Entrevista a autora de «Rompehuesos» Pabla San Martín: “El campo se vuelve cada vez más una zona de sacrificio”

Por Alejandra Delgado

Rompehuesos reúne un conjunto de cuentos escritos desde una atención sostenida a las infancias, los cuerpos y los desplazamientos cotidianos en territorios rurales. En estos relatos, Pabla San Martín trabaja con escenas breves, precisas, donde el movimiento —viajar en micro, esperar, cuidar, cruzar un pueblo— organiza la experiencia de quienes habitan espacios marcados por el abandono y la desigualdad. La escritura avanza sin explicaciones ni subrayados, apoyada en situaciones concretas que no buscan volverse ejemplares.

Pabla es escritora, investigadora social y editora. Su trabajo previo se ha desarrollado en torno a los saberes corporales, la salud, el feminismo y las prácticas comunitarias, con libros como Manual introductorio a la Ginecología Natural y Del cuerpo a las raíces, ampliamente leídos fuera del circuito literario tradicional. Vive hace años en Putaendo y desde allí creó Ginecosofía, proyecto editorial propio que articula escritura, autoedición e investigación situada y feminista. Un trabajo que piensa el libro como objeto, como proceso y como toma de posición frente al centralismo cultural.

Rompehuesos se inscribe en ese recorrido y en esta editorial, trasladando a la ficción una atención persistente por los cuerpos, las infancias y los territorios que rara vez ocupan el centro del campo cultural. A propósito de su presentación este fin de semana en La Furia del Libro, conversamos con la autora del origen de estos cuentos, del trabajo con la forma breve, de la insistencia en ciertos temas —infancias, cuidados, territorios— y de las decisiones que llevaron a sacar adelante el libro. También de las referencias que acompañaron la escritura —con Manuel Rojas y Juan Rulfo como puntos de apoyo para pensar el relato corto—, del ritmo de la vida en movimiento que atraviesa los relatos y de qué significa narrar estas experiencias hoy, en diálogo con un contexto porteño que suele mirar estos mundos como fondo y no como centro. 

¿Qué te llevó a escribir Rompehuesos? Considerando que tu trabajo previo aborda temas como salud, cuerpos, género y memoria, ¿cómo se conecta ese interés con este libro de cuentos? ¿O vienen de otro lugar creativo?

Escribí Rompehuesos para desafiarme a mí misma y explorar un género que me fascina por su complejidad y su aparente simpleza. Como lectora, el cuento es mi forma narrativa favorita, tanto por su efecto como por la precisión que exige, la intensidad y la economía del lenguaje. Y aunque los temas que he trabajado previamente están vinculados a la salud y a los activismos feministas (que no tienen nada de ficción), una tiene ciertas obsesiones que la persiguen toda la vida. Siempre habrá algunos hilos temáticos que se cruzan, como la desigualdad, las injusticias, los cuidados y el entorno rural, entre otros.

¿Cómo escribiste estos relatos: por acumulación de escenas, investigación, registro cotidiano o intuición narrativa? Me interesa conocer tu método.

Al principio estos textos surgieron como ejercicios narrativos de talleres que tomé. Cuando tenía tiempo, volvía a ellos y los editaba. Cuando finalmente vi el material como un cuerpo posible, envié el proyecto a una beca de creación literaria, tanto para ponerme a prueba ante un jurado como para buscar el financiamiento que me permitiera dedicarle el tiempo necesario. Una escribe robándole horas a la vida; siempre hay otras urgencias, como llegar a fin de mes. Todo compite con la escritura. La beca llegó recién la segunda vez que postulé, y desde entonces pude organizarme para disponer de unos meses dedicados exclusivamente a cerrar el libro. En cuanto al método, intento sostener rutinas de escritura, pero casi siempre termino rompiéndolas. Lo único que realmente me funciona es alejarme de las redes sociales por días, semanas o incluso meses; en esos períodos escribo mucho. Sostener una rutina con horarios creo que es necesario, pero en mi caso soy dispersa y no siempre me resulta. Lo que sí me guía es la obsesión: cuando un texto me toma y tengo tiempo disponible, puedo pasar todo el día dentro de él. Si logro mantener esa pulsión hambrienta, los textos avanzan rápido. Escribir como una oficinista no me da resultados; necesito esa intensidad en la que la historia se apodera de mí por unos días o semanas. Después, puedo soltar el texto y volver a tocarlo en semanas o meses.

