaciones, referentes, y después ir cazándolos. No al tiro tratar de hacer una construcción racional.

¿Cómo se desarrolló tu acercamiento a las tablas, al mundo del teatro? ¿Cómo te empezó a gustar esa área?

(Risas). Es una idiotez. Yo me portaba pésimo en el colegio, y alguien alguna vez tuvo la idea de que mi exceso de energía se podía controlar haciendo teatro (risas). Me metieron a un taller y fue como: “Esto me encanta, es lo mío”. Ahí fui a ver teatro, me acuerdo mucho que vi La mala clase de Luis Barrales, con María Paz Grandjean actuando, y me dio una cuestión en el corazón. Fue como cuando uno dice: “Me cayó la maldición encima, me enamoré de esto, voy a tener que hacerlo”. Después vi HP y también me enamoré. De verdad sentí eso, me cayó la flecha del destino y dije: “Oh, estoy frita, voy a tener que hacer esto”. Esto que se había convertido en una manera de drenar este exceso de energía, ahora iba a ser lo que tenía que hacer (risas). Ahí entré a estudiar a la Universidad de Chile, y he tenido la suerte de hasta el momento no parar.

También eres docente en la Universidad de Chile.

Sí, estoy haciendo clases en la Universidad de Chile y también en la Universidad de Valparaíso, de voz en mi área de docencia.

¿Cómo se da este proceso de transmitir tu conocimiento a las nuevas generaciones de actores? ¿Qué te motivó a meterte al campo de la docencia?

Yo creo que fue a propósito de esta sensación con la que uno a veces se queda de que las escuelas a veces están hechas para la gente que ya viene muy preparada. La cancha es un poquito desigual porque hay gente que viene no del taller de teatro del colegio, sino con pre-universitarios teatrales increíbles o de familias de actores que han vivido metidos en el teatro, llenos de tips, que sabían cómo eran las escuelas y las pruebas especiales. De repente, uno siente que las escuelas están un poco más diseñadas para esas personas que para la gente que no cacha tanto.

Esa sensación de cancha desigual cuesta años. Yo siento que en cuarto año me enchufé en la escuela. En el último año dije: “Ya entendí”. Y egresé. Siempre me interesó la pedagogía a propósito de igualar esa cancha, que era algo que me venía penando desde el colegio a propósito de mis problemas conductuales (risas). Hice un magíster también para entender, porque esto es súper raro de enseñar.

No es algo tan concreto.

Claro, como en qué evalúas. A veces te decían que tienes ángel y otras veces te decían que no tienes ángel. A mí a veces me decían: “Increíble ángel”, y otra profesora, que ahora uno dice que me tenía mala, me decía: “Tienes más ángel afuera de la sala que adentro”. Entonces uno decía, ¿cómo para un profe tengo ángel y para otro no? No, tienen que haber otros conceptos. Me empecé a obsesionar con esto de cómo, dentro de lo poco objetivo que uno tiene que asumir que esto es, tratar de objetivar lo más posible. Entonces hice este magíster, donde profesores te enseñan, de la carrera que tú seas, a intentar objetivar y sistematizar los conocimientos que tú quieres entregar. Ahí me fui metiendo, fui aprendiendo mucho también del funcionamiento mismo de la universidad que uno no tiene idea sobre acreditación, cómo se redacta un programa. Yo nunca había escrito un resultado de aprendizaje en mi vida, no tenía idea de que era con una fórmula. Tú vas entendiendo un poco más, y me imagino que eso se traslada a la manera de explicar, de transmitir un conocimiento. Espero que sea así. Pero me encanta, porque siempre me quedé con esa sensación de que ojalá se pudiera igualar un poco más.

¿Qué proyectos tienes para este 2025?

En el cortísimo plazo, esta semana estamos con Noche de reyes, que salió mejor obra de 2024 en el Círculo de Críticos de Arte. La dirige Rodrigo Pérez, que también ganó como mejor director por el Círculo de Críticos de Arte. Vamos a tener con esa misma obra una temporada en la Católica, en julio de este año. También vamos a estar con Virginia Woolf, probablemente tengamos una nueva temporada, todavía no sabemos bien en qué fecha.

Sobre el resto, estamos esperando Fondart. Lo de siempre, terrible. Pero siempre trabajando con mi compañía más estable, Ártica y las Magnéticas, un colectivo musical-teatral. Nuestro plan para este año es grabar su primer disco y estrenar su próxima obra, que se llamaría Nada. Esperamos que nos salgan los financiamientos para hacerlo, pero, si no, yo creo que lo vamos a hacer igual. Siempre las clases, acá en la Chile y en Valparaíso. Funciones por aquí y por allá, de obras en las que uno ya está. Esos serían los proyectos principales.

Ficha técnica

Título: ¿Quién le teme a Virginia Woolf?

Dirección: Cristián Keim

Dramaturgia: Edward Albee

Traducción: Pilar Serrano

Elenco: Daniel Alcaíno, Trinidad González, Nicole Vial, Felipe Zepeda

Asistente de dirección: Catalina Rozas

Diseño: Pablo Núñez

Composición musical: Alejandro Miranda

Producción: Teatro Nacional Chileno

Coordenadas

Del 23 al 25 de enero de 2025

19:30 hrs.

Duración: 120 minutos

Para mayores de 14 años

Teatro Nacional Chileno (Morandé #25, Santiago)

Venta de entradas en sistema Ticketplus

Más información en www.teatroamil.cl

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