Entrevista al autor de la novela «La muerte viene estilando» Andrés Montero: «El alma es lo único realmente cierto de uno mismo»

Por Claudio Garvizo

Un juglar que va de pueblo en pueblo, de comarca en comarca, contando relatos orales. Es la fotografía precisa para Andrés Montero (31), autor de las novelas Tony Ninguno, Taguada y de la recientemente publicada La muerte viene estilando. Porque es lo que más le gusta hacer, narrar oralmente con la Compañía La Matrioska, que formó con su compañera Nicole Castillo en 2012 y con la que han recorrido Chile y Latinoamérica.

A este juglar lo conocí casi en la misma época, cuando participó en un taller de guion que impartí en una librería en cuyo local ya no hay libros, en ese lugar ahora funciona un delivery de comida japonesa. Un perseverante creador de ficción que ha forjado no sólo una carrera literaria, sino que también docente en Casa Contada, “un espacio de encuentro, aprendizaje y comunidad en torno al fuego de las historias, la literatura y la escritura, los libros y la narración oral”, según la definición de su sito web www.casacontada.com

La conversación con Andrés, porque eso más bien comparto acá, me remitió justamente a ese fuego de las historias al que alude Casa Contada. A esos diálogos a los que destinamos tiempo, en un devenir en el que aquello pareciera escasear. Y aunque faltó el mate en nuestra conversación, hubo aroma de eso y, por cierto, fuimos testigos del crujido de brasas tan propio de una fogata. Resulta extraña esa sensación de cobijo, hablando de pantalla a pantalla, pero así fue. Dialogamos sobre su última novela, La muerte viene estilando, un relato coral que nos interna en un mundo rural donde, contrariamente, el tiempo pareciera ser un no tiempo, ahí las certezas se fragilizan sin que los personajes estén tan conscientes de eso. Leer la novela evoca un trayecto, un ir hacia un lugar que parece inevitable y que nos otorgará más preguntas que respuestas.

Es el segundo libro de este autor editado por La Pollera, en 2016 hizo lo propio con Tony Ninguno, novela por la que el escritor obtuvo en 2017 el X Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska, en Ciudad de México.

¿Cuál fue tu primera sensación corporal al iniciar la escritura de La muerte viene estilando?

No sabría recordar la primera sensación corporal al empezar, pero sí al terminar el primer cuento, que fue el primero que escribí, El Velorio. Yo todavía no sabía bien qué iba a hacer, solamente escribí un cuento. Lo que hice, fue que apenas lo terminé, pensé que me había gustado mucho y que estaba bueno. Y lo primero que hice fue imprimirlo para pasárselo a mi hermano y que lo leyera ahí mismo, a ver qué le parecía. Entonces, no sé si es tan corporal, pero tuve un movimiento rápido, de ir a buscar a alguien que lo leyera. Imprimir, pasar, entregar, porque de repente pasa eso. De repente pasa que uno va, no lo siente tan seguro, lo miro después, y acá me pasó que esto en verdad es lo que yo quería escribir. Me quedó bueno, me gusta a mí, yo lo leo feliz. Y eso fue harto antes de seguir con el resto de los cuentos, o sea, esto fue por lo menos un año antes de escribir el segundo cuento.

¿Cuál fue la recepción de tu hermano al leerlo?

Me dijo; «sí, está bueno, pero me queda cojo». Le pareció que era un buen cuento. Ahí me empecé a dar cuenta, que es un poco lo que finalmente hice, que en el cuento yo estaba utilizando esta teoría del iceberg, de no mostrarlo todo, y solo mostrar la punta del iceberg. Y que había guardado muchas cosas que si ya no sabía, al menos las intuía. Que habían otros personajes, que había un patrón de fundo, que había ocurrido un asesinato, que ese asesinato tenía un móvil, una razón de ser, y que esto ocurría en ciertos lugares. Entonces todo eso yo lo tenía oculto finalmente. Lo que me propuse fue contar el resto del iceberg, la masa que está abajo. Como si Hemingway en algunos de sus cuentos hubiera decidido contar lo que está abajo. Eso dio pie a los otros cinco relatos, que finalmente nacen del primero y se vuelven de forma independientes también. Ese ejercicio de buscar las otras capas que están abajo, se fue abriendo el camino para llegar a esta historia.