¿Desde qué lugar te posicionas para narrar cuerpos, infancias o territorios vulnerados? ¿Cómo escogiste a tus protagonistas?

Creo que una escribe desde lo que conoce. Aunque este es un libro de ficción, todas esas infancias me habitan, igual que las mujeres mayores que aparecen en los relatos. Y respecto de los territorios, siempre he vivido en zonas rurales; mi familia y mis antepasados provienen de lugares aún más apartados. Ese paisaje es un espacio casi inevitable, porque nunca me he ido de aquí. La inspiración proviene tanto de lo vivido como de lo que observo cada día: mis vecinas y vecinos, los ancianos sentados en la plaza de Putaendo, las historias que circulan entre las infancias que conozco. Lo distinto (y también el verdadero desafío) es que todo pasa por el filtro de la ficción. Ahí había que entrar a inventar, claro.

¿Qué influencias o referencias se pueden ver en la manera en que decidiste escribir estos cuentos? También me interesa que me cuentes sobre la genealogía crítica.

Mis referencias no solo son literarias. Mientras escribo siempre veo películas vinculadas a los temas que me interesan, para crear la atmósfera que quiero construir. Además, siempre escribo con música sonando; por eso incluí una playlist al final del libro. Para los cuentos de carretera, por ejemplo, revisité varias road movies antiguas, un género que me encanta aunque no sé conducir y me aterra la sola idea de hacerlo. En cuanto a las referencias literarias, leí de todo: cuentistas contemporáneos y autores clásicos. Pero si tuviera que quedarme con nombres a los que vuelvo cada año, serían Manuel Rojas y Juan Rulfo: por su estilo, por sus temas y por la clase social que representan.

También me interesaba revisar cómo ciertas escritoras chilenas clásicas (María Luisa Bombal o Marta Brunet) habían retratado la ruralidad. Y ahí encontré un patrón: muchas narraban el campo chileno desde la perspectiva de las patronas, desde una clase social acomodada; cuando la gente de campo aparece es siempre como la servidumbre (y caricaturizada). No critico su literatura, ni creo que haya sido fácil escribir en sus épocas, para nada, pero esa representación social me resultaba incómoda.

Y, por supuesto, Gabriela Mistral es fundamental. Su manera de abordar la ruralidad y su vínculo profundo con la naturaleza fueron siempre un empujoncito. Volver a leerla me permite creer que yo también puedo escribir, a pesar de no haber estudiado Literatura y de venir de una casa donde no habían libros. Y siguiendo una línea similar contemporánea están los poemarios de Rosabetty Muñoz, que narran la vida rural en Chiloé con una mirada crítica hacia la modernidad capitalista.

El título Rompehuesos es potente y sugerente. ¿Qué significa para ti y cómo se conecta con los temas de los cuentos?

El título no tiene un significado único ni cerrado. En mi región es, ante todo, una forma popular de nombrar a los pequeños buses de provincia (las micros), tan destartaladas que, al avanzar por caminos de tierra llenos de hoyos, saltan hasta que parece que van a romper los huesos de quienes viajan en ellas. Pero el nombre también apunta a algo más hondo: a la fractura de aquello que creemos muy firme hasta que se quiebra. Esa idea de lo roto, de lo que se fisura simbólicamente, atraviesa todo el libro y aparece en distintas capas de los cuentos.

Los relatos incluyen infancias, maternidades y cuerpos en movimiento. ¿Cómo trabajaste esos temas, y qué buscabas reflejar sobre estas experiencias?

Al principio pensé que quería escribir sobre una realidad que me interpela: ser una madre soltera que cría sola en un pueblo aislado del mundo, pero la cámara narrativa terminó girando hacia quienes reciben esos cuidados: las infancias. Y en ese giro apareció también el descuido y el abandono, una presencia que recorre el libro de manera constante. Otro aspecto fundamental era narrar la vida en movimiento: esas horas que pasamos en un transporte para ir a trabajar o estudiar, ese tránsito donde una observa el mundo a través de la ventana de una micro. Me interesaba ese ritmo particular: a veces veloz, marcado por la urgencia del desplazamiento; otras veces lento, casi suspendido, sin apuro en medio del descampado que nos hace sentir que quizá no llegaremos nunca a ninguna parte.

Los cuentos se sitúan en territorios rurales o periféricos. ¿Cómo influye el lugar en la vida de los personajes y en sus experiencias de vulnerabilidad o formación de identidad?