Cuando me han preguntado si están enlazados como a propósito, o cómo lo fui enlazando, en realidad fui tirando hilos y eso me dio nuevas historias. Incluso, las nuevas historias me dejaron algunos hilos de los que ya no quise tirar, porque hay por lo menos dos o tres historias de las que yo podría haber hecho un nuevo relato y que las dejé ahí, pensando contarlas quizá de otra forma. Un amigo me hablaba de esto del transmedia, que es como la idea de que tú puedes entrar a un universo desde distintos lugares, como espectador o lector. Entonces puedes entrar a través del libro, pero por ejemplo, hacer un cortometraje o una narración oral, una obra de teatro, lo que sea, pero que no está ahí. No es lo mismo que hacer un cortometraje, por ejemplo, de uno de los cuentos, que también se puede hacer, sino que es como otras puertas de entradas. Ahí hay al menos tres historias que no sé si lo voy a hacer, pero que están ahí y podrían entrar desde otro libro, desde otro arte, otra disciplina. Ideas que quedan ahí, que son hilos de los que no tiré, y estoy bien consciente de eso, de cuáles son.

Entonces te quedan posibilidades en el fondo para después urdir otra narrativa.

Claro, por ejemplo, para ser más específico. En el cuento El Duelo, Romero y el Cholo se enfrentan, eso está contado porque uno se escapó con la pistola, el otro lo dejó solo. Sin embargo, se dice como a la pasada que ellos se veían escapando de la cárcel, pero no se dice por qué delito, o cómo se escaparon, se da a entender que al escapar mataron a alguien. El lector no tendría por qué entenderlo, está leyendo otra historia, pero está sugerido. En el fondo, ahí está esa masa de iceberg que no se ha contado. Entonces yo podría contar, escribir en cualquier formato, la historia de por qué el Cholo y por qué Romero llegaron a la cárcel, cómo se conocieron y cómo urdieron el plan, y en qué consistió el escape, la fuga a través de la cordillera, que la podría haber metido en este libro, pero me chanté.

Volviendo al primer cuento de la novela, ahí yo detecté el hastío del personaje y el deseo de ser otro. Llevándolo a tu plano más personal, si tú quisieras ser otro, ¿Qué otro u otra te gustaría ser en este momento?

Yo me siento contento con la persona que soy, pero a veces me llama mucho la atención, y creo que podría haber sido una vida para mí también, la vida contemplativa, silenciosa y solitaria. Me llaman mucho la atención los ermitaños. Yo no quiero ser un ermitaño, pero hay días en los que quisiera serlo, y no tener nada que ver con la política, ni ver que el Presidente dijo esto, y que este otro diputado le respondió. Estar como en otro plano, porque los ermitaños están en otro plano al final, a ellos no les afecta el coronavirus, no les afecta la crisis, no les afecta quién es el presidente, se salieron. Tienen, en general, al menos los que yo he conocido, he entrevistado a algunos, tienen su huerta de tomatitos, de lechuga, tienen su par de gallinas. Tienen libros, por lo general, tienen muchos libros, tienen amigos que los visitan y que a veces le llevan cosas de la ciudad, o noticias, o comida. Yo me imagino despertar en la montaña y que el día sea observar, mirar los pájaros, ese otro, a veces me gustaría ser. Yo creo que a muchos.

Sí, a muchos. Tomar un matecito…

Una vez visité a un ermitaño, que me parece bonita esta anécdota, en el Cajón del Maipo. Cuando yo lo visité llevaba veintinueve años, es decir, ahora debe llevar unos treinta y cuatro, sigue allá, «Don Lalo». Cuando llegué, iba con Nicole (Castillo), estaba leyendo Cien años de soledad, y yo por entrar le dije; ‘ah, a mí también me gusta mucho ese libro’. Me dijo ‘es décima vez que lo leo, y yo pensaba, eso multiplicado son mil años de soledad (risas). Imagínate, mil años de soledad, pero feliz el viejo.

Qué linda anécdota. Volviendo al libro, y a los temas que están ahí, la violencia de la cultura patriarcal y del machismo, es bien explícita en los cuentos, de La muerte viene estilando. ¿De qué manera te sientes interrogado por esos tópicos? ¿Cuál es tu visión sobre aquello en la sociedad actual?

Es un tema que no abordo con gusto, no es que yo me sienta tan cómodo. Primero, porque obviamente los hombres no somos los primeros llamados a denunciar, sí podemos estar acompañando o también denunciando, pero más en un segundo plano. Pero me toca mucho lo que es la violencia de género en particular, porque me cuesta entenderla. En ningún caso apoyar por supuesto, pero puedo entender que un hombre frustrado llega una vez a su casa y se desquita con quien tiene más cerca, que puede ser su señora, pero me cuesta entender que sea porque es mujer. Creo que a los hombres nos ha costado entenderlo, que la violencia de género es porque es mujer, no porque era la persona que tenía más cerca. Es un tema que a mí me cuesta, me ha ayudado mucho escuchar, sobre todo quedarse callado un rato y escuchar sobre todo a Nicole que es la persona con la que yo vivo, me va explicando cosas que, de verdad, uno se siente tonto de no entender.

Eso me ha hecho revisar cosas hacia atrás, en la familia por ejemplo, como hacia lo ancestral. Cuando yo escucho historias que cuenta mi papá, de mi bisabuelo, que está presente en el libro con el nombre de Salomón, que era su nombre, solo que Salomón Montero no Salomón Elizalde. Era un conchesumadre… Era tanto, que mi abuelo, o sea su hijo, se fue de la casa a los 14 años y tenía miedo de morirse, porque se podía encontrar con su papá. Ese era el nivel. Y ese personaje, cuando nacía una guagua, tuvo trece, se iba tres semanas antes de que naciera la guagua, y cuando volvía ya estaba la guagua en sus pañales. Como que nos parece normal, casi pintoresco, así como; ‘ah, mira cómo era antes, otros tiempos’, pero es terrible porque eso se quedó en la memoria de las mujeres de las familias, de los hombres de las familias. Se sigue replicando. Mi papá no habría hecho eso de irse tres semanas mientras nacía alguno de sus hijos, pero hay cosas que se mantienen y uno tiene que estar alerta. Entonces, como todos nosotros en Chile tenemos un pasado, o la mayoría tenemos un pasado como campesino. Un abuelo, un bisabuelo que venía del campo, creo que es importante ver también dónde está el origen de esas cosas, para ver cómo se refleja hoy día, y que de eso todavía hay hoy día. En la medida en que el libro pueda funcionar como un espejo para revisar cosas, quizás más ancestrales, me parece que es útil para la discusión, y ver que de eso todavía existe. Hay otras cosas que ya no tienen que ver con la violencia de género, pero aparece esta figura del ‘lloradero’, que también existió en mi familia. Este bisabuelo creó un ‘lloradero’, para que lloraran los niños. Entonces, uno dice, ‘ah, bueno es que es el campo’. Pero es que hoy día también pasa eso, cuando un niño es intranquilo y todo, le dan pastillas, eso es el ‘lloradero’ actual. Yo, como autor, no voy y lo digo, pero me imagino o espero, que alguien que esté leyendo, vea que esas cosas todavía existen. Por eso, alguien por ahí me preguntaba en otra entrevista si es que lo que yo siento por el campo y ese mundo, es nostalgia, y hay muchas cosas de ese mundo que me encantan, el silencio y está representado en algunos personajes del libro, como Eulalia, por ejemplo. Pero hay otras cosas que son terribles, entonces no es una nostalgia, es mostrar un mundo del que venimos, y del que ojalá reconozcamos las cosas buenas, y no volvamos a hacer las malas.

Hay una visión que es muy clara en el libro, en cuanto a lo que residualmente el campo recibe, de un mundo que no aparece nunca, que es el mundo industrial, de la ciudad. Eso residual de la revolución industrial, que ya estaría instalada en la ciudad, llega ahí como ese río que se contaminó. Y esa suciedad se empezó a ramificar en el campo. Con esto me refiero a la violencia que se produce ahí, porque, al menos para mí, proviene de esa instalación. Considerando aquello, ¿Cuál es tu visión respecto de esa tensión hoy? La encrucijada en la que estamos frente al tema del modelo neoliberal, particularmente.