Los paisajes imprimen un ritmo y una atmósfera muy particular en la vida de los personajes. Pienso en la hostilidad de la selva en Quiroga o en el frío y la urgencia con que Manuel Rojas cruza a pie la Cordillera de los Andes. En esos escenarios, la aridez, lo gélido o el calor extremo se vuelven casi un personaje más. El campo suele imaginarse como un espacio idílico: lugar de retiro, casa de veraneo para los privilegiados, segunda vivienda, vacaciones, lugar de paz o con calidad de vida, etc. Todas esas son miradas foráneas. Pero para muchas personas es su lugar de vida y trabajo, un lugar abandonado por las ayudas del Estado, donde las personas luchan a diario con todas las carencias posibles, para sobrevivir.

En la producción audiovisual existe un género conocido como eco-horror, donde la naturaleza del campo aparece como una fuerza amenazante y siniestra. Esto aparece cada vez más en la literatura. Por poner un ejemplo, ciertas novelas retratan los efectos del glifosato, un herbicida altamente cancerígeno, en los habitantes rurales. Lo extraño es que muchas de esas historias se leen o se venden como ciencia ficción, cuando en realidad son fieles a la experiencia cotidiana de muchas comunidades afectadas por los monocultivos. Paradójicamente, la naturaleza aparece como un ente castigador, cuando detrás de esos efectos hay empresas extractivistas y gobiernos que los permiten.

El campo, con toda su belleza y tranquilidad, se vuelve cada vez más una zona de sacrificio. Estamos rodeados de proyectos mineros, salmoneras, embalses, represas, refinerías: industrias que abastecen principalmente a las capitales, mientras el costo ambiental y social se queda aquí. Y de eso casi no se habla. Quienes vivimos en provincias terminamos luchando solos para proteger glaciares, ríos y ecosistemas que sostienen a todo un país. En el libro, esa dureza y abandono forma parte del carácter de los personajes, aunque no quise abordar estas problemáticas de manera directa porque sentía que podía desviarme demasiado del núcleo de los relatos. Aun así, están problematizadas de forma sutil.

¿Qué decisiones narrativas tomaste para relatar las historias de estos personajes y sus entornos? ¿Cómo escogiste tu voz?

Mientras escribía este libro participé en algunos talleres de narrativa en los que se ensayaban técnicas para construir distintas voces —la de un perro, la de un niño, incluso la de un objeto—, pero nunca logré aplicar esos métodos; me resultaban forzados. Al final, mi proceso fue leer mucho, pero sobre todo, jugar. Las voces de la infancia surgieron de forma orgánica porque eran las historias que realmente quería contar. Según el tono y el conflicto de cada relato, esas voces comenzaron a moldearse solas.

Mi pareja, con quien llevo casi una década, es actor, y me ayudó indirectamente en la construcción de diálogos. Ver teatro es presenciar ese juego: un personaje nace en la escritura y luego el actor lo moldea y encarna. Yo hacía algo parecido: imaginaba la escena, la recorría, y cuando llegaba el momento de hacer hablar a los personajes, los actuaba en mi cabeza o incluso me movía como ellos, sola en mi casa. De ese pequeño ejercicio fueron apareciendo las distintas voces del libro.

¿Qué tipo de lecturas o conversaciones esperas que abra este libro entre quienes lo lean?

Me han preguntado varias veces qué mensaje quiero entregar con el libro, y la verdad es que ninguno en particular; para eso habría escrito un ensayo. Sin embargo, a medida que los relatos fueron tomando forma, apareció algo más fuerte que yo: la necesidad de representatividad. Me motiva poder mostrar realidades que no ocurren en las grandes ciudades ni les suceden a personajes jóvenes y “atractivos”, esas historias que suelen dominar el mercado editorial. ¿Cuántas novelas se han escrito ya sobre quién se va a hacer un posgrado en Barcelona? ¿O ese relato aspiracional sobre la rehabilitación/divorcio de algún intelectual atormentado en X ciudad? El mercado se sostiene de esas narrativas hegemónicas. Yo quería hablar de gente común, de personas sin grandes ambiciones, que enfrentan situaciones que les acontecen y que deben sobrevivir a ellas. Quería mostrar el abandono, y que sus vidas, tan poco narradas, también tuvieran un lugar en la literatura.

Ficha técnica

Título: Rompehuesos

Formato Libro Físico

Editorial: Ginecosofia

Autor: Pabla San Martín

Año: 2025

Idioma: Español

N° páginas: 128

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