Como dices tú, el campo o la ruralidad, o esos tiempos, me gusta llamarlo ‘tiempos’, porque no es solamente el verde y la ovejita, son como ‘los tiempos’. Se fueron llenando de a poco, como imperceptiblemente, de lo que traía básicamente Estados Unidos, de ahí llega a América Latina, a Chile, y de las ciudades se empieza a ir para allá también. Entonces no es lo único, pero es muy claro. Por ejemplo la televisión, de Estados Unidos viene acá, a las ciudades, y se empieza a meter al campo. Si quieren tener teles están en todo su derecho, y por algo la ven también. Seguramente también se aburrían antes, pero uno viéndolo un poco de afuera, y quizá aquí sigo con un poco de nostalgia, uno dice, pucha, es que antes en el campo, como no había tele, y no había luz o llegó más tarde, se mantuvieron mucho más tiempo algunas tradiciones que construían comunidad. En esa construcción de comunidad, la violencia tenía un lugar muy inferior. Por ejemplo pensemos en la caleta que aparece en el libro, se conocen todos los vecinos, cuando uno muere todos lo van a despedir, sin excepción. Ahí es mucho más difícil que haya violencia, porque nos reconocemos, porque compartimos las mismas historias, porque sabemos que ese va a pescar junto a otros. Seguramente hay peleas, pero si hay, se resuelven porque en el fondo hay comunidad. Entonces cuando la ciudad se empieza a meter, como ese río que dices tú, está buena esa imagen, un río que va contaminando de a poquito. Entonces cuando entra la tele al campo, entre otras cosas, a lo mejor ese tiempo muerto de la tarde, de ir a compartir con la vecina y tomarse un té, a lo mejor ya no está, porque están dando la teleserie turca. Entonces eso hace que conozca menos a mis vecinos y finalmente, que se cuenten menos historias, que compartamos menos un patrimonio simbólico y oral común. A la hora de que muere alguien eso hace que la gente no lo conozca tanto, y que cuando hay que ponerse firme con alguien porque pasó algo, ya no haya un sentido de comunidad. Por lo mismo, cuando alguien a lo mejor tiene hambre, no le importa ir y robar, en vez de pedir, porque ya no se conocen. Eso obviamente sólo puede ser malo, no conocerse, no conocer a tus vecinos, esto tanto en el campo como en la ciudad.

Por otro lado, yo no soy del campo, me gusta mucho, pero no soy de allá. Entonces también quien es uno para decirles que recuperen lo que antes era bonito, y ya no, tendrá sus razones, por las que ahora prefiere ver tele, pero yo sospecho que es una trampa. Es una trampa en la que hemos caído todos al final, porque nos va a costar, y a lo mejor ya lo perdimos para siempre, recuperar algunas cosas que parecían no tan importantes. Esa conversación con la vecina donde me contaba algo, esa noche donde el abuelo contaba una historia sin preocuparse mucho, parecía que no importaba tanto perderla. Y la tele era muy maravillosa, y ahora podemos ver a los tremendos actores, pero yo creo que es una trampa. Yo creo que este libro, quizá lo que está tratando de hacer es decir: ¡Es una trampa! ¡Es una trampa! Ahí uno tampoco tiene la verdad, solo puede sugerir.

En el fondo muestra la mirada que tú tendrías de esa trampa.

Por cierto…

En la novela, que podría denominarla como cuentos que dialogan, me parece que el universo de Juan Rulfo está bien claro como referente, y lo he escuchado en pequeñas cápsulas de audio que has grabado, que tú has reconocido tu fascinación por Juan Rulfo. ¿Qué te conmueve de ese universo?

Primero hay algo más de guata, leo los cuentos de Juan Rulfo y no hay ningún autor, en cuentos, que me provoque eso, que tiene que ver con la emoción, con la desolación también. Es magnífico en verdad. Podría hablar mucho rato de él, de todo lo que me ha pasado con Rulfo, porque aparte, su obra es muy breve. Eso también me ha permitido, dentro de lo bueno, leerla muchas veces. Estudiar los cuentos, mirarlos, ver qué es lo que me pasa. Me parece que lo que hay ahí, uno dice; esto es muy mexicano, pero yo lo veo muy universal. Yo no he estado en ese desierto, en esos desiertos, habla de muchos parajes desérticos. No he estado bajo ese sol y no he ido a pedirle a la Virgen de Talpa que sane a mi hermano. Pero es como si ya hubiera estado, cuando lo estoy leyendo es como si lo reconociera, sé perfectamente de lo que está hablando. No sólo me lo imagino perfecto, sino que me emociona y eso no me pasa con todos los libros. De hecho, a mí me cuesta que un libro me toque realmente, lo puedo pasar bien, pero que me toque, que yo diga; ‘me está hablando a mí’, me pasa muy poco. Con Rulfo me pasa siempre, y yo me pregunto por qué, si no soy mexicano, hay palabras que no entiendo, he estado en México, pero su comida no es parte de mi dieta diaria. Entonces me parece que lo que hay en Rulfo, es un sentido de la universalidad de los sentimientos humanos. Fundamentalmente de la soledad, todos los personajes están solos, y en esa soledad, aunque aparezcan otros personajes, creo que cualquier ser humano se puede reconocer. Quizá mucho más hoy día, donde pareciera que estamos más conectados y en realidad, estamos más solos, yo pienso que estamos más solos, algunos más que otros. Entonces son muy actuales los cuentos de Rulfo, bueno Pedro Páramo también, pero yo soy más fan de los cuentos la verdad.

Podría venir un curso-taller en Casa Contada sobre la obra de Rulfo…

Sería muy bonito en realidad, vamos a pensarlo. Además, que es tan especial, su obra completa creo que no llega a las trescientas páginas. A uno lo hace pensar también; ¿para qué escribir tanto? Si la cosa es escribir una cosa buena.

Lo femenino también acá no emerge desde la persona que es víctima de violencia, a propósito de lo que hablábamos del patriarcado y de la violencia machista. Aquí hay una complejidad mayor, puntualmente me refiero al cuento Ahijada. ¿Cuáles son las raíces de eso femenino? y ¿Dónde hurgaste para alcanzar ese relato tan contundente, tan hondo y estremecedor?

Primero, yo no trabajo mucho los personajes antes de empezar a escribir. Pienso en quién es, qué ha hecho, pero se me van apareciendo, y eso es difícil de explicarle, por ejemplo, a un periodista, si alguien te pregunta sobre tu obra, porque puede ser desilusionante. De verdad, como que se me van apareciendo y se van construyendo con palabras. En particular acá, en este cuento que salió publicado como Ahijada, tenía otro título antes, la protagonista, La Negra, yo estaba pensando en la memoria de las mujeres campesinas. Estaba pensando en las de mi familia, pero en una mezcla con las mujeres a las que una parte de mi familia, por ejemplo este bisabuelo, que no es que yo lo sepa, pero tiene que haber al menos maltratado, por cómo era. Al menos le tiene que haber hablado mal, como mínimo, por como sabemos que era. Pensaba en las mujeres que muy pequeñas han tenido que ir a trabajar a casas de otra gente. Por ejemplo, la mamá que tenía veintiséis años, que trabajaba en la casa, y llevaba con ella a su hija que tenía nueve, en el fondo la niña trabajaba. Creo que para mí es una de las situaciones más terribles o desoladoras. Porque los niños a veces igual tienen que trabajar, pero una niña en particular que tiene que ir a la casa de alguien más a trabajar, porque aparte no les pagaban, le pagaban a la mamá o le pagaban con comida. Básicamente ir como esclava de la vida, porque no tienen otra opción, trabajaban perdiendo aparte su identidad, esto pasaba mucho en el sur, el libro está ambientado más o menos por allá, por la zona de Arauco, Biobío. Cuántas niñas mapuches, indígenas, habrán tenido que ir a los ocho o nueve años a trabajar a una casa occidental, ya sea como chilena, criolla, alemana, perdiendo toda su identidad poco a poco, porque va conociendo otras cosas. Finalmente lo que tiene en su vida, es una mezcla de cosas que a veces le cuesta entender ¿Cuántas habrán perdido a sus madres? Lo que yo estaba pensando, lo que se me fue creando en este personaje, es una niña de origen indígena, que pierde su lazo con su comunidad porque muere su madre, y porque la tienen que llevar a otro lugar. Por lo que debe darle sentido a una vida, y lo que le da sentido a su vida, finalmente va a ser la muerte. Es lo único que a ella la ata, la muerte y los muertos, ahí viene también Pedro Páramo. Por eso también la idea de que este relato ocurre cuando ella está, primero, en la espera y en la noche recordando. Ella a través de los recuerdos, intenta hacer una línea de lo que fue su vida, reconociendo todo lo que se ha perdido, lo que no ha visto ahí. También ahí hay una situación de abuso, que en el cuento es una acción clara, pero para mí es simbólico, es el simbolismo de todo lo que tuvieron que pasar mujeres que desde niñas tuvieron que trabajar para otros, perdiendo su identidad. Perdiendo el rito, la comunidad, sin saber quiénes son, por eso ella no tiene nombre. Ni siquiera sabe cómo se llama, es La Negra.

El tema de la espera y la atadura de ese personaje a la muerte tendría vínculos con la obra literaria de Samuel Beckett, particularmente con Esperando a Godot. Esa recurrencia a la espera circula en lo que está sintiendo este personaje…

Claro, y de hecho me gusta mucho Esperando a Godot, me parece que es una pieza maestra, y obviamente, algo de eso hay en el cuento. Ellos esperan a Godot, pero en el fondo a quién esperan, si saben que no va a llegar, avisa todo el tiempo que no va. Me imagino que esto ya se habrá investigado, pero yo una vez pensaba que el nombre de Godot estará por algo, están esperando a Dios finalmente. Este pensamiento mágico de que alguien va a venir a salvarte. Es un poco lo que le pasa a La Negra también, está esperando, no a Dios, pero a la muerte. Es como esta figura que la ha ayudado, pero que algún día se la va a llevar y eso bien lo sabe. Esperando sin saber bien a qué, cuándo llega y eso es otra cosa que pasa mucho en el campo. Entonces yo trato de no romantizar, sino que mostrarlo. En el campo la espera es terrible, hay mucho tiempo donde no pasa nada, donde viene, por ejemplo, un camión, que es el que trae el agua, y no llega. Esa espera… Gente que se fue, que no volvió más, que desapareció y por eso La Negra en alguna parte dice; «a veces esperamos a los muertos, y esa es la espera más común en mi tierra». También hay ahí algo de Chile, siempre estamos esperando a los muertos, porque no han vuelto y todavía no queremos decir que están muertos.

Eso está bien presente en los cuentos que dialogan y a propósito de eso, ¿Sientes que las violaciones de Derechos Humanos cometidas en dictadura y la espera de los familiares de detenidos desaparecidos dejó de ser un tema en Chile?

Quizás a nivel de sociedad, pensando en Chile, va cada vez más dejando de ser tema. Que es una cosa inevitable, porque van cambiando las generaciones, va muriendo gente, la que estaba esperando con más fuerza a lo mejor va muriendo o ya está más vieja, o tiene menos voz. Entonces es inevitable que el tiempo vaya dejando en el olvido y en la impunidad también muchas cosas que pasaron. Entonces creo que es menos tema. Lo que sí, parece, por lo menos curioso, es que en declaraciones de esta semana se diga que la derecha actual, no es la misma que hizo el Golpe de Estado. Llama un poco la atención, por decirlo muy suavemente. La cabeza pensante de la dictadura, es fundador de un partido que hoy es totalmente vigente, con candidato presidencial con muchas posibilidades de ser electo. En verdad es delirante, como decía un amigo, ya no quedan palabras, se nos acabaron. Entonces pienso que sí, está presente, que sigue apareciendo, pero no ha sido como en otros países, como en Alemania, donde de todas partes ha habido un acuerdo nacional para que no haya negacionismo, para que hayan culpables, para que no se pueda hacer una estatua o aplaudir a torturadores y estos tienen que estar presos. El problema es que quizá no estemos hablando tanto, puede que vaya pasando, pero en términos de psicoanálisis, la herida que quedó va a seguir demasiado tiempo. Como la matanza de Santa María de Iquique, fue en 1907. Nadie tiene a nadie que haya muerto ahí, a lo mejor un bisabuelo, nadie está muy cerca de eso. Pero sigue siendo un tema, porque no nos hemos sanado de esa matanza, a lo mejor yo estoy mal en la historia, pero nunca supe que el ejército hubiera pedido perdón por esa matanza. A lo mejor estoy equivocado y lo hicieron, pero yo no lo sé. Es el mismo ejército, entonces no se puede decir que la derecha no es la misma, pongamos que la derecha no, pero el ejército sí. Démosle ese punto, aunque no lo creo, pero el ejército sí. Yo nunca he leído que el ejército diga, vamos a pedir perdón, entonces cómo poder dejar atrás algo así. Cuando dicen que estamos pegados atrás, que hay que dar un paso adelante, visión de futuro. Con Cristián Labbé ahí caminando por la calle, entonces ¿Cómo se hace eso?. Eso pienso, es difícil encontrarle palabras, porque yo creo que estamos todos sin más que decir.

Quiero volver al ‘lloradero’, que es un espacio de opresión en la novela. Si tuvieses que hacer un símil con el Chile de hoy, aparte del que ya mencionaste, ¿Cuál sería nuestro ‘lloradero’? y ¿por qué?

De alguna forma lo enfoqué en los niños, porque el ‘lloradero’ era originalmente para ellos, pero Chile es un país que tiene depresión, como país. Salía mucho para el estallido social esto de «no era depresión, era neoliberalismo», o era capitalismo, no recuerdo bien. Pero en el fondo, tenemos mucha pena, por lo que estábamos hablando recién, por los muertos que no volvieron, ahora en el estallido social, por quinientas personas que perdieron los ojos, muertos, por gente que tiene hambre y por nosotros mismos. También es responsabilidad nuestra haberle dado espacio al capitalismo, nosotros mismos hemos hecho eso. Hemos dejado de hablar con los vecinos, estoy hablando muy en general, hemos perdido los ritos comunitarios, se van recuperando igual, uno ve en algunas partes señales de esperanza, pero hemos perdido eso. Entonces estamos solos, y evidentemente que esa soledad puede traer pena, y ganas de llorar, y no se puede, porque si uno tiene pena, que es como evidente en un país así, con tantas cosas que pasan. También con cosas propias que se pueden sumar, como familiares, pero pensando a nivel global, no podemos mostrarlo, y si nos pasa nos empastillan. Entiendo que en algunos casos hay cosas biológicas, que necesitan una pastilla que regula. Yo no soy de los anti-vacunas, para nada, pero otra cosa es que uno tenga pena porque vive en un país que está loco, porque estamos solos, porque ya no tenemos rito, y entonces la solución a eso no puede ser una pastilla. En el fondo que es el ‘lloradero’, anda a llorar a donde nadie te vea, o el llanto no existe, que es lo que dice Salomón Elizalde, «el llanto no existe y yo no lo quiero escuchar, si alguien llora yo no me puedo enterar». Cuando la solución quizá está en la comunidad, en retomar los ritos, en festejar lo que queremos festejar, y no festividades impuestas que no nos hacen sentido. En recuperar la comunidad, en volver a hablar, y quizás, siendo optimista. Chile está dando algunos pasos hacia allá. Puede que salga mal, puede que no sea lo que nosotros queríamos, todo lo que uno quiera, pero que al menos, haya una oportunidad para que gente chilena se siente a conversar de cómo queremos pensar el país, para allá va la cosa. A lo mejor va a salir mal porque la derecha tiene mucha plata, y pone mucha publicidad, y sabemos que hay corrupción, y que pasan plata, todo eso yo lo sé. Pero al menos hay una intención que el pueblo de Chile, presionó y decidió que conversáramos. Ya conversemos. Entonces yo no puedo no sentirme esperanzado, lo que pasa es que yo sé que es medio huevón sentirse esperanzado, pero igual vamos, esperemos a ver qué pasa. Por último, alguna gente habrá que nos represente, para mí ese es el ‘lloradero’, en resumidas cuentas. Hoy tenemos derecho a estar tristes también, y la solución a esa tristeza la podría dar la comunidad, y no una pastilla, que aparte es química, viene de donde mismo estamos hablando. Que te tranquiliza para no salir a buscar lo que tienes que salir a buscar. Yo creo que ahí están nuestros ‘lloraderos’ hoy día.

La imagen del galope, del hombre galopando a toda velocidad, que aparece mucho en estos cuentos que dialogan, ¿Qué representa para ti?

Yo sé que puede ser un lugar común, pero un hombre a caballo galopando es la imagen de la libertad. Va a caballo, sobre todo si tiene una buena relación con él, y no lo maltrata, a caballo galopando por los campos chilenos, si me dijeran dónde quiero estar ahora, diría galopando por la cordillera. A lo mejor ahí un psicoanalista diría, que acá el autor está poniendo sus ansias de libertad, pero claro, aparece eso quizá por lo mismo que estábamos hablando antes. Arriba de un caballo, galopando, simbólicamente no es ‘lloradero’, por así decirlo, es como la sensación de estar haciendo lo que quisieras hacer, que trae riesgos. Yo me caí de un caballo galopando…

¿Cómo fue eso?

Me caí una vez, pudo haber sido grave, me pude haber pegado con una piedra en la cabeza, tuve suerte. Quedé ahí machucado un día, pero lo que quiero decir es que en esa libertad también hay riesgos. Cuando uno toma las riendas, como ocurrió con el pueblo chileno el 2019, también hay riesgos. Murió gente, hay gente que se sintió engañada, estafada, puede que todo salga mal, pero el hecho de haberse subido al caballo, quizá ya nos quitó algunos años de depresión. Es como ir a la montaña o abrir la ventana y que entre un poco de aire.

La última pregunta surge por algo que los personajes mencionan en muchos pasajes de estos mundos que dialogan, que es la figura del alma. ¿Qué es para ti el alma?

El alma es lo más esencial, indestructible y particular de cada ser humano, o de una comunidad, o de un país. Es lo único realmente cierto de uno mismo. Es muy pequeño y a veces nosotros mismos no sabemos qué es. Los seres humanos, los personajes del libro, en el fondo están buscando, pensemos que el alma es como una perlita dorada, por ponerle una imagen. Entonces están buscando todo el tiempo esa perla, pero quién soy yo, qué realmente soy, qué soy no porque me lo han dicho, ni por el contexto en el que nací, qué soy yo realmente. Yo creo que es algo que buscamos todos, a nivel de país también o quizás eso estamos tratando de hacer. Pero ¿Qué es Chile de verdad? y así, ¿qué es mi comunidad? ¿Qué es mi familia? ¿Qué soy yo?. Entonces algunos personajes, algunos más evidentemente que otros, están tratando de entender todo el tiempo quiénes son. Acabo de leer El Perseguidor, de Cortázar, y es increíble ese cuento, 60 páginas donde alguien desesperadamente busca quién es. No es que se diga así, porque parece que está borracho, pero está buscando con una desesperación saber quién es. Yo me imagino que nunca vamos a llegar a esa respuesta, porque es una utopía, saber quién es uno. Hay una frase muy bonita sobre la utopía, que es una microhistoria, donde un discípulo le dice al maestro; «maestro, yo busco la utopía todo el tiempo, camino y cuando creo que estoy llegando a ella, me doy cuenta que no era esa. Después voy allá y la busco de nuevo, y cuando pienso que voy a llegar, tampoco. Veo que está más allá, pero nunca llego. Entonces, ¿Cómo se llega a la utopía?». Y el maestro le dice, “la utopía sirve justamente para eso, para hacerte caminar». Pienso que estos personajes, y muchas personas también, sabiendo que nunca van a encontrar realmente quiénes son, o por qué están en el mundo, en ese trayecto, lo pueden ir vislumbrando. Van a encontrar como la utopía de saber quién es uno. Así que eso pienso yo del alma. Como un movilizador, algo que está adentro y para encontrarlo uno tiene que caminar mucho y en ese camino pueden pasar cosas bonitas.

Y aunque podríamos haber seguido hilando tópicos, nuestra conversación tuvo su fin… Porque estamos en la ciudad de las pantallas encendidas, que nos inoculan el cuerpo con ese reflejo que a cierta hora ya no queremos frente a nosotros y donde el tiempo apremia y oprime. Pronto nos encontraremos en otro diálogo fecundo, ojalá sin pantalla mediando, porque más temprano que tarde la narrativa rulfiana de Andrés Montero volverá a cautivarnos a quienes admiramos su talento.

Título: La Muerte viene estilando

Autor: Andrés Montero

Género: Novela

Páginas: 129

Tamaño: 14,2 x 20 cm.

Año: 2021

Editorial: La Pollera

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *